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Hermandad global  - José Ramón Pascual García


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al mundo, sino que se forma en medio del mundo [...]. Por eso la tarea de la Iglesia como pueblo de Dios, y del Concilio como su testigo, es dar prueba «de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana de la que forma parte», y de «dialogar» con el género humano sobre los distintos problemas con los que se enfrenta 17.

      Las primeras frases de la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual son la clave de entrada para comprender la intención de todo el Concilio:

      Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de las personas de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. [...] La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia (GS 1).

      Porque la Iglesia es en el mundo, se siente vinculada a él; y la percepción de tal vínculo la compromete constitutivamente:

      El giro copernicano que se produce en la eclesiología se traduce inevitablemente en la nueva forma de percibir el mundo y de relacionarse con él. Este cambio habría sido imposible sin las perspectivas aportadas por los teólogos de la nouvelle théologie preconciliar (en buena medida, condenados por Pío XII en su Humani generis 18) y particularmente por la recuperación de la dimensión histórica de la salvación y la superación de planteamientos teológicos dualistas. Presupone una unión íntima entre la Iglesia y toda la familia humana, tal que lo genuinamente humano encuentra siempre eco en su corazón. La Iglesia no solo no está enfrentada con el mundo, sino que permanece felizmente anudada a él con vínculos imposibles de romper. De ahí que, formalmente, la Constitución acabará versando sobre: «La Iglesia en el mundo» y no como estaba previsto: sobre «La Iglesia y el mundo» 19.

      La calificación de Constitución «pastoral» es insólita en la historia de los concilios. La posible –aunque errónea– comprensión minimalista de este carácter pastoral queda eliminada en su propia nota explicativa inicial de este modo:

      La Constitución pastoral sobre La Iglesia en el mundo de hoy, aunque consta de dos partes, tiene intrínseca unidad. Se llama Constitución «pastoral» porque, apoyada en principios doctrinales, quiere expresar la actitud de la Iglesia ante el mundo y el hombre contemporáneos. Por ello, ni en la primera parte falta intención pastoral, ni en la segunda intención doctrinal. […] Hay que interpretar, por tanto, esta Constitución, según las normas generales de la interpretación teológica, teniendo en cuenta, sobre todo en su segunda parte, las circunstancias mudables con las que se relacionan, por su propia naturaleza, los asuntos en ella abordados.

      Esta catalogación pastoral no supone, entonces, una menor relevancia doctrinal ni significa una devaluación de la autoridad constitucional de la Iglesia 20. Antes al contrario, sanciona un plus teológico y eclesiológico:

      Magisterio «pastoral» significa una formulación positiva de la fe que está preocupada por buscar un lenguaje que llegue a la gente de hoy. Las circunstancias históricas en las que se desarrolla la vida de la Iglesia, sujeta, por tanto, a nuevas realidades que la rodean, contribuyen a que la riqueza de la doctrina revelada vaya desentrañando toda la gama de posibilidades que anidan y están encerradas en ella. La circunstancia histórica del Vaticano II, el reconocimiento de los signos de los tiempos, obligaban al Concilio a desentrañar los tesoros de la revelación que deben iluminar al hombre del mundo de hoy. «Pastoralidad» no implica renuncia a la teología, ni la teología conciliar debía perderse en la sutil especulación de los profesionales 21.

      A la vez, este encuentro de la Iglesia con el mundo ha de ser permanente, porque somos historia. La relación de alteridad no se realiza de una vez «para siempre», sino que hay que mantenerla «durante» toda la existencia, en cada situación histórica; permanentemente. Porque la Iglesia está en el mundo, y todo lo que hay y ocurre en el mundo le importa y le afecta. Su misión evangelizadora se realiza en servicio y diálogo con la humanidad. La historia aporta novedades positivas y también sombrías; junto con todas las personas de buena voluntad, las personas cristianas habremos de celebrar con gozo las primeras y transformar las segundas con parresía: «Desde este Pentecostés eclesial [el Concilio Vaticano II], la mirada sobre ese mundo será siempre muy otra y constituirá una continua invitación a transformarlo audaz y creativamente según el sueño de Dios» 22.

      Y, por último, la eficacia de la propia sacramentalidad de la Iglesia solo es posible en el ejercicio de su alteridad compasiva con el mundo. Solo es signo eficaz cuando se comprende y se sitúa en medio de la realidad humana, afectada por ella y en cooperación servicial hacia ella y con ella. La Iglesia deja de pretenderse idéntica al Reino o como realización de la salvación misma, y se comprende como sacramento de salvación, como signo efectivo y vigoroso –entre otras personas y junto con ellas– con la especificidad de transparentar la presencia de Jesucristo, salvador en medio del mundo.

      Así establece una nueva «relación para con el mundo en la modernidad, dejando a un lado la consigna del extra Ecclesiam nulla salus. […] Parte de una consideración del misterio de Dios, que no se detiene en los límites de la Iglesia, sino que los rebasa. Esa salvación acontece también fuera y antes de que llegue la Iglesia» 23. Tendríamos que enmendar aquella sentencia del obispo san Cipriano de Cartago –quien mantuvo también una controversia con Esteban, el entonces obispo de Roma 24– y reescribirla así: Extra Ecclesiam etiam salus (Fuera de la Iglesia también está la salvación, o bien: Incluso fuera de la Iglesia hay salvación).

      Quedaban, en fin, pendientes de nuevo tratamiento los temas ya clásicos 25. Las personas y comunidades empobrecidas, las excluidas, las víctimas de toda injusticia, cuyo tratamiento estuvo en los debates conciliares, pero quedaron ausentes en sus documentos, permanecían ausentes también todavía como causa de reivindicación de justicia social y política por parte de la Iglesia. A lo más, siguen siendo destinatarios de su atención. La Iglesia ya venía indicando la necesidad de cambios estructurales a favor de la promoción integral de toda persona; pero lo hacía tímida e insuficientemente, o los medios de comunicación decidieron no ser voceros de la Iglesia. Hasta que los cardenales de la Iglesia –escuchando a la Rúaḥ, que habla y obra en la historia– designaron a Francisco como obispo de Roma. Lo que dice y lo que escribe Francisco se entiende con claridad. Y, quizá por eso, el cuarto poder haya pensado: si «la gente» se va a terminar enterando de lo que dice Francisco, pues que sea a través de mis medios; al menos puedo influir en la opinión pública, y hago negocio si la empresa de comunicación es privada. Puede que por eso Fratelli tutti haya tenido tanto impacto mediático. Quizá.

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