Leopoldo Orozco anda por la cuerda floja lanzando suspiros de acróbata (como diría Hudiobro) en este excelente libro de cuentos, y sobre todo de minificciones, que seguro dejará una grata impresión en sus lectores. A Leopoldo le gusta jugar con la expectación, además de conseguir que quien lo lee sea parte de un estimulante simulacro lúdico en este cauce de historias. En la cuerda floja despierta la curiosidad y el asombro, como toda buena obra de ficción. Lo hace, además, con una prosa ágil, cuidadosamente construida, lo que demuestra la madurez en un autor relativamente joven; y que acusa, por fortuna, la presencia de un magnífico lector de tal género literario. Las minificciones del libro son ingeniosas, humorísticas, ucrónicas, lo que las vuelve contemporáneas. Hay en estas páginas alusiones a Creta, a la música clásica, a la fenomenología del rayo, a los funambulistas veracruzanos y hasta a un hombre invisible. Todo ello desde un punto de vista intertextual, muy de los tiempos que corren. Orozco es una feliz aparición en el panorama de las ficciones y minificciones mexicanas, siguiendo en sus páginas la línea que Julio Torri, Augusto Monterroso y Agustín Monsreal han trazado con la publicación de sus cuentarios en Latinoamérica. No se pueden perder este texto. Valga la cuarta de forros para antojarles la obra de Orozco; de Leopoldo, un nombre que no es importante, del que sólo debe saberse que fue un equilibrista dedicado al arte de la cuerda. Ulises Paniagua