Aproximación histórica a la relación de la masonería . José Eduardo Rueda EncisoЧитать онлайн книгу.
Ezequiel Uricoechea y Rodríguez
La participación de los médicos dentro de las dignidades masónicas no fue masiva. En la masonería bogotana el más destacado fue, quizá, Juan de Dios Riomalo, vinculado a la logia Estrella del Tequendama en 1852, alcanzó el grado 33, el máximo dentro del rito escocés; en 1864 fue Primer Vigilante, y solo tenía el grado 3, al escalar en grados le permitió jugar un importante papel en la reactivación de la hermandad en la década de los setenta. Como iremos viendo, fue uno de los principales motores de la erección de la Junta Central de Beneficencia y colaborador permanente de las estructuras administrativas de los establecimientos de beneficencia, habida cuenta de que fue pieza fundamental de la Universidad Nacional. Junto con su colega Bernardo Espinosa, combatió, en 1862, a favor de los ejércitos de Mosquera en la defensa del convento de San Agustín.
Por lo general, los médicos que se vincularon a la masonería, como aprendices, fueron instruidos por sus hermanos, ora compañeros, ora maestros, y lograron el grado 3, con lo que adquirieron la ciudadanía masónica, y alcanzaron primero la dignidad de compañero y luego la de maestro, pero no fue corriente que ocuparan dignidades más altas.
De los que alcanzaron grados mayores y ocuparon altos cargos dentro de sus logias, además de Riomalo, hay que destacar al cartagenero Antonio Abad Tatis, que igualmente consiguió el grado 33, en calidad de tal fue en 1865 Soberano Gran Comendador del Consejo Supremo Neogranadino del grado 33,87 en 1862 fue miembro del Soberano Capítulo Rosa Cruz Concordia N° 1 de Cartagena; años después, en 1871 fue Primer Gran Vigilante del Serenísimo Gran Senado Masónico de Cartagena y Primer Gran Representante del Consejo Neogranadino de Cartagena.
1.6. Los primeros esfuerzos por la filantropía
En ocasiones, la filantropía fue utilizada como un arma demagógica por parte de los liberales. Sin embargo, la sociedad profana expresó inquietudes y reservas acerca del accionar general de la hermandad y en particular de sus labores filantrópicas. Es así como, en un documento de 1851 titulado La masonería sin velo, se analizó que a los masones se los tenía como individuos que manejaban un doble discurso: uno dentro de las logias, otro hacia el público, lo que se traducía en cierta inconsecuencia e incongruencia, y sobre todo generó suspicacias, comentarios y críticas:
[…] Destruyamos las órdenes monacales de uno i otro sexo echando por tierra sus monasterios; pero al mismo tiempo aparentemos al pueblo que somos verdaderos católicos asistiendo a procesiones i fiestas solemnes para poner a los profanos en completa confusión. Trabajemos por la destrucción del solio pontificio que se ostenta al lado nuestro, i que es el único obstáculo que nos impide triunfar… engañémoslos con los nombres de la Libertad... Fraternidad… seamos nosotros los que disfrutamos de ella que ellos nunca la verán. Finjamos tener odio al cadalso; pero empléanosle con los profanos siempre que convenga. Sea la calumnia nuestra arma favorita; i cuando llegue el día de nuestro triunfo nuestros rostros serán alumbrados por el sol i no velados por la triste luz de esa lámpara.88
Por lo que la labor filantrópica de los masones levantó serias dudas entre sus contradictores “[…] trabajemos en suplantar la filantropía a esa caridad que aun seduce a los espíritus débiles: inventemos el socialismo, para destruir a esos ricos, esa miseria de propietarios, que son la mas fatal rémora; nivelémoslos, repartamos con la mayoría sus acopiados tesoros, nadie tenga derecho sino a la casa en que viva, al terreno que pueda cultivar, i las masas beneficiadas serán nuestras, destruyamos la propiedad i cesará la teocracia”.89
Un ejemplo ilustrativo de la demagógica filantropía masónica podría ser el siguiente: el 1° de enero de 1852, día que por mandato del Congreso debía darse la libertad a todos los esclavos residentes en el territorio nacional, José María Samper, actuando como jefe político del cantón de Ambalema, reunió “a todos los esclavos en la plaza pública de la cabecera cantonal y les dirigió un sencillo y patético discurso sobre la filantropía de la República, que les devolvía su libertad y dignidad naturales, y sobre los derechos que adquirían y deberes que contraían respecto de la sociedad por el hecho de quedar emancipados y entrar en la categoría de ciudadanos”.90
El mismo Samper adelantó algunas acciones personales de carácter filantrópico, pensaba él: “Las pobres gentes de por allí [Chorrillo, Ambalema] sufrían mucho, por falta de médico y medicamentos, cuando padecían algunas dolencias, porque estas se agravaban, por incuria, hasta volverse incurables… Ello fue que hube de volverme médico, por caridad y magré moi… en año y medio curé cosa de trescientas dolencias, gratuitamente y mereciendo la gratitud de aquella pobre gente”.91
No obstante, fueron los conservadores, la Iglesia católica y el liberalismo draconiano, en especial los artesanos, los sectores que principalmente se interesaron por el bienestar de los pobres,92 mediante la caridad y una decidida participación de la mujer. En fin, para el caso de los artesanos y las mujeres, al decir de los liberales, estos eran sectores anclados en el orden tradicional a las fuerzas arcaicas de la sociedad.
En general, a partir de 1850, las mujeres de la élite, las que sabían leer y escribir y tenían alguna inclinación por las letras y las bellas artes se comprometieron decididamente en la sociabilidad caritativa, lo que implicó que salieran de su casa y de los salones de tertulias para visitar cárceles, administrar hospitales, en fin, se les confirió un lugar importante en la estructura asociativa de las actividades de caridad.
Labores caritativas se acrecentaron a partir del derrocamiento del general Melo, en diciembre de 1854, pues se creía, por parte de la Iglesia católica y los conservadores, que la mujer podía ejercer la caridad por un don natural, como un instinto, una necesidad y una dicha, pudiendo socorrer y consolar sin problemas,93 por lo que se les impuso la caridad como un deber y, gracias a la moral religiosa, se reivindicó para ella ese don o destreza para ejercer sistemáticamente dicha virtud teologal, lo cual se consolidó a partir de la renovación del culto al Sagrado Corazón de Jesús y la devoción a la Virgen María, que, por extensión, se expresó en la sacralización de la mujer. Subrayando que, a partir de las tertulias femeninas, y su decidida participación en las actividades caritativas, la Iglesia católica y el Partido Conservador promovieron una sociabilidad católica femenina,94 que convirtió a la mujer en un agente de la vida pública.
Dicho sea de paso, en el imaginario de los hombres del siglo XIX a la mujer se la consideraba como “una poesía viviente de la humanidad, nacida para el amor, el consuelo, la caridad i la esperanza”.95
El liberalismo, especialmente el de los gólgotas, posteriores radicales y esenciales miembros de la masonería, se opuso a la figuración política de la mujer, a que tuviera acceso al sufragio universal, etc., y a su participación en los asuntos públicos. Es así como, en los tiempos de la escuela republicana, José María Samper lanzó los siguientes conceptos sobre la mujer: