Europa y el Mediterráneo. Varios autoresЧитать онлайн книгу.
palestino, aspecto que no llegó a recogerse en los Acuerdos de Oslo, y, en consecuencia, establecía un calendario para la consecución de tal meta. El proyecto estaba secuenciado en tres fases que deberían conducir a la aparición de un Estado palestino a finales del año 2005. En una primera fase, los palestinos deberían emprender una profunda reforma administrativa y securitaria, así como organizar unas elecciones libres; por su parte, los israelíes deberían retirarse de los territorios autónomos. En la segunda fase, se debería aprobar una Constitución palestina y crear un Estado con «fronteras provisionales» antes de que, en la tercera fase, se fijasen sus fronteras definitivas, momento en el cual deberían lograrse también acuerdos en torno a los espinosos temas de los refugiados, Jerusalén y los asentamientos.
La Hoja de Ruta ponía especial énfasis en las reformas condicionando en todo caso la independencia palestina al final de la Intifada, la reforma de la Autoridad Palestina, la aprobación de una Constitución y la elección de un nuevo Parlamento. A cambio, Israel debería «congelar toda actividad colonizadora de acuerdo con el Informe Mitchell, incluido el crecimiento natural de los asentamientos». Mediante esta fórmula se pretendía evitar que los gobiernos israelíes se escudasen en el pretexto de satisfacer el «crecimiento natural» de los asentamientos para intensificar la colonización. Al reclamar la creación de un Estado palestino con unas fronteras seguras y reconocidas a finales de 2005, el Cuarteto daba por concluida la fase de «la ambigüedad constructiva» que caracterizó todo el Proceso de Oslo.
Tres años después de su planteamiento, cabe preguntarse si la Hoja de Ruta ha logrado sus objetivos y continúa siendo válida. Parece evidente que la respuesta a la primera pregunta es negativa ya que, aunque se han registrado tímidos avances (reforma de la Autoridad Palestina, elección de un primer ministro palestino, aprobación de una Constitución), es evidente que no se ha conseguido avanzar en la creación del Estado palestino que parece cada día menos viable debido a la política de hechos consumados practicada por el gobierno israelí. En cuanto a la segunda cuestión, el plan de paz del Cuarteto repite algunos de los principales errores que precipitaron el fracaso del Proceso de Oslo –solución por etapas y consagración del desequilibrio entre las partes– y, además, ha quedado absolutamente obsoleto tras la construcción del Muro que impone las nuevas fronteras de facto de Israel.
El informe de los cónsules europeos en Jerusalén Este denunciaba que «las actividades de Israel en Jerusalén se hacen tanto en violación de sus obligaciones para con la Hoja de Ruta como de la ley internacional». Al mismo tiempo, el informe reclamaba una posición europea más enérgica:
Declaraciones claras por parte de la UE y del Cuarteto de que Jerusalén sigue siendo un asunto de negociación por ambos lados, y que Israel debe desistir de todas las medidas diseñadas para supeditar tales negociaciones, sería oportuno. También debemos apoyar actividades culturales, políticas y económicas palestinas en Jerusalén Este.
¿Y AHORA QUÉ?
Cuando fue planteado en 1995, el Proceso de Barcelona partía de la base de que el Proceso de Oslo, patrocinado por EEUU, desembocaría finalmente en un acuerdo de paz. En consecuencia con este planteamiento, la UE asumió un perfil político bajo y consideró que su papel debería restringirse a su labor de donante. Sólo cuando las negociaciones llegaron a un callejón sin salida, Bruselas intentó, sin demasiado éxito debido a la renuencia de Tel Aviv, elevar el listón de su implicación.
En estos últimos diez años, la UE ha evidenciado una notable incapacidad para influir en el curso del proceso de paz y, lo que parece más preocupante, parece haberse resignado a su condición de actor secundario. A pesar de poseer los instrumentos necesarios para intentar impulsar una solución negociada del conflicto, la UE se niega a apostar claramente por esta carta lo que ha dejado a EEUU como único interlocutor entre israelíes y palestinos, con todas las consecuencias que ello tiene. Desde el colapso del Proceso de Oslo en el año 2000, Israel ha conseguido imponer su propia agenda basada en proseguir su política de hechos consumados y arrinconar a la parte palestina mediante decisiones unilaterales (como se ha visto en la retirada de Gaza y en la construcción del muro). Esta ausencia europea de la mesa de negociación, además de errónea, puede tener desastrosas consecuencias futuras para la UE al gangrenar la sangrante herida del conflicto israelo-palestino.
De cara a un futuro, la UE debe demandar, por incómoda que le resulte la tarea, el cumplimiento de las recomendaciones de la Corte Internacional de Justicia. De no hacerlo, corre el riesgo de que la posibilidad de crear un Estado palestino independiente y viable se esfume de manera definitiva. En el caso de que Israel persista en su actitud, la UE debe contemplar la posibilidad de congelar el Acuerdo de Asociación con Israel amparándose en su sistemático incumplimiento de los derechos humanos. Hay voces que van más lejos y reclaman la imposición de sanciones, como el parlamentario laborista británico Gerald Kaufman que considera que
el único modo de salir del impasse actual es imponer sanciones económicas y un embargo de armas contra Israel. Esta misma política derribó el apartheid en Sudáfrica, que también fue condenada por la Corte Internacional de Justicia en 1971 por su ocupación ilegal de lo que hoy en día es Namibia.[5]
De no hacerlo, la UE corre el riesgo de asistir como un convidado de piedra al agravamiento de la situación de los bantustanes palestinos que se sitúan tras el Muro. En su calidad de donante, la UE no le quedará más alternativa que asumir la cada vez más costosa crisis económica que padecen los palestinos. No debe olvidarse que en el curso de los últimos años, la asistencia europea a los palestinos se ha ido inclinando de manera progresiva a la asistencia humanitaria para intentar paliar la desesperada situación existente sobre el terreno.
Desde el año 2000, buena parte de las ayudas europeas ha sido reconducida hacia la ayuda de emergencia y humanitaria. En el periodo 2000-2003, el Programa MEDA II incrementó de manera considerable la cuantía de sus ayudas a los territorios palestinos (277,8 millones de euros frente a los 111 del MEDA I durante el periodo 1995-1999). Como reconoció la Comisión Europea, el incremento de esta ayuda respondía en gran parte «al empeoramiento económico y a la crisis humanitaria».[6] Esta misma tendencia se acentuó en 2005 cuando se comprometieron 279 millones de euros de los que 192 millones fueron destinados a cubrir las necesidades inmediatas de la población palestina. La mayor parte de esta cantidad (un total de 122 millones) se destinó a los refugiados y a la ayuda humanitaria.[7]
[1] Víctor de Currea-Lugo, Palestina. Entre la trampa del muro y el fracaso del derecho, Icaria, Barcelona, 2005, p. 241.
[2] Israel’s Human Rights Behaviour 2004-2005, Euro-Mediterranean Human Rights Network, 2005.
[3] http://europa.eu.int/comm/external_relations/gaza/intro/index.html.
[4] Miguel Ángel Moratinos, «El Cuarteto de Oriente Próximo: el papel de la Unión Europea y la implicación de la comunidad internacional en el conflicto» en Ignacio Álvarez-Ossorio (ed.), Informe sobre el conflicto de Palestina. De los Acuerdos de Oslo a la Hoja de Ruta, Madrid, Ediciones del Oriente y el Mediterráneo, 2003, p. 258.
[5] The Guardian, 12 de julio de 2004.
[6] <http://europa.eu.int/comm/europeaid/projects/med/bilateral/w_b_gaza_en.htm>.
[7] Distribuida de la siguiente manera: 65 millones para el fondo general de la UNRWA, 29 millones para el programa de ayuda alimentaria de la UNRWA y otros 28 millones distribuidos por la ECHO entre las