La escultura griega es, probablemente, el aspecto más conocido del arte griego. Para un contemporáneo, expresa el ideal de la belleza y de la perfección plástica. Es la primera de las artes clásicas que trató de liberarse de las restricciones imitativas, de la representación precisa de la naturaleza. Solo se conoce una mínima parte de la producción escultórica de la Grecia antigua. Muchas de las obras maestras que se describen en las obras de literatura clásica se han perdido o han sufrido daños considerables, y la mayoría de las piezas que conocemos son copias más o menos hábiles y fidedignas efectuadas durante la época romana. Desde el Renacimiento hasta la actualidad, muchas obras han sido restauradas por escultores occidentales, que, con frecuencia, las han interpretado de una forma muy diferente a su planteamiento original. De este modo, el discóbolo se convierte en un gladiador moribundo, un dios recibe los atributos de otro y las piernas de una estatua se implantan en el torso de otra. «El alma de la escultura griega abarca toda la escultura. Su simplicidad esencial desafía cualquier definición. Podemos sentirla, pero no podemos expresarla. “Abre los ojos, estudia las estatuas; mira, reflexiona y vuelve a mirar” debe ser el precepto continuo de todo aquel que quiera aprender o conocer la escultura griega».