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La frontera que habla. José Antonio Morán VarelaЧитать онлайн книгу.

La frontera que habla - José Antonio Morán Varela


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Waterloo o Trafalgar, pero no por sus tácticas y estrategias, sino por la estupidez de sus protagonistas cegados por la neblina del contexto de brutalidad en que se movían. No son descartables otros combates aún más patéticos, pero ocurre que de este tenemos información directa gracias a que el paramilitar Daniel Rendón Herrera, alias Don Mario, uno de sus principales protagonistas y con aficiones literarias en sus ratos libres, escribió un descarnado y escalofriante diario que dejó abandonado al escapar de una trampa que años más tarde le tendió la policía.20

      • • •

      Situémonos en la zona de La Cooperativa, corregimiento del Meta, no lejos de Villavicencio, lugares todos de desgraciada fama por ser epicentro de operaciones de narcotráfico y campo de batalla entre grupos armados. Ahí, tras el fracaso de amenazas y sobornos mutuos, se citan dos grupos de paramilitares21 para darse plomo y ver quién se queda con el preciado botín de esta frontera delimitada por el Orinoco, magnífico lugar por el que dar salida a la cocaína.

      Uno es el de los Buitrago, saga familiar que controlaba las cotizadas tierras de Vichada —por las que ahora navegamos—, Casanare y Guaviare por donde salía el ochenta por ciento de la droga colombiana; controlaba también varios municipios a través de las urbanas —bandas paramilitares encargadas de hacer limpieza en las ciudades— y su influencia se extendía sobre otros grupos paramilitares hasta el punto de que entre todos pudieron reunir a dos mil quinientos hombres provistos de modernas armas para el combate.

      El otro grupo era el de Miguel Arroyave Cruz, alias Arcángel, un paramilitar que había escalado peldaños debido a la brillante idea de convertirse también en narcotraficante en vez de conformarse con cobrar impuestos a los traquetos, los traficantes; pudo reunir a casi dos mil combatientes llegados de distintas zonas porque contaba con la bendición del jefe Carlos Castaño y todo el Estado Mayor de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia, esto es, los paramilitares); cierto es que su armamento era inferior al de los Buitrago pero se compensaba con creces con el apoyo aéreo de la Fuerza Aérea Colombiana que tenía asegurado. A las órdenes de Miguel Arroyave Cruz estaba nuestro cronista Don Mario.

      Este rocambolesco escenario dentro de un país que oficialmente no estaba en guerra, se hace más incompresible aún para los foráneos si conocen que, previamente, los combatientes habían avisado a los hospitales de Villavicencio para que estuvieran preparados ante la inminente llegada de cientos de heridos. Todo era legal e ilegal a la vez, el Estado brillaba por su ausencia y los acontecimientos se sucedieron dentro de una anormal normalidad. Como alguien dijo, más que en Colombia estábamos en Locombia. Demos voz a Don Mario.

      «Empezó la guerra con los Buitrago. Los combates cada día se agudizaban más y más (...) eran tantos los muertos en un solo día que era imposible contarlos», anotaba el paramilitar,22 y eso que aún no se había librado la gran batalla Operación Punto Final que vamos a relatar. El evento detonante ocurrió cuando los Buitrago se enteraron de que los hombres de Arroyave les robaron trescientos mil dólares y dos toneladas de cocaína justo cuando la avioneta iba a despegar con la carga; era a todas luces una provocación de Miguel Arroyave, quien se quedó con la droga y repartió el dinero entre los que participaron en la operación. Los Buitrago, muy arraigados en el lugar, no podían permitir la afrenta y se aprovisionaron de trampas-cilindro para recibir a sus oponentes. Los de Arroyave, que supieron del plan, estudiaron la mejor forma de avanzar por terreno hostil evitando los mortíferos explosivos, pero cuando dedujeron cuál era la óptima, se toparon con un serio inconveniente: había que avanzar en línea recta y hacia arriba, lo que les convertiría en blancos fáciles de las ráfagas de sus oponentes situados en lo alto.

      Pero «a grandes problemas, grandes remedios», debieron de pensar los jerarcas. Belisario, jefe de uno de los comandos de Arroyave, dijo que conocía a «una bruja muy acertada que debíamos mandar traerla para que rezara a los hombres que fueran a combatir para que el plomo no les entrara por el cuerpo (...) y formamos a la gente, los organizamos, y la bruja empezó su ritual rezándolos y rociándoles un agua que había traído preparada con hierbas y aromas (...) luego les dijo que cada uno debía coger un poco de tierra del cementerio que ella había traído y guardarla en los bolsillos del pantalón (...) así quedaban protegidos y no había bala que entrara en el cuerpo».23

      Cuando a las seis de la mañana del día siguiente se inició el combate, los comandos de Belisario, Pólvora y Voluntario, los tres que habían hecho el ritual, se lanzaron como posesos cuesta arriba y a cuerpo descubierto; los hombres de los Buitrago, en principio, se quedaron estupefactos ante tal temeridad pero, una vez repuestos, comenzaron a disparar. Escribe Don Mario que para las diez de la mañana Cabeza de Marrano, el médico de campaña contratado para la ocasión, le dijo que ya había más de cien bajas y otros tantos heridos y, casi todos, de los comandos embrujados. «Les llamé la atención a Belisario y a Pólvora: ¿cómo es posible que siendo ustedes tan experimentados en esta vaina de la guerra permitan que pase esto? ¿Cómo se explican ustedes lo que están haciendo por estar creyendo en brujas? ¡Miren la cantidad de bajas que tenemos en tan poco tiempo! Si Miguel (Arroyave) se llega a enterar los manda matar de inmediato. Vean a ver cómo remedian ese error (...); después hice el reconocimiento de muertos para saber a qué comando pertenecían y me comuniqué con Miguel sin comentarle que era por creer en brujas».24

      Mientras Don Mario esperaba a que Miguel Arroyave llegara, vio descender a Belisario de una camioneta con la bruja y «entre rabia y burla le pregunté si iba a pagarle otra vez para que rezara a la gente. Me respondió: no mi comando, esta hijueputa la traje para que mire lo que pasó por su culpa. Usted me autoriza y yo mato a esta maldita para que aprenda que con nosotros no se juega».25 Cuando llegó Arroyave le pidió a Don Mario «las coordenadas donde están atrincherados esos perros. Ya un político amigo me hizo el favor de coordinar con la Fuerza Aérea (del ejército oficial) para que hagan un bombardeo (...) espere y verá cómo esos hijueputas están muy bravos y no saben lo que se les viene encima».26

      En menos de una hora dos aviones Tucano y cuatro helicópteros Arpía de la Fuerza Aérea Colombiana arrojaban sus mortíferas cargas y, a las cuatro de la tarde, Belisario reportó que en esa zona «no quedó nada en pie, todos están muertos; la alegría también invadió a Miguel (Arroyave)».27 Pero en ese mismo momento el comando Pólvora comunicaba por otra frecuencia que ahora los de la Fuerza Aérea Colombiana estaban matando a muchos de sus hombres y que «nos tiraron una zamba (bomba) del grande de una vaca y eso hizo volar mierda (...) yo voy embalao con unos pelaos que nos quedan, a ver cómo nos podemos salvar».28 Hasta que Arroyave volvió a contactar con el general de la Fuerza Aérea para que subsanara el error cayeron otros veinte combatientes con fuego amigo, pocos en comparación con los más de trescientos que la aviación dio de baja en las filas de los Buitrago. Estos, reconociendo su inferioridad, decidieron finalizar la contienda: unos escaparon, otros se entregaron y a otros los capturaron.

      Belisario trajo las buenas nuevas: «Comandante, esos Buitrago ya están reventados, no creo que se paren (que se pongan de pie) más, ahora les dimos por donde les dolía (...). Jefe, ¿y qué hago con los muertos?».29 Don Mario —nos cuenta él mismo— dio la orden de identificar a los cadáveres de sus combatientes originarios de la zona para entregárselos a sus familiares junto con seis millones de pesos, gastos funerarios aparte; el resto de cuerpos de ambos bandos se meterían en fosas comunes «aunque fuera necesario picarlos para que cupieran»30 y los encargados de hacerlo no debían ser del Meta para que no sepan «dónde quedan las fosas y así nos curamos en salud que de pronto vayan con la Fiscalía y nos avienten y después el problema se nos viene encima».31 Arroyave estaba eufórico «les ganamos a esos hijueputas, a ese general que me apoyó (con aviones) le voy a besar las güevas si es necesario»,32 y mandó preparar «una fiesta y me encargó conseguirle unas niñas a los pelaos (...) y a los comandos más destacados les dan una vieja, una botella de whisky y todo el dinero que se les debe».33 Hubo un problema logístico porque solo consiguieron «cincuenta viejas (...) y a cada una le tocan veinte manes (...) y si se pegan los de Central Bolívar serían a 40 cada una»;34 el problema se resolvió poniendo un patrullero para hacer una rifa para los turnos con las prostitutas. A Belisario se le entregó un apartamento en Bogotá, a Pólvora una finca y a Voluntario una camioneta Hilux.

      Terminada


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