Prim. Benito Pérez GaldósЧитать онлайн книгу.
No se asuste. Déjeme que le explique… En el corazón de la Reina pueden entrar ustedes siempre que no pretendan echar de allí al confesor… y entrarán como por su casa si el propio confesor les lleva de la mano… ¿A qué ese asombro? ¿Qué quiere decirme con esa boca tan abierta que parece el buzón del correo?… Lo que acabo de decirle no tiene nada de absurdo… Ni vaya usted a creer que el confesor se come a los liberales en salsa de Concordato… Si es usted amigo de Prim, aconséjele que escoja en el Progresismo un par de docenas de hombres sentados y de buen criterio. ¡Los hay, vaya si los hay! Can tero, Santa Cruz, Perales, Cirilo Álvarez, Gómez de la Serna, Roda, Madoz… Con Olózaga no cuenten, porque ese… ya usted sabe… es de todo punto incompatible… Tampoco deben contar con don Manuel Cortina, no porque sea incompatible… todo lo contrario. Pero él ni a tiros quiere entrar en ninguna combinación de Gobierno… Pues sigo: una vez que haya juntado el amigo Prim un buen hatillo de progresistas serios y templados, tiene que pensar en construir su pirámide política sobre una base ancha, anchísima, Manolo… Pues… en el Ministerio que forme ha de entrar algún hombre significado en la retaguardia política; por ejemplo, don Pedro Egaña… ¿Qué? ¿se ríe usted… cree que estoy loca? ¿Pero, alma de Dios, no ha reparado que don Pedro Egaña y su periódico han sido los más entusiastas apologistas de Prim por su retirada de Méjico?
— No ha sido por amor al General, sino por el odio que los neos tienen a Napoleón.
— Sea por lo que fuese, Tarfe amigo, tenga usted por cierto que sería viable, como ahora dicen, un Ministerio de Progresismo tibio con tropezones de neísmo ilustrado. Me consta también que don Pedro Egaña no haría fu, y que se dejarían querer otros que han comido con Narváez, como Alejandro Castro, quizás Benavides… Ayer mismo, hablando con Carriquiri, hicimos un recuento de los moderados que están rabiando por deshacerse del Espadón… ¿Qué dice usted? ¿Se ha quedado lelo? La gramática política, que es parda como usted sabe, tiene por regla principal aprovechar las ocasiones… Recoger a los descontentos es otra regla muy práctica. Si usted no lo entiende, Prim, que es listo, lo comprenderá… Con que, ¿he dicho algo?
— Más de lo que yo esperaba, y todo substancioso, como de quien conoce a fondo la realidad de las cosas y ve en la política un arte culinario, no para dar de comer a los pueblos, sino para matar el hambre de cuatro vividores… No creo, amiga mía, que esté el país para esos pistos o bodrios indecentes. Cuando Prim sepa la comida que usted le prepara… creo que se le revolverá el estómago… Y hasta otra tarde, mi dulce amiga. Me voy: temo perder el tren».
Despidiéndole en la puerta, Eufrasia con fría serenidad sonriente le dijo: «El guiso que les ofrezco es el único. No hay otro, Manolito. Pruébenlo: no sabe mal. Todo es acostumbrarse… La cuestión es ir viviendo…».
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