Compañero Presidente. Mario Amorós QuilesЧитать онлайн книгу.
el nuestro, sometido a la tremenda y violenta fuerza de la presión internacional, que se ejerce en lo económico y en lo político.
Como era habitual en aquellos años, después de fundamentar su alianza con los comunistas, aclaró que los socialistas mantenían con ellos diferencias en política internacional:
Porque he creído sinceramente que los comunistas chilenos acatan los compromisos contraídos con nosotros –y lo he probado a lo largo de algunos años que tengo de contacto con ellos–, sigo lealmente trabajando sobre la base de esos compromisos neta y claramente establecidos. Jamás nosotros aceptaríamos la presencia del Partido Comunista si ello significara, de parte nuestra, hipotecar nuestro derecho a criticar, a analizar, a desmenuzar la política internacional de la Unión Soviética. Si los comunistas chilenos están de acuerdo con algunos puntos de esa política, o no lo están, es problema de ellos; pero nunca ese problema se ha proyectado en nuestras relaciones y jamás han puesto como condición para mantener ese entendimiento el que nosotros opinemos de esta u otra manera en el aspecto internacional o nacional.
Honorables senadores liberales, mi partido está con el Partido Comunista, porque siempre sostendrá que las ideas, los principios y las doctrinas no se arrancan del corazón de los hombres y de las multitudes, ni con leyes represivas, ni con la cárcel, ni con el destierro, ni con la persecución. Reclamamos para los comunistas el mismo derecho a la vida cívica que para ustedes y para nosotros. Si dentro de este respeto ellos son capaces, por su ejecutoria, por su esfuerzo y su trabajo, de ser más grandes que nosotros, la responsabilidad es nuestra.
Hay muchos países de Europa donde el comunismo tiene vida legal y, sin embargo, los socialistas son mayoría y los partidos de ideas liberales también tienen una representación considerable. En igual forma, nosotros queremos que en nuestro país haya respeto para todas las convicciones.
Precisamente, hacía pocas semanas que los tanques soviéticos habían invadido Hungría, acción que había condenado en el Senado al abogar por un socialismo de bases libertarias y el principio de la libre determinación de los pueblos (Archivo Salvador Allende, 11, 1990: 139-141):
Lo que ocurre en Hungría no puede sernos extraño ni dejar de interesarnos desde un punto de vista humano y social.
La experiencia vivida por la humanidad en estos días reafirma lo que hemos venido sosteniendo en cuanto a que los principios socialistas pueden y deben buscar los cauces de superación y reemplazo del capitalismo de acuerdo con las características de cada país.
Es evidente el fracaso de todas las tendencias que han creído que los regímenes políticos pueden ser trasplantados o impuestos sobre los pueblos. No hay pueblo que acepte el colonialismo mental o espiritual y, tarde o temprano, su lucha emancipadora buscará sus legítimos y propios derroteros. (...)
Sin discusión, los errores en que se ha incurrido en Hungría han provocado una reacción que ha llegado a convertirse, por desgracia, en una verdadera guerra civil.
Nosotros, que somos partidarios de la autodeterminación de los pueblos, no podemos dejar de expresar claramente nuestra palabra condenatoria de la intervención armada de la Unión Soviética en Hungría. Ni aun con el pretexto de aplastar un movimiento reaccionario que significara la limitación de las conquistas sociales o económicas que pudiera haber alcanzado el pueblo húngaro y la vuelta a formas políticas caducas justificaríamos nosotros la intervención de una potencia extranjera. Y mantenemos esta actitud cualquiera que sea el país de que se trate.
En junio de 1957, el XVII Congreso General del Partido Socialista sancionó la reagrupación de sus filas. En el programa aprobado, que asumía la línea política del Frente de Trabajadores, se incluyeron medidas como la nacionalización sin indemnización de «todas las empresas imperialistas extractivas y servicios de utilidad pública, bajo control y administración obrera»; la planificación de la producción nacional a partir de las necesidades señaladas por unos comités de obreros, campesinos y empleados; la nacionalización de la banca y de las compañías de seguros y el monopolio del comercio exterior por el Estado; una «revolución agraria», con la expropiación sin indemnización de los latifundios; la derogación de todas las leyes represivas, en especial la Ley Maldita (Casanueva Valencia y Fernñandez Canque, 1973: 190). Como secretario general fue elegido Salomón Corbalán y, entre los miembros del Comité Central estuvieron Raúl Ampuero, Clodomiro Almeyda, José Tohá o Belarmino Elgueta, pero no Salvador Allende, que nunca más volvió a integrar este órgano de dirección.
Moulian subraya que el Partido Socialista surgido de la reunificación de 1957 era distinto del existente hasta entonces, ya que era una organización marcada por su participación en las coaliciones de centro-izquierda de 1938-1946 y por el apoyo al experimento populista de Ibáñez (2005: 41).
Esa evaluación negativa de ambas experiencias generó dos efectos en el terreno ideológico. El primero es que se produce una mayor vertebración de las opciones estratégicas del partido, antes medio difusas e implícitas, en especial el tópico de la definición del carácter de la revolución. El segundo es la acentuación del carácter crítico hacia las posiciones del Partido Comunista, realizada desde un lugar más a la izquierda, lo que significa el desarrollo por parte de los socialistas de una fórmula estratégica distinta (el Frente de Trabajadores).
El otro acontecimiento decisivo de aquel año fue la creación el 27 de julio de 1957 del Partido Demócrata Cristiano (PDC). Dos décadas antes el impulso de un grupo de jóvenes dirigentes de la Acción Católica, como Bernardo Leighton, Eduardo Frei, Radomiro Tomic o Rafael Agustín Gumucio, había transformado la rama juvenil del vetusto Partido Conservador en la Falange Nacional (Grayson, 1968: 100-144),[4]un partido que siempre tuvo un rol secundario. Así, en 1953 tan sólo logró elegir tres diputados, el mismo número que en 1941, de ahí la necesidad evidente de agrupar su espacio político, materializada en la constitución de la Federación Social Cristiana en septiembre de 1953 junto con el Partido Conservador Social Cristiano.
Las elecciones de 1957 les rescataron de la marginalidad política al obtener casi el 10 % de los votos y 14 diputados; además, Eduardo Frei conquistó un escaño de senador por Santiago, por delante de Jorge Alessandri, con la mayor votación nacional, por lo que se lanzó a la carrera presidencial ya que, al igual que Allende, era capaz de capturar apoyos más allá de las fronteras partidarias. El 27 de julio de 1957 los dirigentes de la Falange (Eduardo Frei y Rafael Agustín Gumucio) y del Partido Conservador Social Cristiano suscribieron en el Salón de Honor del Congreso Nacional el acta de nacimiento del Partido Demócrata Cristiano, que en apenas seis años se convertiría en el primer partido del país y sólo siete años después alcanzaría la Presidencia de la República con un ambicioso proyecto reformista.
La reunificación socialista y la fundación del PDC fueron el preludio de la larga campaña de las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de 1958. Sin embargo, antes de que los ciudadanos concurrieran a las urnas, el Congreso Nacional aprobó dos reformas legales trascendentales promovidas por el Bloque de Saneamiento Democrático, integrado por las fuerzas de izquierda, el PDC y el Partido Radical: la derogación de la «Ley Maldita» y una nueva ley electoral que desterró el cohecho e instituyó la cédula única (el uso de una sola papeleta para votar) a partir del año siguiente.
Con el lema «Un camino nuevo, un candidato popular y un programa de lucha», entre el 15 y el 17 de septiembre de 1957 el Salón de Honor del Congreso Nacional acogió la Convención Presidencial del Pueblo, en la que participaron 1.800 delegados que eligieron la candidatura de Allende entre otras cinco y definieron las propuestas medulares de la izquierda (Arrate y Rojas, 2003: 322).
En mayo de aquel año, Salomón Corbalán, secretario general del Partido Socialista, había informado a Allende de la resolución de la dirección de lanzar su candidatura presidencial, a pesar de que no había sido fácil, le precisó, tal decisión. Si bien reaccionó con ironía, éste se apresuró a sugerir la celebración de una amplia y plural asamblea de las fuerzas políticas y sociales de izquierda. Aquella noche cenó en casa de Osvaldo Puccio (1985: 44):
Allende planteó cómo se imaginaba la convención presidencial