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Víctimas y verdugos en Shoah de C. Lanzmann. Arturo Lozano AguilarЧитать онлайн книгу.

Víctimas y verdugos en Shoah de C. Lanzmann - Arturo Lozano Aguilar


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si fueron los plenipotenciarios alemanes quienes autorizaban estas iniciativas en el contexto de su política de mantenimiento de los guetos antes del inicio de las deportaciones (Hilberg, 1996: 127).

      Si el crimen perseguía el exterminio de todo un pueblo, si consiguió exterminar alrededor de seis millones, si todos los que fueron presentados como testigos, aun habiendo sobrevivido, también debían ser concebidos como víctimas y si la condición de víctima ya no cargaba con la despectiva consideración de la inmediata posguerra, no resulta extraño que la etiqueta de víctima se extendiese a todo judío.

       Voces críticas

      Que las víctimas, por su condición, merecieran una reparación y que el público, muy especialmente el israelí, sintiera una empatía infinita hacia ellas motivó una entronización moral. La primacía de la víctima en los nuevos tiempos también le otorgó una consideración epistemológica nueva y, especialmente a través de los relatos y experiencias de los supervivientes, se convertiría en una de las principales vías de conocimiento de los hechos del pasado. Las opiniones divergentes a estos excesos generarían polémicas imposibles de comprender sin atender a las exaltadas adhesiones del presente con las víctimas.

      En 1961, por fin, Raul Hilberg podía ver impresa su obra, The Destruction of European Jews. La obra fue, y sigue siendo, la referencia histórica sobre el Holocausto. Con más de un millar de páginas y con el estudio de una documentación ingente, el libro ofrece una descripción detalladísima del proceso de destrucción de los judíos europeos, desde la llegada de Hitler al poder en 1933 hasta el final de la guerra. Que tal obra vagase durante varios años por los despachos de editores sin que nadie apreciara su importancia demuestra, más que la falta de olfato de los agentes literarios, la generalizada percepción pesimista de la rentabilidad económica de un libro cuya temática interesaba a un público excesivamente restringido. Ahora bien, que la publicación del libro fuese rechazada por el Yad Vashem no resulta atribuible a su desinterés, sino a su firme oposición a la perspectiva de la obra. El 24 de agosto de 1958 Raul Hilberg recibía una carta en la que el director de la institución, el doctor J. Melkman, le transmitía las razones por las que los miembros del comité científico habían descartado la publicación de su obra:

      Su obra se funda casi exclusivamente sobre la autoridad de las fuentes alemanas y no utiliza fuentes primarias escritas en otras lenguas, propias de los Estados ocupados o el yidis y el hebreo.

      Los historiadores judíos de nuestro instituto han emitido reservas sobre las conclusiones históricas que usted formula respecto a los periodos anteriores, y sobre su evaluación de la resistencia judía (activa y pasiva) durante la ocupación nazi (Hilberg, 1996: 105).

      Como escribe el propio Hilberg, el mismo membrete, donde quedaba patente en el nombre oficial53 de la institución la importancia de la resistencia judía, y la «evaluación de la resistencia (activa y ¡pasiva!)» reafirman nuestros argumentos anteriores sobre la preeminencia del ideario heroico, poco conforme a la realidad, en el recuerdo del Holocausto. Pero, detengámonos en la primera razón esgrimida: las fuentes para la escritura de su historia. En su periodo de formación, cuando se apasionó por el estudio de la burocracia y asistía a sus clases de Derecho y Administración pública,54 el historiador en ciernes descubrió su enfoque:

      Ya había decidido centrarme en los ejecutores alemanes. La destrucción de los judíos era una realidad alemana. Había sido puesta en marcha por verdugos alemanes, en una cultura alemana. Estaba convencido, y esto fue así desde el principio mismo de mi investigación, que era imposible aprehender la auténtica dimensión del hecho histórico si no se comprendían los mecanismos de los actos de los ejecutores. Es el ejecutor quien posee la visión de conjunto. Solo él es el elemento determinante. Es a través de sus ojos que debía mirar el acontecimiento, desde su génesis hasta su punto álgido. La certeza de que la perspectiva del ejecutor ofrecía la primera pista a seguir se convirtió para mí en una doctrina de la que no me separé nunca (Hilberg, 1996: 55).

      La perspectiva histórica de Hilberg no encajaba en el acercamiento histórico promovido por la institución oficial israelí ocupada de la investigación y la documentación del genocidio nazi. No cabe ninguna duda acerca de la legitimidad de levantar acta de las comunidades destruidas ni del interés de los relatos de las víctimas para completar la narración histórica, pero tampoco albergamos dudas sobre la autoridad de los verdugos para proporcionar los documentos de sus objetivos y procedimientos que expliquen los acontecimientos. La científicamente injustificada posición del Yad Vashem precedería en algunos años a la focalización del proceso contra Adolf Eichmann en las víctimas, pero ambas perspectivas forman un continuo en la interpretación israelí de la destrucción de la Diáspora europea. Si el juicio se convirtió en un acontecimiento con claros intereses pedagógicos, el recurso a las víctimas para contar el Holocausto se explicaba por las virtudes morales y melodramáticas que suplían con creces sus restricciones epistemológicas. Se inauguraba un tiempo en el que, excepción hecha del ámbito académico, la víctima-testigo se acabaría convirtiendo en la narradora del Holocausto.

      Independientemente del enfoque metodológico y de la muy distinta apreciación de la resistencia de los judíos, la obra de Hilberg contenía la semilla de una gran polémica que solo estallaría al ser recogida por una figura de enorme relevancia en el panorama intelectual de aquellos años, Hannah Arendt. El propio historiador fue tempranamente consciente de los aspectos inasumibles de su obra por los custodios del Holocausto. En un primer trabajo, anterior a la redacción de su tesis doctoral que daría lugar al libro, presentado al profesor Franz Neumann, Hilberg se topó tempranamente con la incorrección política de algunas de sus evidencias documentadas:

      También esta vez asintió [Neumann]. Tras haber leído mi ensayo de doscientas páginas, solo emitió una objeción sobre un apartado de la conclusión. Afirmaba que, en el plano administrativo, los alemanes habían contado con los judíos para ejecutar sus órdenes, que los judíos habían cooperado en su propia destrucción. Neumann no me dijo que los hechos contradijesen esta conclusión, ni me reprochó la insuficiencia de mis investigaciones. Él declaró simplemente: «Demasiado fuerte para aceptarlo, córtelo» (Hilberg, 1996: 61-62).

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