Ciudadanos, electores, representantes. Marta Fernández PeñaЧитать онлайн книгу.
de ambos países en los años precedentes y posteriores. Por ello, en realidad se ha tenido que abrir este eje temporal en sus dos extremos: al menos hacia 1854 en el caso de Perú –cuando tuvo lugar la Revolución Liberal y la segunda llegada al poder de Ramón Castilla– y hacia 1875 en lo que se refiere a Ecuador –cuando se produjo el asesinato de García Moreno y, con él, el final de la etapa política del conservadurismo–.
En lo que respecta a los enfoques metodológicos utilizados, esta investigación se concibe, en primer lugar, dentro del marco teórico y metodológico de una tendencia historiográfica que ha sido denominada como historia cultural de la política, nacida del encuentro entre la historia política y la historia cultural a partir de los años noventa del siglo XX. Es este un enfoque que otorga relevancia no solo a los acontecimientos políticos en sí mismos, sino a los discursos, las imágenes y las representaciones que los actores históricos elaboraron sobre estos. Por ello, debo mencionar que en este libro me acojo al concepto de lo político más que de la política, cuya distinción quedó expuesta de forma clarificadora en las palabras que pronunció Pierre Rosanvallon al inaugurar la cátedra de Historia Moderna y Contemporánea de lo político en el Collège de France en marzo de 2002:
Referirse a lo político y no a la política es hablar del poder y de la ley, del Estado y de la nación, de la igualdad y de la justicia, de la identidad y de la diferencia, de la ciudadanía y de la civilidad, en suma, de todo aquello que constituye a la polis más allá del campo inmediato de la competencia partidaria por el ejercicio del poder, de la acción gubernamental del día a día y de la vida ordinaria de las instituciones.1
Dentro de esta corriente historiográfica, en los últimos años ha ocupado un lugar fundamental el concepto de «cultura política», introducido por Almond y Verba en su origen, pero profundamente reformulado y adaptado historiográficamente por autores como Berstein o Sirinelli.2 Si bien este es un término caracterizado por la polisemia, algunos historiadores se han aventurado a dar ciertas definiciones sobre este. Así, por ejemplo, María Sierra lo ha definido como una «cartografía mental» que «permite interpretar el sistema político bajo el que se vive y encontrar sentido a la acción política, para la que consecuentemente predispone (o inhibe)».3 En cualquier caso, todos los investigadores interesados por este enfoque confiesan la dificultad de llegar a una definición consensuada y global del concepto; pero, a la vez, insisten en la utilidad que la noción de «cultura política» tiene para el historiador como herramienta de trabajo.
Desde estas perspectivas, la investigación que aquí se presenta trata de relacionar el estudio de los sistemas electorales y los textos constitucionales con los procesos de construcción de la ciudadanía y del poder político que tuvieron lugar en Perú y en Ecuador durante la segunda mitad del siglo XIX. Por tanto, este estudio presta especial atención a las cuestiones discursivas y simbólicas, a los imaginarios políticos y sociales que sustentaron las prácticas políticas llevadas a cabo. Pero pretende hacerlo de forma contextualizada, teniendo siempre en cuenta los marcos legales e institucionales, las coordenadas económico-sociales, las luchas por el poder, etc., de cada momento. En concreto, esta investigación se centra en el análisis sobre la legislación promulgada y los debates a los que dio lugar, y presenta una reflexión sobre las interpretaciones y reelaboraciones discursivas que hicieron las élites políticas a partir de los principios teóricos del liberalismo.
En este sentido, me interesan, entre otros, conceptos como representación, ciudadanía, inclusión, exclusión, libertad o igualdad, y sobre todo qué significados tenían para las personas que los utilizaban en el momento en el que los expresaron. Me acojo, por tanto, a una metodología de análisis del discurso, partiendo del convencimiento, planteado por historiadores como Reinhart Koselleck, de que el lenguaje no solo refleja la realidad, sino que también la construye.4 Por ello, este libro fija su atención en la definición de conceptos políticos claves para entender la imagen del liberalismo que las élites políticas e intelectuales peruanas y ecuatorianas de la segunda mitad del siglo XIX contribuyeron a crear a través de sus discursos. En concreto, en estas páginas reflexiono sobre los significados y la relación entre dos conceptos fundamentales: poder político y ciudadanía, y sobre cómo se configuró esta conexión a través de la idea de la representación parlamentaria, un vínculo en el que resultaban fundamentales los procesos electorales.
En último lugar, dado que uno de mis objetivos es insertar el estudio de los casos concretos de Perú y Ecuador en contextos culturales más amplios, esta investigación utiliza una metodología de análisis comparativo y transnacional. Este enfoque fue inaugurado por Espagne y Werner en la década de los ochenta del siglo XX, autores que pusieron el acento en las transferencias culturales como objeto de estudio histórico.5 A partir de entonces, esta corriente ha ido evolucionando hasta dar lugar a diferentes tendencias: historia global, cruzada, compartida, conectada o de redes, que, bajo diferentes acepciones, han permitido avanzar en un camino abierto inicialmente por la historia comparada.6 Como plantea Michel Bertrand, la historia conectada presenta una tensión entre lo macro y lo micro, ya que para analizar el marco global hay que descender hasta las historias locales e individuales de los actores que componen las redes.7 En este sentido, en mi investigación trato de combinar la mirada transnacional, que ofrece elementos comunes dentro de una realidad extensa y heterogénea, con las particularidades que presentan los estudios de casos concretos nacionales, e incluso con las especificidades que nos encontramos si descendemos hacia contextos geográficos, políticos y culturales más concretos –regionales o locales–.
Desde estas perspectivas, este libro se inserta en un marco internacional en varios niveles. En primer lugar, parte de una comparación entre los casos nacionales de Perú y de Ecuador, dentro de un contexto andino. De esta forma, se presta atención a las relaciones –divergentes o convergentes– que presentaron en torno a varios ejes: política internacional, relaciones fronterizas, trasvases culturales, imaginarios compartidos, proyectos comunes o acuerdos económicos, políticos o geoestratégicos. En segundo lugar, se amplía este marco espacial para enmarcar el análisis de las culturas políticas liberales y sus rasgos compartidos en todo el espacio iberoamericano, es decir, un contexto geográfico y cultural que comprende América Latina y la península ibérica. Entiendo que el espacio iberoamericano conformaba en la segunda mitad del siglo XIX un marco espacial de conjunto, en el que se repetían patrones culturales, en el que se desarrollaron procesos políticos parecidos, en el que circulaban ideas compartidas y en el que se movieron los actores históricos traspasando las fronteras nacionales e incluso continentales. Dentro de este contexto, me interesa especialmente contemplar los procesos de trasvases culturales e ideológicos que se produjeron entre España, Perú y Ecuador, así como los rasgos comunes que definían este espacio. En tercer lugar, se utiliza la más extensa noción de espacio atlántico para incluir el estudio de las transferencias culturales entre Perú y Ecuador y otras realidades, tanto europeas como, especialmente, el caso de Estados Unidos. En este último nivel, pretendo analizar las prácticas políticas y discursos compartidos que conectaron los modelos de representación liberal de distintos territorios a través de los viajes y encuentros de políticos e intelectuales. Para ello me acojo al enfoque de historia atlántica, si bien propongo alargar su utilidad hasta la segunda mitad del siglo XIX pues, como ha señalado James E. Sanders, los debates sobre ciudadanía, soberanía y derechos inaugurados en la época de las revoluciones continuaron, incluso intensificados, durante toda la centuria, así como comparto la necesidad de tener presente en el concepto de mundo atlántico las aportaciones iberoamericanas.8
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