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Turismo de interior en España. AAVVЧитать онлайн книгу.

Turismo de interior en España - AAVV


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por lo que presenta unas bajas conectividad, resiliencia y potencial. En esta fase se intensifica la promoción del destino, aumenta el número de turistas especialmente internacionales y se incrementa el número de residentes. A continuación, en la fase de «consolidación» (k) predomina la estabilidad y se muestra una alta conectividad y potencial, aunque su resiliencia es baja. En esta fase se produce una alta concentración inmobiliaria y de turistas, se empiezan a producir problemas medioambientales, se crean barreras de entrada a las empresas competidoras y el destino empieza a estar maduro. La fase siguiente, la de «declive» (Ω), puede conducir a un «colapso» que puede desembocar en la destrucción (fase r) o a una «liberación» que llevará al resurgimiento y renovación del destino (fase α). Presenta una baja resiliencia y un bajo potencial, pero su conectividad es alta. En ella se constata el deterioro medioambiental y paisajístico producido por la excesiva aglomeración de turistas y la fuerte expansión de las segundas residencias, la falta de inversiones en mejoras para potenciar la calidad del destino, sus productos e instalaciones, la reducción de las expectativas profesionales y laborales, el aumento del pesimismo empresarial, la llegada de un turismo de menor calidad, unos servicios peores y, en conjunto, el deterioro de la imagen del destino.

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       Fuente: Vélez, 2010

      Por tanto se puede definir la resiliencia como las condiciones de un sistema adaptativo complejo donde las estabilidades pueden transformar el mismo para que presente otro régimen de comportamiento (Holling, 1986). Así, mediante el ciclo adaptativo, un ecosistema muestra que es sostenible, los ciclos se repiten y mantiene su capacidad de crear, probar y mantener el potencial adaptativo (Gunderson y Holling, 2002) entendiendo la resiliencia como capacidad de renovación, reorganización y de desarrollo, por lo cual, aunque estos aspectos sean poco analizados, son esenciales para el discurso de la sostenibilidad (Walker et al., 2006).

      A su vez, Sánchez Hernández (2012) indica que cada crisis tiene su propio patrón regional, por lo que ante los disturbios los territorios, en función de su grado de sensibilidad y de su nivel de crecimiento, pueden ser: resistentes (A), adaptados (B), flexibles (C) e inadaptados (D). Los primeros presentan un crecimiento lento y una sensibilidad baja. Los segundos mantienen la sensibilidad baja pero su grado de crecimiento es mayor. Los terceros tienen un crecimiento rápido y una sensibilidad alta. Los cuartos presentan un crecimiento bajo y una sensibilidad alta. De esta manera, los territorios de los tipos A («resistentes») y D («inadaptados») son los que más dependen de la economía productiva (sectores primario y secundario), mientras que los del tipo B («adaptados») basan su economía en los servicios y el turismo, y los del C («flexibles») se encuentra en una etapa de transición hacia otro modelo económico algo diferente (Martin, 2012).

      Así pues, en turismo, el concepto de resiliencia territorial se entiende como la capacidad de los destinos turísticos para recuperar los equilibrios o para absorber los impactos y crisis, teniendo en cuenta su situación anterior, sus recursos, las propias habilidades organizativas, la adaptabilidad de su estructura y de su funcionamiento. De esta manera un destino turístico resiliente es aquel que es capaz de prever y anticiparse a las crisis, creando nuevas habilidades y condiciones que le permitan salir reforzado de las mismas (Sancho y Gutiérrez, 2010; Vélez, 2010). Todo ello sin olvidar que los factores que facilitan la resiliencia del destino son sus capacidades (desarrollo económico, socioculturales y ambientales), sus conexiones (relaciones y cooperación, comunicaciones y transportes, competencia y competitividad, grado de innovación en los productos y servicios turísticos y adaptación a las nuevas tecnologías) y sus propiedades (recursos disponibles, existencia de un clúster empresarial alrededor del turismo, imagen del destino) (Sancho y Gutiérrez, 2010; Vélez, 2010).

      La gestión de la resiliencia requiere un trabajo conjunto entre los diversos actores que intervienen en los territorios en materia turística, en que la gobernanza orientada hacia la resiliencia adquiere gran importancia. La implicación en materia de resiliencia de los actores relevantes en los destinos, como el gobierno local, los residentes y los turistas, permitirá contar con destinos cohesionados y coordinados hacia el logro final que es contar con herramientas y mecanismos necesarios para identificar y fortalecer las debilidades del sector con el objetivo de estar preparados ante eventuales situaciones adversas. Por tanto, contar con una débil capacidad de resiliencia aporta vulnerabilidad al destino, y ello puede exponer a los territorios a impactos mayores ante cualquier tipo de alteraciones.

      Además, a lo largo del tiempo se van sucediendo los impactos sobre un determinado territorio o destino, provocando sucesivos ciclos adaptativos, con nuevas recuperaciones y reorientaciones si se desea sobrevivir a las adversidades (Figura 11). El turismo no es ajeno a este fenómeno, ya que, en general, se ha visto afectado por diversas crisis generadas por impactos más o menos previsibles y otros que han sido más inesperados.

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       Fuente: elaboración propia a partir de Vélez (2010)

      En este capítulo hemos sentado las bases del marco teórico, en el siguiente se presentan la metodología utilizada y los casos de estudio.

      1. Muchas investigaciones se han centrado en la oferta (Pearce, 1989; Hu y Ritchie, 1993; Martin, 2000; Brunetti, 2002; Buhalis, 2003; Dredge, 2006; Pearce, 2012; Gallego et al., 2013, entre otros), mientras que hay autores que se han focalizado en la demanda (por ejemplo, Leiper, 1990).

      2. Puede verse una relación más exhaustiva de modelos en De Oliveira (2007) y Panosso y Lohmann (2012).

      3. Este modelo se ha mejorado posteriormente con múltiples adaptaciones, destacando las del propio Leiper (1990), Palhares (2002), Buhalis (2003) y Pérez et al. (2003), que consideran el sistema turístico como un ecosistema donde también se tienen en cuenta los cambios que está experimentando el modelo de negocio turístico desde la perspectiva empresarial y las influencias e impactos producidos por las nuevas tecnologías y la globalización.

      4. Desarrollada por Bertalanffy (en De Oliveira, 2007; Panosso y Lohmann, 2012).

      5. La protección de los paisajes es fundamental para mantener su atractivo turístico (Cànoves, Herrera y Villarino, 2005) sin hipotecar gravemente su calidad paisajística, territorial y ambiental, y teniendo muy presente su sostenibilidad y adaptación a los cambios de coyuntura turística (Vera et al., 1997).

      6. Este modelo fue criticado por otros autores, como Hjalager (2002), ya que lo consideraban demasiado descriptivo y estático, sin embargo se ha revelado muy útil a la hora de planificar mejoras en un destino turístico.

      7. Sin embargo, la sensibilidad del turismo a un amplio abanico de factores no hace a la industria turística más débil que otras, pues se ha comprobado que el sector turístico es una industria resistente ante las crisis y su recuperación es más rápida que en otros sectores (Pike, 2004).

      8. Inicialmente se consideraba la resiliencia como la capacidad de resistencia de un material y su grado de recuperación de la situación previa tras un disturbio o impacto. Este concepto, básicamente físico, ha ido evolucionando con el tiempo, pasando a considerarse como la capacidad de resistir y adaptarse a una nueva situación que le refuerza y disminuye su vulnerabilidad. Es decir, se ha pasado del concepto de «volverá» al de «adaptarse y mejorar». Así pues, la resiliencia analiza la capacidad de un sistema para absorber perturbaciones y reorganizarse mientras experimenta el cambio, conservando esencialmente la misma función, estructura e identidad (Walker, Holling y Carpenter, 2004; Gutiérrez, 2013).

      9. Así, por ejemplo, si nos fijamos en la huella ecológica (la generación de recursos menos el consumo de recursos más la producción de residuos y menos la absorción de residuos), actualmente a nivel mundial hay un déficit ecológico del 50% (es decir, está predominando la generación de residuos), aunque con un fuerte


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