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Roja esfera ardiente. Peter LinebaughЧитать онлайн книгу.

Roja esfera ardiente - Peter Linebaugh


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el contenido enormemente rico de esta obra.»

      Fifth Estate

      «Roja esfera ardiente es la mayor obra maestra [de Linebaugh] hasta el momento, aunque en medio de toda una vida de triunfos. Es una aportación extraordinaria a la búsqueda de lo común que ha ocupado toda su vida… He aquí un texto de fuerza tan extraordinaria que su lectura puede conmovernos hasta las lágrimas (y siempre nos levantará el ánimo).»

      Independent Left

      «Roja esfera ardiente es un libro inquietante y complejo. Me mantuvo despierto y tomando notas una noche entera… La exploración que Linebaugh efectúa sobre el asalto a lo común, y cómo nuestros antepasados lucharon por resistir las depredaciones, es una enseñanza valiosísima.»

      International Socialism

      «Peter Linebaugh es reconocido como cronista con una perspectiva de izquierda. Está también calificado como un historiador genial. Su libro nos presenta los hechos, y eso es todo un lujo. Pero por supuesto podemos optar entre los hechos que queremos examinar; y él nos lleva de manera asidua por carreteras secundarias y descuidadas, en un viaje a Estados Unidos, Inglaterra, Haití, Honduras, Irlanda y Nicaragua. Y a la cárcel. En Roja esfera ardiente nos invita a beneficiarnos de toda su vida de lectura y escritura.»

      Irish Times

      «Una obra erudita de un estudioso que ha adaptado la clásica “historia desde abajo” a sujetos más diversos, al tiempo que integra la historia medioambiental y los estudios literarios… Roja esfera ardiente atraerá el interés de una amplia gama de historiadores. Las viñetas recogidas en el libro exponen el poder ardiente de las ideas en un periodo de cambio tumultuoso.»

      Journal of Interdisciplinary History

      «Una vez más, Peter Linebaugh resalta verdades incómodas.»

      Monthly Review

      «Peter Linebaugh ha publicado otra magistral historia “desde abajo” … En un lenguaje en ocasiones visceral, imaginativo y a menudo sublimemente elocuente, analiza las condiciones en las que las personas vivían, trabajaban y se relacionaban, al tiempo que ofrece al lector una visión global de la lucha contra el poder colonial e imperial.»

      Socialist Review

      «Si bien es casi imposible transmitir la corriente de sujetos materializada en Roja esfera ardiente, el alcance de la historia interracial, a quienes lean este valioso libro les será más fácil entender qué lugar ocupan personas de apariencia ordinaria en la oposición a la base misma de la sociedad de clases.»

      Truthout

      «Un retrato vivo, inmediato y lleno de matices.»

      World History Connected

      A Michaela Brennan

      Omnia Sunt Communia.

      Revuelta campesina, 1523

      Tengamos los libros necesarios para el bien común.

      David Lyndsay, 1481-1555

      Imaginemos por último, para variar, una asociación de personas libres, que trabajen con medios de producción colectivos.

      Karl Marx, El capital, 1867

      Ya es una parte grande de la tierra y vendrá. Para poseerlo todo en común. Eso es lo que dice la Biblia. Común significa todos nosotros. Esto es el viejo comunismo.

      Woody Guthrie, 1941

      Reconocimientos

      Este libro ha sido el producto de muchos años y muchas personas. Echando un vistazo a su realización, me lleno de gratitud hacia aquellos que me han ayudado a lo largo de ese tiempo. No puedo describir todo y a todos los que lo hicieron posible, pero intentaré con afecto describir a algunos. Y reconozco con respeto la generosidad implícita en este inmenso aunque imperfecto común de la Verdad.

      Hace mucho, Edward Thompson me dio su ejemplar de Trial of Despard, que desde entonces ha ido siempre en mi equipaje: a Sudáfrica, Irlanda, India, Costa Rica, Europa, y Nueva York. Dorothy Thompson me dio las extensas transcripciones de los documentos del Ministerio de Interior inglés correspondientes a los años 1802 y 1803 mecanografiadas por su esposo, así como notas obtenidas de los archivos franceses compuestas por Alfred Cobban. Bastante después de que yo comenzara el trabajo sobre este libro, se publicaron dos biografías sobre Despard. Sus autores, Clifford Connor y Mike Jay, han sido excepcionalmente generosos.

      Marcus Rediker y yo escribimos juntos La hidra de la revolución, en cuyo capítulo octavo se encuentra la primera aproximación del relato aquí narrado. Un día, mirando mis fotografías, a las que aún no les había puesto palabras, me comentó que era una especie de búsqueda. Esta idea me llevó a la búsqueda de lo común y la búsqueda de una mujer que vivió hace doscientos años. ¡Compañero de barco, gracias!

      El Primero de Mayo de 2000, les pregunté a mis compañeros irlandeses del Keough Centre de la Universidad de Notre Dame cómo se dice «trabajadores del mundo, uníos» en irlandés. Tras un poco de esfuerzo, me ofrecieron una traducción literal, aunque no fue del gusto de todos los participantes en la reunión. A cambio, proporcionaron un viejo dicho irlandés: ar scáth a chéile a mhaireann na davine (todos vivimos a la sombra unos de otros). Y eso ha ocurrido con este libro.

      Kevin Whelan, del Keough Centre de Dublín y Notre Dame, y su esposa, Anna Kearney, ofrecieron una generosa hospitalidad en todos los aspectos, tanto en el estudio como en todo lo demás. Un notable congreso sobre 1998 organizado en Belfast y Dublín, y el tren entre estas dos ciudades, pareció un inicio hacia una fraternidad internacional y antigua de estudiosos. ¡Tuvo lugar mientras se firmaba el Acuerdo de Viernes Santo! Gracias a Luke Gibbons por sus generosas introducciones de poesía, cine e historia social, y su tendencia a sacar el máximo provecho. Gracias a Louis Cullen y el seminario de historia en el Trinity College de Dublín, y a Patrick Bresnihan, de la Provisional University de Dublín, en 2014.

      Y gracias al personal siempre solícito de la Biblioteca Nacional de Irlanda, al señor Gregory Connor, de los Archivos Nacionales de Irlanda, la Royal Irish Academy, la biblioteca del Trinity College, la Rathmines Public Library, y la Friends Historical Library de Swanbrook House, Dublín.

      Le doy las gracias a Dermit Ferriter y a Daire Keogh, de St. Patrick’s College, Drumcondra; y a Fidelma Maddock, que visitó el nacimiento del Nore y me describió la carrera del salmón; y gracias a Geraldine y Matthew Stout, que me introdujeron en los viejos monumentos de barro del valle del Boyne. Bill Jones me acompañó en una caminata por los Upperwoods del condado de Laois. Después de que yo saltase de una lápida de piedra musgosa en un viejo cementerio, la limpió de musgo y liquen para revelar, de soslayo, las letras gravadas de William Despard y su esposa, Elizabeth: nos habíamos topado con la tumba de los abuelos de Despard.

      La búsqueda fue interrumpida por un estado de emergencia, que además de la combinación familiar de guerra y represión interna propuso un discurso de imperio y «ejecutivo unitario» que barría todo a su paso. Esta emergencia exigía recuperar las tradiciones ocultas de lo común olvidadas por los efectos dominadores de los partidos comunistas del siglo XX. Así, en respuesta, escribí Magna Carta Manifesto, junto con estudios de John Ball, Wat Tyler, Thomas Paine, William Morris y los ludistas, a los que intenté volver a presentar a una nueva generación. Más tarde, todos ellos se recogieron en un libro titulado Stop, Thief!

      Agradezco a los anfitriones de diversas universidades que me invitaron a hablar: la Universidad de West England, en noviembre de 2006; la Duke University, 19 de octubre de 2001, y la Universidad de Yale, una semana después; Sharzad Majab y David McNally, de la Universidad de Toronto; el Congreso sobre Destrucción Creativa, Graduate Center, CUNY, 17 de abril de 2004; y John Roosa y Ayu, de la Universidad de la Columbia Británica, Vancouver, 2013. También debo dar las gracias al profesor Nick Faraclas y sus colaboradores del departamento de literatura y lingüística en la Universidad de Puerto Rico por las maravillosas conversaciones que mantuvimos sobre estos temas en marzo de 2004; Barry Max­well y Fouad Makki, del Proyecto Terra Nullius en el Institute for Comparative Modernities de la Universidad de Cornell; el National


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