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Naciones y estado - AAVV


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configuración del espectro político catalán, han permitido dibujar en los últimos tres años un horizonte ante el cual casi todo el pasado de tres décadas parece licuarse.

      Naciones y Estado: la cuestión española es un intento de proponer vías para el análisis del nuevo escenario de la que, sin duda, debe denominarse la «cuestión española». El título de este libro se permite, a manera de homenaje, un juego de palabras con el título que Alfons Cucó diera a su obra de 1988: Nació i Estat: la qüestió valenciana. El presente volumen ha surgido en el marco de las actividades que la Càtedra Alfons Cucó desarrolla en la Universitat de València. Es innecesario destacar la enorme importancia que en la trayectoria política e intelectual de Alfons Cucó tuvo la reflexión sobre los fenómenos nacionales y nacionalistas. El valenciano, ciertamente, pero también el español y los europeos. El objetivo de Naciones y Estado: la cuestión española no es ni puede serlo el desarrollo de las tesis que Cucó defendió en sus trabajos. Es probable que no estuviera de acuerdo con muchas de las reflexiones contenidas en este volumen; su prematuro fallecimiento nos impide saber cuál hubiera sido su pensamiento en la coyuntura presente. Pero es seguro que hubiese formado parte de los que animaran a pensar, a repensar, a dialogar.

      Naciones y Estado: la cuestión española surge de un encuentro celebrado el 21 de noviembre de 2013, en el marco de la Càtedra Alfons Cucó, y bajo el amparo del Centre Internacional de Gandia y del Departament d’Història Contemporània de la Universitat de València. A su patrocinio se debe la posibilidad del encuentro, así como la publicación que se deriva de este y que el lector tiene ahora en sus manos, y que ha sido posible gracias a la colaboración y eficacia habitual de Publicacions de la Universitat de València, y de Vicent Olmos en particular. Para la celebración de la jornada así como para la edición del libro contamos con las aportaciones (en forma de ponencias o comunicaciones) de casi una quincena de especialistas procedentes de la Universitat de Barcelona, Universidad Complutense de Madrid, Universitat Pompeu Fabra, Universitat Autónoma de Barcelona, Universidad del País Vasco, Universitat de Girona, Universitat d’Alacant y Universitat de València, con especialistas en historia, ciencias políticas, comunicación, geografía y derecho.

      Solo gracias a la profesionalidad de los autores de cada capítulo de este libro un esfuerzo tal ha sido posible. Especialmente cuando los recursos son tan escasos como en el presente. Máxime, cuando se trata de reflexiones impulsadas desde la doble periferia en la que se encuentra situada Valencia. A diferencia de Madrid o Barcelona, donde se concentran recursos culturales y políticos muy poderosos, desde Valencia es muy difícil competir cuando se dispone de tan pocos medios.

      Pero el objetivo de este libro no es competir, sino contribuir al análisis y el debate. Quizá, en el fondo, es seguramente desde la periferia desde donde mejor se percibe la complejidad, no siempre admitida, de procesos que son intrínsecamente complejos. En todo caso, el objetivo de Naciones y Estado: la cuestión española no es tanto ofrecer respuestas como plantear preguntas, abordar el problema en todas sus dimensiones, repensar, en suma, la idea de nación española, de cuál ha sido su pasado y también cuál es su presente. Cuando estas líneas se redactan el escenario de futuro parece incierto y sin duda cambiante. Es seguro que el inmovilismo y, peor aún, la huida hacia atrás serían unas pésimas respuestas ante el desafío generado desde Cataluña. Ninguna tragedia sería tan grande como el rearme de un nacionalismo español agresivo y excluyente. La historia de la cuestión española en el siglo XX ha tenido ya demasiados ejemplos de ello.

      PRIMERA PARTE

      MARCOS PARA EL DEBATE

      UNA IMPROVISADA PERVIVENCIA: LA CONSTITUCIÓN DE 1978 Y LA IDEA DE NACIÓN ESPAÑOLA

      Ferran Archilés Universitat de València

      La Constitución española de 1978 fue el resultado de una meditada reflexión tanto como de la improvisación. Si muchas de las posiciones en juego contaban con décadas de maceración, la plasmación final fue, como no es extraño que suceda en la redacción de textos constitucionales, el resultado del trabajo de unos pocos meses. De manera abusiva o no y amparados en una automitificación que juzgaban como favorable, muchos de los protagonistas de aquel proceso han insistido en la importancia de la coyuntura, del día a día. O mejor, del noche a noche, de las negociaciones cerradas en la madrugada, con llamadas telefónicas intempestivas. El «consenso» lo exigía, el regate lo imponía. Una constitución nacida entre el humo de los cigarrillos y el café a deshoras.

      No faltaron estudios y publicaciones que, de izquierda a derecha, y especialmente desde finales de los años sesenta, plantearan el futuro institucional para España tras la muerte de Franco. De Un proyecto de democracia para el futuro de España del prolífico Ramon Tamames al Libro blanco para la Reforma de Manuel Fraga, con mayor o menor concreción, la cuestión territorial estuvo siempre muy presente. Pero lo cierto es que acertaron más bien poco en el resultado final, la derecha más que la izquierda, tal vez.

      Fue debido a la presión del nacionalismo catalán y vasco, y en general de las demandas surgidas en sus sociedades, el que resultara insoslayable una reforma de la articulación territorial del Estado, ante la inviabilidad de pervivencia de la dictadura y su modelo centralista, abiertamente desacreditado. Las izquierdas españolas integraron, con mayor o menor facilidad, la propuesta federal en sus planteamientos de cambio social, mientras que las derechas españolas «reformistas» fueron casi siempre a remolque. Excepto en el momento decisivo.1

      Con la aprobación de la Constitución de 1978, quedó fijada la existencia jurídica de la nación española, de manera que (aunque con vacilaciones y contradicciones) el texto constitucional se convirtió en una suerte de grado cero de la nación misma (aunque en realidad se reconocía la preexistencia de la nación al acto constitutivo). Esta idea de nación española se redefinió aceptando un principio de descentralización que afecta a la estructura territorial del Estado, pero no desde un postulado ni de federalismo explícito ni de plurinacionalidad, aunque retazos, tal vez jirones, de todo ello quedaran entre las páginas de las agotadoras sesiones de discusión parlamentaria y extraparlamentaria.

      Desde entonces la gestión de gobierno de los tres partidos mayoritarios, UCD, PSOE y PP, ha incidido, aunque con prácticas y ritmos bien distintos, en un doble proceso de descentralización y construcción del marco autonómico, por una parte, pero de inequívoco reforzamiento de la nación española y su unidad, por otra. Desde 1977 se ha consolidado y legitimado una esfera política nacional (vinculada a las nuevas libertades) ya desde las primeras elecciones libres, que no por casualidad fueron «generales», cuya importancia está muy por encima del peso (excepto en Cataluña y Euskadi) de los ámbitos políticos autonómicos.

      ¿Supuso entonces la democracia el fin de todo vestigio de gran relato nacionalista (español)?2 En mi opinión, difícilmente. El marco nacional diseñado en la Constitución, acompañado del modelo de la España de las autonomías, ha servido para reinventar y consolidar la identidad nacional española así como el nacionalismo español. Ningún indicador social permite afirmar que en las dos primeras décadas tras la aprobación de la Constitución y de funcionamiento del marco autonómico hayan debilitado la identidad nacional española allí donde no lo estaba ya. Hacia la primera mitad de los años noventa (con la única excepción clara de Euskadi, donde el porcentaje no superaba el 50%, y Cataluña) en el conjunto de España, entre dos tercios y un 80% de la población se autoidentifican como españoles, ya sea de manera exclusiva o mayoritariamente a través de la llamada (aunque se trata de una definición no exenta de problemas)3 «identidad dual» regional/española (que no pone en cuestión la identidad nacional superior).4 Los resultados no son muy diferentes en los últimos diez años, con la salvedad fundamental de la transformación producida en Cataluña.5

      Sin embargo, junto a estos resultados y según algunas encuestas, cerca del 68% de los españoles no se autoidentifican como nacionalistas españoles, frente a un 29% que sí lo haría.6 ¿Significa ello, por tanto, que no deberíamos hablar más que en pasado de nacionalismo español?, ¿que la España constitucional está exenta de nacionalismo español?

      No


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