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de adherentes en localidades pequeñas en contraposición al anonimato de la gran urbe. Asimismo, habría que ver más concretamente las conexiones profesionales que la organización masónica pudo propiciar en oficios tan sensibles como la milicia. Igualmente, hay que analizar comparativamente las conexiones políticas –en particular, el juego de la red como lobby para obtener favores políticos–, intelectuales, artísticas y culturales. También las conexiones familiares y las espaciales y/o de vecindad.
Habría que comparar, por otro lado, de qué forma en distintas formaciones y coyunturas históricas la represión política ha afectado a las redes de sociabilidad masónica. La oposición frontal de la Iglesia católica, por ejemplo. Las campañas clericales al respecto, su qué y su cómo. ¿Qué representación se ha dado a las formas de sociabilidad atribuidas a los masones? En muy distintos contextos, la represión contra la masonería, la presión social o policial, creó conflictos personales y familiares. En el caso español, la represión gubernamental de 1896, con la crisis colonial como fondo, fue un hito más. La secular instrumentalización derechista del mito antimasónico tuvo su colofón en la ley de marzo de 1940 sobre la represión de la masonería y el comunismo.
Las redes asociativas y fundacionales tienen bien establecida su forma regular u oficial de financiación. Los grupos masónicos no son ninguna excepción a esta regla, con estatutos y reglamentos internos que prevén la asignación de fondos a finalidades de funcionamiento interno y beneficencia. Como grupos de élite política, profesional y no tanto económica, la jerarquización funcional (más que autoritarismo) y el formalismo estricto, y hasta la burocratización, son rasgos frecuentes en las diversas expresiones masónicas. Más de una persona especialista en masonología se ha preguntado por qué la masonería «no se conectó más con la sociedad circundante». ¿Acaso pesó en ello una rígida estructura burocrática?
Un punto que me parece de la mayor relevancia es el de las redes masónicas y la gobernabilidad. ¿Hasta qué punto la práctica societaria formó a líderes políticos locales o nacionales?
El hecho de ser grupos de gente «escogida» y poco numerosa facilita el trabajo de investigación prosopográfico. En este sentido, es bueno recalcar que los resultados del rastreo prosopográfico en relación con la sociabilidad masónica no dejan de ser muy prometedores. Por ser especialista en el tema, conozco algo la evolución del compromiso de un personaje como Ferrer Guardia, vinculado a la sociabilidad masónica en vida y muerte.
Se pretende seguir cómo un individuo se implica y compromete en una red iniciática y de ayuda mutua, al tiempo que red de presión política, pasando por un periodo más o menos prolongado de curiosidad e iniciación. Participa entonces en procesos de autoformación y de heteroformación, siempre interesado en la protección y «coaching» recibidos, y que él o ella un día podrán también dar. Se facilitan así procesos de inserción social que permiten, a nivel personal, combatir el aislamiento y, a nivel colectivo, igualmente evitar la marginación grupal o incluso formas de persecución o de rechazo. Es cierto que, con frecuencia, la adhesión a redes como la masonería fue un cálculo interesado fruto de unas necesidades coyunturales, y ello explica en muchas ocasiones la poca implicación, el absentismo o incluso el abandono por parte de «hermanos» con altos grados, acaso frustrados en sus expectativas de promoción social o política.
El grupo de pertenencia incide mucho sobre el control mutuo moral. Hay un aspecto ascético y disciplinario. Las organizaciones son denominadas «obediencias». Se articulan mecanismos reforzadores de determinadas conductas de lealtad y adhesión (asistencia a reuniones por ejemplo), con sanciones simbólicas, llegado el caso, como la obligación de realizar «actos de caridad individual».
En definitiva, nada de lo que apunto es nuevo. Los grandes especialistas en el tema han diseñado modelos u organigramas de tipo descriptivo de lo que representa la logia masónica. Se trataría, más bien, de ver el mundo de las redes asociativas masónicas a la luz de esquemas interpretativos amplios de historia cultural y social, en comparación con otros tipos de asociaciones secretas o discretas del ámbito europeo y mediterráneo, considerando temas o leitmotivs (puntos recurrentes) como: la democracia interna en el seno de las logias, la temática de la emancipación mujer, la proyección socioeducativa (incidencia educativa y social de las redes masónicas), en punto a educación popular, educación básica o educación permanente, sin olvidar el papel de la ideología optimista de la coeducación de clases sociales en las formulaciones de racionalismo pedagógico y de escuela neutra, o, last but not least, el papel que en las organizaciones masónicas jugaron las diferentes manifestaciones artísticas (artes plásticas, música, literatura).
Una visión amplia, más allá de localismos y descriptivismos, debería ayudar a ver la masonería (y hasta cierto punto redes como los rotarios) como una red más que compite con otras redes asociativas de ayuda mutua, religiosas, políticas o sindicales, en el plano lúdico y de la libre expresión de ideas, en el plano del socorro mutuo, etc. En este punto hay, seguramente, capítulos donde profundizar, como por ejemplo el de las redes de ayuda y sociabilidad masónicas durante el franquismo, en su conexión con otras redes del exilio y con redes políticas clandestinas, más allá del tema de la implacable represión franquista.
Y qué duda cabe de que el análisis histórico de estas cuestiones nos ayudará a entender el papel de esta organización en la actualidad, la masonería actual y su incidencia en el terreno político y educativo, el tránsito del laicismo y anticlericalismo del siglo XIX y primera mitad del XX al laicismo actual, con los retos de los potentes fundamentalismos de nuestros días, religiosos o económicos (dogma neoliberal).
SIGNIFICADO DE LA ECLOSIÓN DEL ASOCIACIONISMO FEMENINO
El auge del asociacionismo femenino contemporáneo –tipo asociativo del que en nuestro país hay precedentes durante la II República– ha sido extraordinario. El espacio público, laboral y cívico de la mujer no ha cesado de ampliarse. Tradicionalmente, el espacio urbano –lo público– se ha asociado al hombre, mientras que el espacio femenino se ha asimilado al mundo doméstico, a lo privado, terreno abonado a los procesos informales de educación. Pero todo es relativo: lo doméstico se teje con lo doméstico, se forman lazos de parentesco, que coinciden con los de vecindad. Cada género ha tenido su rol en una sociedad marcada por una desigual distribución de funciones. Como bien decían en 1995 Ballarín y Martínez López,
… mientras que los varones tienen el ágora, el foro, el ayuntamiento o el casino para relacionarse, la sociabilidad femenina, de forma mayoritaria, está relacionada con un trabajo exterior a su vivienda que supone, en la práctica, una prolongación del trabajo doméstico, pero que les permite el contacto con las demás mujeres de la ciudad, hablar y compartir las noticias y sentimientos.14
Otro de los espacios públicos que tiene que ver con esta proyección doméstico-laboral de la mujer es el mercado, donde la mujer rural ha vendido los productos de su propio trabajo desde tiempo inmemorial. Nuevamente, en el «espacio mercado», actividad laboral y ocasión de sociabilidad se desarrollan casi sin solución de continuidad. Al lado de estos espacios de sociabilidad, en toda Europa ha habido para la mujer un espacio profesional propio y a veces exclusivo, aunque se constata que en los albores de la modernidad las mujeres quedan relegadas a los sectores menos valorados de la cadena productiva protoindustrial.
Veamos, por ejemplo, en el tema del asociacionismo femenino, la trayectoria del grupo Albada, de una pequeña localidad cercana a Lleida, Mollerussa, capital de la comarca del Pla d’Urgell (provincia de Lleida, Cataluña), a 23 km de esta, ciudad con una economía agraria e industrial basada en la producción y transformación de cereales, harinas, pastas y ganado porcino. La población pasó de 1.760 habitantes en 1900 a 3.185 en 1930, cifra que en 1970 se había más que doblado (6.685 habitantes). De entonces hasta 2006 la cifra se ha vuelto casi a doblar: 8.966 (1991), 11.087 (2004) y 12.569 (2006). El desarrollo urbano ha superado las limitaciones físicas impuestas por la vía del ferrocarril de la línea Lleida-Barcelona, vía Manresa, y por el Canal de Urgell.15 Nos fijamos, de esta villa, en la asociación de mujeres