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Historia de un invisible. Emma SepúlvedaЧитать онлайн книгу.

Historia de un invisible - Emma Sepúlveda


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los 33 podría resultar que otros podrían tener esas cualidades como estereotipos del minero y arquetipos del héroe. Pero Súper Mario llamó la atención.

      Concentrándose en él y su entorno familiar Emma Sepúlveda extrae un retrato caleidoscópico de un Chile popular. Su infancia increíble es la infancia increíble de muchos y muchas. La pareja compuesta por Mario y Katty ilustra el extenso guacherío presente en la pobreza chilena y latinoamericana. Niños y niñas que padecen el abandono, con padres conocidos o desconocidos; que sufren abusos; que soportan la sordidez y promiscuidad de la violencia intrafamiliar, el alcoholismo, la manipulación, las burlas, el miedo; víctimas de la explotación del trabajo infantil. Niños repartidos “como animalitos, entre los familiares que nos aceptaban”. Guachos. Vulnerados y vulnerables especialmente por la carencia de familia, de cariño. La soledad. El abandono. Las humillaciones. Parece extraordinario, pero no lo es. Las salidas de escape son reconocibles: el internado, la conscripción militar, el vagabundeo (con su tacita choquera y una cuchara), la delincuencia, la religión. Y, en el mejor de los casos, la resiliencia con empatía social que rompa el círculo de la desesperanza: el estudio vespertino, el trabajo: “Los pobres sabían que yo era uno de ellos y, aunque no sabían los detalles de mi vida, adivinaban que mi pasado era igual al de ellos”.

      La infancia de Mario y Katty está marcada por el guacherío. Son resilientes, protegen a sus hijos para que no vivan la niñez de sus padres, hacen realidad el sueño de la casa propia; sin embargo, el fantasma del abandono, del aislamiento, ronda ese hogar como un fatalismo: otra adversidad que enfrentar.

      La tragedia en la mina San José, entonces, no es el primer quiebre biográfico de la víctima de un país indolente. Mario Sepúlveda es un sobreviviente desde antes. No de la sepultación en la mina, sino de una vida de abusos. Siente felicidad allá abajo. El accidente, paradójicamente, es la oportunidad para su protagonismo; para salir, eufórico, de la invisibilidad personal y de sus compañeros: “Sentí que en mis hombros estaba el peso de la vida de todos los treinta y tres”. Y el humor, uno de los principales pilares de la resiliencia comunitaria, fue su recurso característico que lo ayudó a cohesionar el grupo.

      La indolencia se expresaba de otra manera: una extensión de un patrón explotador que había tenido en su niñez: “La seguridad de los trabajadores no era importante para los dueños de la mina; solo querían ganar más lucas y punto”. Los empresarios no atendieron las advertencias sobre el peligro, no instalaron la escalera de escape para caso de accidentes, la comida para esos casos estaba vencida. Después, las promesas, el presidente de gira con el papelito “Estamos bien los 33” y un ministro corrupto se empinó desde ahí como presidenciable. La invisibilidad de los pobres continúa. En tanto, los Mario Sepúlveda toman la vida como un desquite, reconocen sus vergüenzas, superan los miedos, mantienen el humor, defienden su memoria. Los invisibles buscan la grieta por la cual salir de la oscuridad.

      Jorge Montealegre I.

      El porqué de la historia

      Supe la historia de Mario Sepúlveda mucho antes de conocerlo a él en persona. Me enteré de los detalles de su vida cuando grabé la historia afuera de la mina San José. Durante las semanas que estuve en el campamento Esperanza, pasé largas horas hablando con su familia, especialmente con Scarlette Sepúlveda, la hija mayor de Mario. En nuestras conversaciones me contaba a menudo anécdotas de su padre, un hombre poco convencional, pero al mismo tiempo religioso, comprometido y luchador incansable por los derechos de los trabajadores. En medio de esas historias de vida había algo diferente, intrigante y complicado en las imágenes que me presentaban de esta persona. Un mundo confuso, magnético y a veces irracional aparecía como parte integral de la existencia de Mario Sepúlveda.

      Sus hijos y su esposa a menudo me hablaban del increíble sentido de humor que tenía Mario, que conseguía hacerlos reír en los momentos más difíciles y convertirse siempre en el payaso de todas las fiestas, pero también podía ser un hombre serio, un líder generoso y fuerte, capaz de mover montañas y lograr lo que se proponía “aunque tuviera a medio mundo luchando en su contra”. Me contaron también de la vida difícil y dolorosa que había tenido Mario, prácticamente huérfano, que se crio en la más terrible de las pobrezas en el sur de Chile. Y durante estas largas conversaciones, entre lágrimas de dolor y desesperación —por la inseguridad de las operaciones de rescate que se llevaban a cabo en la mina San José—, esta familia aseguraba, con increíble confianza, que Mario Sepúlveda saldría de la mina vivo. No tenían dudas de que este hombre, más grande y fuerte que un coloso humano (interiormente), lograría salvarse y salvar a su grupo en el rescate más conmovedor de principios del siglo XXI. Y así fue. La confianza que tenía esta familia en las habilidades y el poder invencible de Mario, junto con su inquebrantable fe en una fuerza divina, fueron claves para que sobrevivieran los treinta y tres mineros atrapados, después del derrumbe del 5 de agosto de 2010.

      Antes de que salieran de la mina los treinta y tres mineros, me parecía conocer a Mario Sepúlveda sin haberlo visto nunca, ni haber hablado con él en ninguna ocasión. Por lo que había escuchado, me sabía su vida de memoria. La conocía porque me la habían contado desde varios puntos de vista: su mujer, sus hijos, algunos miembros de la familia y varios amigos. Lo conocía también como personaje de las historias de otros. Historias en que, irónicamente, a menudo, Mario era el protagonista y no un personaje secundario.

      Sin embargo, las sorpresas de quién era verdaderamente Mario, de cómo fue y es su vida ahora, vinieron después. Llegaron cuando lo conocí en persona y tuve la oportunidad de pasar horas hablando con él. El Mario con el que compartí, de muchas maneras, no era el mismo hombre que yo había creado en mi mente con los testimonios de los otros. Después de enfrentar esas múltiples versiones de la misma persona, empecé a hacerme preguntas y a hacerle preguntas a él mismo. En nuestras largas conversaciones traté de entender cuál era la diferencia entre estas narrativas. No fue fácil encontrar los hilos que unían la historia para hilar la tela de su vida completa, separando el antes y el después del accidente en la mina. Mario, a menudo, me cambiaba las historias, aumentando o disminuyendo el impacto de las experiencias, de acuerdo con su estado de ánimo. Y esos cambios repentinos me llevaban siempre a la misma pregunta: ¿quién fue y quién es, ahora, este campesino-minero convertido en héroe, en ídolo, para muchos? No he encontrado una respuesta clara y específica a esta pregunta. He encontrado varias, y todas ellas aparecen en las páginas de este libro.

      Mario, personaje inmortalizado en el cine por Antonio Banderas, minero que se salvó milagrosamente de un accidente único en la trayectoria de la minería en Chile, tiene más que una historia. Es un hombre que antes era invisible y ahora muchas veces se siente mesiánico, líder, y otras tantas… loco. Pero entre estas definiciones hay un amplio espacio desconocido que es bueno conocer. Un niño abandonado por la familia y la sociedad. Un vagabundo que durmió y comió con los perros las sobras de un patrón miserable e inhumano. Un campesino del sur de Chile, que hace el servicio militar voluntario en los tiempos de la dictadura como única alternativa a una vida mejor. Un huaso que nunca quiso alejarse de la tierra donde nació, pero a quien la pobreza obligó a abrirse camino lejos. Un minero por accidente, que se enamoró del espacio profundo y silencioso del fondo de la tierra. Un minero que descubrió la belleza inconfundible del interior de las minas, cuando lo abrazaron con la fascinante iluminación de sus paredes cubiertas de brillos secretos. Esos espacios profundos que se convirtieron en refugio de sus alucinaciones y que un día, sin misericordia, lo traicionaron y lo encerraron prisionero de un devastador derrumbe, que le cambió la existencia para el resto de sus días.

      Mario era un campesino invisible, como tantos otros. Un minero que no tuvo vida importante para nadie, incluso para su propio padre, hasta que esa misma vida lo acercó a la muerte. Y cuando se salvó, recién empezó a existir para Chile y el resto del mundo. Escaparse de la muerte lo hizo visible, le dio la existencia de personaje que nunca tuvo antes. Y desde ese momento en que sobrevivió la tragedia minera, ha empezado la lucha más grande de su vida, para continuar sobreviviendo.

      Recuerdo que, la noche del rescate, Scarlette me expresó que su padre era muy diferente al hombre que salía de la cápsula. “Algo extraño le está pasando a mi papá”, me dijo después de verlo


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