Clima, naturaleza y desastre. AAVVЧитать онлайн книгу.
vertiente mediterránea peninsular a lo largo de la centuria, los medios de prevención arbitrados y el modo de gestionar la calamidad una vez producida. Para ello destaca las principales fuentes de información, tanto documentales como impresas, de las que el historiador se puede servir; reflexiona acerca de las condiciones medioambientales que gravitaban sobre la agricultura y el trabajo de los campesinos e incide en los dos grandes problemas para éstos: la sequía y los excesos hídricos que, en última instancia, eran causantes directos de la pérdida de cosechas que desencadenaban las crisis. Por su parte, Sanz de la Higuera, utilizando múltiples e interesantes variables –precios de trigo, préstamos de semillas, consumo de leña y carbón, etc.–, desarrolla su estudio en las postrimerías del siglo XVIII y analiza dos episodios de extremismo hidrometeorológico especialmente significativos en tierras burgalesas, comparables a los igualmente padecidos en otros lugares de España por las mismas fechas. Se trata de las intensísimas precipitaciones acompañadas de granizo que descargaron sobre muchas poblaciones de la actual provincia de Burgos en los primeros días de junio de los años 1794 y 1796, destruyendo buena parte de la cosecha de cereal y ocasionando trastornos muy serios a sus vecinos. El estudio, prolijamente documentado, con abundante y preciso aparato estadístico y gráfico y perfectamente contextualizado, constituye un magnífico ejemplo de cómo afrontar el análisis de este tipo de acontecimientos atmosféricos de rango extraordinario acaecidos en época pre-instrumental.
Desde la desaparición en 1707 del Consejo de Aragón sus competencias consultivas pasaron al de Castilla. No fueron infrecuentes las intervenciones del alto Tribunal en cuestiones relacionadas con el río Ebro y su cuenca, en particular para paliar la destrucción de infraestructuras ocasionada por diversas riadas. Giménez Font y Giménez López analizan la intervención del Consejo de Castilla, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, en la gestión y supervisión de las reparaciones de los puentes dañados o destruidos por las avenidas del río Ebro y sus afluentes. Es el caso del puente de piedra de Zaragoza, muy necesitado de trabajos de consolidación tras la tremenda riada del 23 de junio de 1775 al ser enclave fundamental en el camino real que unía Barcelona con Madrid y cuyo complejo proceso de financiación de las obras se desvela. Es objeto de atención, asimismo, la reconstrucción de los de Bubierca, destruido por la avenida del río Reatillo en las mismas fechas, y de similar trascendencia para garantizar el tránsito por la misma ruta, y el de Villafeliche, de gran valor estratégico para el transporte de pólvora desde sus fábricas a la Corte y arruinado por el ímpetu de las aguas del río Jiloca a primeros de junio de 1794. Junto con el tratamiento otorgado por el Consejo de Castilla a otros puentes de importancia comarcal, como los de Jaca, Oliete y María de Huerva, los autores refieren la construcción del de Barbuñales como ejemplo de obra de utilidad pública promovida por un particular, Francisco Antonio de Azara. La contribución concluye analizando dos interesantes proyectos de modificación de cauces; el del Ebro en Pina de Ebro, y el del río Jiloca en Daroca, con el acondicionamiento de la mina construida en el siglo XVI y el plan de Domingo Mariano Traggia para profundizar el lecho y limitar la acumulación de derrubios en las zonas cultivadas.
Adrián García Torres estudia los episodios extremos vinculados al clima y al medio desde la impotencia con que la sociedad de la época contemplaba sus desastrosas consecuencias y el recurso inmediato a los mecanismos que ofrecía la religiosidad popular. Como ello siempre suponía establecer una relación directa entre castigo divino y pecado, García Torres ofrece diversos ejemplos observables en tierras meridionales alicantinas durante el siglo XVIII en los que se busca hallar «culpables» entre los enemigos políticos, en las representaciones teatrales por su –se decía– desprecio hacia «lo moral» o en la reiterada inasistencia de la población a las celebraciones religiosas. También ahonda en los procedimientos establecidos para elegir a los intercesores que debieran contribuir a poner fin a la sequía y refiere lo complicada que podía resultar la celebración de una rogativa a poco que hubiera roces entre los poderes civil –municipal, en este caso– y eclesiástico. Por último enumera los rituales ejecutados para obtener el perdón divino y así poder hacer frente con garantías a desgracias tales como una poderosa avenida del río Vinalopó –mediante una rogativa pro serenitate–, a la persistente sequedad –con la celebración de una rogativa de penitencia– y, finalmente, a la terrible plaga de langosta que, a mediados del Setecientos, azotó los campos de la geografía española y para cuya aniquilación se emplearon conjuros y exorcismos; amén de contar con la presencia fugaz de la reliquia de san Gregorio Ostiense, en tránsito por esas fechas por buena parte del territorio peninsular.
María Eugenia Petit-Breuilh, una de las grandes expertas en sismología y volcanismo históricos para los territorios hispanoamericanos durante la edad moderna, reflexiona ampliamente en su estudio sobre la necesidad de conocer la historia eruptiva de los volcanes del continente sudamericano, especialmente entre los siglos XVI y XVIII, por tratarse de una etapa casi desconocida para la mayoría de los investigadores. Señala que un elevado número de comunidades ignoran la verdadera magnitud que tendría la catástrofe si, a día de hoy, se repitieran algunas de las erupciones volcánicas que sucedieron en el pasado. También destaca el papel que el historiador puede desempeñar en este tipo de trabajos que, en última instancia, ofrecen a la sociedad no sólo los resultados de acontecimientos extraordinarios en un momento determinado de la Historia sino la posibilidad de que, convenientemente analizados y aplicados, sirvan a quienes tienen la responsabilidad de gobernar y administrar la «cosa pública» para, además de salvar vidas, contribuir a la planificación sostenible de áreas potencialmente indefensas. Asimismo hace notar Petit-Breuilh la especial relevancia que, en la actualidad, cobran los estudios de volcanismo histórico. Si antiguamente este tipo de procesos naturales perjudicaban sólo a los lugares más cercanos al centro de emisión, ahora los mercados globales, las telecomunicaciones y, en particular, los vuelos comerciales se han visto afectados por las consecuencias de erupciones explosivas que incluso han llegado a paralizar la circulación aérea y cerrado aeropuertos en varios lugares del mundo.
Las nubes son, seguramente, el hidrometeoro que mayor interés despertado en el ser humano desde siempre. A lo largo de la historia, diferentes autores han incluido referencias a las nubes en sus trabajos destacando la originalidad de sus formas o su vinculación con otros fenómenos que ocurren en el aire. La fascinación por ellas se ha plasmado, asimismo, en la obra de los grandes artistas desde la Edad Media hasta el siglo XX. Jorge Olcina establece en su estudio que fue a comienzos del siglo XIX cuando tuvo lugar el desarrollo de una serie de propuestas de clasificación de los tipos de nubes, erigiéndose en principales protagonistas de estas primeras clasificaciones el naturalista francés Jean-Baptiste de Monet de Lamarck y el farmacéutico inglés Luke Howard. El sistema de clasificación de nubes de éste último, basado en el empleo de denominaciones expresivas en latín, sería, a la postre, la base del actual sistema de clasificación de nubes seguido por la Organización Meteorológica Mundial en su Atlas Internacional de Nubes (1896). Desde los años setenta del pasado siglo, los satélites meteorológicos han mejorado el conocimiento de la estructura interna de las nubes y son la base de nuevos intentos de clasificación.
Cierra el volumen la amena y documentada contribución de José Miguel Viñas referida a la evolución del clima de la Tierra a lo largo de los tiempos, elaborada a partir de la conferencia que impartió en el IX Seminario de Historia y Clima celebrado en la Universidad de Alicante en mayo de 2012.2 Viñas llama la atención acerca de lo determinante que ha sido para la historia de la humanidad la evolución del clima terrestre. Precisamente por ello, y a pesar de las dificultades, el conocimiento sobre el clima del pasado remoto no ha cesado de crecer; hasta el punto de que podemos estar razonablemente seguros de algunos hitos que ocurrieron en esa historia del clima. Tras efectuar un recorrido por los diferentes períodos de la Historia, José Miguel Viñas advierte que desde mediados del siglo XX ha aumentado la variabilidad climática; esto es, que el clima ha ido agudizando su carácter extremo e influyendo sobremanera en las sociedades humanas las cuales, pese al grado de desarrollo actual, son cada vez más conscientes de su vulnerabilidad ante las fluctuaciones climáticas. Y concluye advirtiendo de que hemos entrado en un nuevo ciclo climático, nunca antes conocido por los seres humanos aunque sí por la Tierra, al que debemos de adaptarnos de la mejor manera posible para evitar lo peor.
En la elaboración de este libro han participado de manera destacada, con sus contribuciones, los