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El Maestro y Margarita. Mijaíl BulgákovЧитать онлайн книгу.

El Maestro y Margarita - Mijaíl Bulgákov


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Ayer, delante de mí, lo descuartizó el tranvía en los Estanques del Patriarca y ese mismo enigmático ciudadano... —¿El que conoció a Poncio Pilato? —al parecer, Stravinski mostraba una gran comprensión.

      —Precisamente él —afirmó Iván, estudiando a Stravinski—, el caso es que él dijo, anteriormente, que Annushka derramaría el aceite de girasol... y, precisamente, él resbaló en ese lugar. ¿Qué le parece? —dijo Iván con aire significativo, esperanzado en producir un gran efecto con sus palabras.

      Pero el efecto no se produjo y Stravinski se limitó a preguntar: —¿Y quién es esa Annushka?

      Tal pregunta desconcertó algo a Iván cuyo rostro se crispó.

      —Aquí Annushka no es importante —dijo con nerviosismo— el diablo sabrá quién es. Simplemente; una idiota de h calle Sadóvaia. Pero lo importante es que él, de antemano, ¿lo comprende?, de antemano, conocía del aceite de girasol. ¿Me comprende?

      —Perfectamente —respondió Stravinski muy serio y, tocando la rodilla del poeta, añadió—: no se ponga nervioso y prosiga. —Continúo —dijo Iván, tratando de mantener el tono de Stravinski, conocedor por su amarga experiencia de que sólo la tranquilidad lo ayudaría—, bueno, es un tipo terrible, que miente al decir que es consultante, posee una fuerza nada común... Por ejemplo, se le persigue y es imposible alcanzarle. Con él anda un par, también de cuidado, pero no como él, uno largo de lentes rotos y, además, un gato de increíble tamaño que viaja por sí mismo en el tranvía. Además... —sin ser interrumpido, Iván hablaba con gran ardor y convicción— él personalmente estuvo en el balcón de Poncio Pilato, de lo cual no hay la menor duda. ¿Bueno, qué es esto? ¿Eh? Es necesario arrestarlo inmediatamente o de lo contrario producirá una desgracia indescriptible.

      —Usted insiste en que lo arresten. ¿Lo comprendí bien? —preguntó Stravinski.

      "Es muy inteligente", pensó Iván, "hay que reconocer que entre los intelectuales también aparecen raros inteligentes. Eso no se puede negar."

      —Totalmente correcto. Y cómo no voy a insistir. Piénselo. Mientras tanto me han recluido aquí a la fuerza, me introducen en los ojos una linterna, me meten en el baño, me preguntan cosas sobre mi tío Fedor y él hace tiempo que desapareció. Exijo que me suelten inmediatamente.

      —Bueno, muy bien. Todo se ha aclarado. Verdaderamente, ¿qué sentido tiene retener en una clínica a un hombre sano? Bien. Ahora mismo le daré de alta si me dice que usted es normal. No me lo demuestre, sólo dígamelo. ¿Bien, es usted normal?

      Se hizo un silencio total y la mujer gorda que por la mañana se había ocupado de Iván, miró con veneración al profesor. Iván pensó otra vez: "Positivamente, muy inteligente".

      La propuesta del profesor le resultó muy agradable, pero, antes de contestar lo pensó una y otra vez, amigando el ceño y, por fin, dijo con firmeza:

      —Sí, soy normal.

      —Bueno, muy bien —exclamó Stravinski aliviado— y si es así, vamos a razonar con lógica. Tomemos el día de ayer de usted —el profesor se volvió y enseguida le dieron la hoja sobre Iván—. En la búsqueda de un desconocido que se le presentó como un conocido de Poncio Pilato, usted hizo lo siguiente —Stravinski comenzó a doblar los dedos señalando tanto a la hoja como a Iván—. Se colgó un icono del pecho, ¿cierto?

      —Cierto —asintió Iván taciturno.

      —Saltó una reja y se lastimó el rostro. ¿Cierto? Se presentó en el restaurante con una vela encendida en la mano, en ropa interior y allí golpeó a alguien. Lo trajeron aquí amarrado. Aquí llamó a la Milicia y les pidió enviar ametralladoras. Después hizo un intento de arrojarse por la ventana. ¿Cierto? Me pregunto, ¿actuando así es posible atrapar o arrestar a alguien? Si usted es una persona normal tendrá que responderse que es imposible. ¿Desea salir de aquí? Por favor. Pero, permítame preguntarle, ¿a dónde irá?

      —Por supuesto, a la Milicia —respondió Iván, ya no tan seguro y algo confundido por la mirada del profesor.

      —¿Desde aquí, enseguida?

      —Sí.

      —¿Y a su departamento no irá? —preguntó el profesor con rapidez.

      —No tengo tiempo. Mientras voy, él se escapará.

      —Bien. ¿Qué le dirá a la Milicia en primer lugar?

      —Le hablaré de Poncio Pilato —los ojos de Iván se cubrieron con un velo sombrío

      —Entonces muy bien —exclamó Stravinski convencido y dirigiéndose a alguien dijo—: Fedor Vasílievich, por favor, envíe a Desamparado a la ciudad, pero esta habitación no lo ocupe ni cambie la ropa de cama. Dentro de dos horas el ciudadano Desamparado estará de regreso aquí. Y bien —se dirigió el profesor al poeta— no le deseo éxito porque en ese éxito no creo en lo absoluto. Hasta un pronto encuentro —se levantó y la comitiva se movió. —¿Por qué razón estaré de vuelta aquí? —preguntó Iván alarmado.

      Stranvinski que, al parecer, aguardaba aquella pregunta, se sentó rápidamente y dijo:

      —Por la razón de que en cuanto usted se presente en calzones ante la Milicia y diga que ha visto a un hombre que conoció personalmente a Poncio Pilato lo traerán al momento para aquí y usted se encontrara de nuevo en esta habitación.

      —¿Qué tienen que ver aquí los calzones? —preguntó Iván mirando confundido.

      —Lo más importante es Poncio Pilato. Y los calzones también. La ropa de la clínica se la quitaremos y le daremos su vestimenta. Y a usted lo trajeron en calzones. A propósito, usted no se propone ir a su departamento aunque yo se lo mencione. Luego viene lo de Pilato y todo estará listo.

      Aquí algo raro le sucedió a Iván. Fue como si su voluntad se partiera y se sintió débil y necesitado de consejo.

      —¿Entonces qué hacer? —preguntó esta vez con timidez.

      —Vaya, muy bien. Eso es una pregunta razonable. Ahora le diré lo que en realidad le ocurrió a usted. Ayer alguien le asustó fuertemente y le confundió con el relato de Poncio Pilato y las otras cosas. Y usted, un hombre enervado, nervioso, comenzó a recorrer la ciudad contando sobre Poncio Pilato. Es totalmente natural que lo hayan tomado por un loco. Ahora su salvación es sólo una, el completo reposo. Imperiosamente, usted necesita quedarse aquí. —Pero es imprescindible capturarlo —gritó Iván suplicante. —Bueno, pero ¿por qué tiene que hacerlo usted? Escriba en un papel todas sus sospechas y acusaciones contra esa persona. Nada más sencillo que enviar su declaración a donde corresponde y, si como supone, tenemos que ver con un criminal, todo se aclarará en breve. Pero con una condición, no se caliente la cabeza y trate de pensar menos en Poncio Pilato. No es poco lo que se puede contar, pero no se puede creer en todo.

      —Entendido —dijo Iván con resolución—; por favor, papel y pluma.

      —Déle papel y un lápiz corto —ordenó Stravinski a la mujer gorda y a I van le dijo:

      —Pero le aconsejo no escribir hoy.

      —No, no, hoy, enseguida —grito Iván alarmado.

      —Bien. Sólo que no se sobrecargue el cerebro. Si no sale hoy, saldrá mañana.

      —El escapará.

      —No, no —respondió Stravinski con seguridad— no irá a ningún lado. Se lo garantizo. ¿Me oye? —preguntó de repente Stravinski que, con ambas manos, tomó las manos de Iván entre las suyas, le miró larga y fijamente a los ojos y repitió—: Aquí le ayudarán. ¿Me oye?... Recibirá alivió... Aquí se está tranquilo, en reposo... aquí le ayudarán.

      Iván bostezó y la expresión de su rostro se suavizó.

      —Sí, sí —dijo con tranquilidad.

      —Muy bien —dijo Stravinski como de costumbre y,


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