La censura de la palabra. José Portolés LázaroЧитать онлайн книгу.
UU.) entre un grupo de manifestantes chinos y otro de estudiantes defensores de un Tíbet independiente. Para conseguir apaciguar los ánimos, la muchacha consintió en escribir «Free Tibet» en la espalda de uno de los manifestantes. El hecho se publicó en la red. A raíz de aquello, internautas chinos indagaron todos sus datos y los de su familia y, a partir de entonces, comenzó su persecución en persona y por internet en EE. UU. En China su domicilio familiar sufrió pintadas y se ensució con excrementos.34 De esta manera, un grupo de internautas sin organización jerárquica castigó como censor el texto de una compatriota que consideraba ofensivo.35 En el caso de que el castigo de esta censura grupal consista en inmediatos comentarios insultantes en las redes sociales como reacción a una opinión o acción que se considera punible, se habla de shitstorm.36
1.4.4 La heterogeneidad dentro del grupo censor
Una advertencia antes de avanzar: los grupos sociales no constituyen bloques monolíticos. Con frecuencia entre sus miembros se producen luchas por su control con el fin de que el grupo social o la organización defiendan la posición que cada uno considere más conveniente.37 Esta heterogeneidad se refleja también dentro de los grupos censores, incluidos los oficiales. Desde la apertura en 1998 del Archivo Vaticano que contiene los documentos de la Inquisición Romana, uno de los hechos que ha llamado la atención a los investigadores ha sido las divergencias que se constatan entre los distintos órganos censores e, incluso, entre estos y el Papado.38 Tomemos como ejemplo de estas incoherencias la postura católica ante Erasmo de Róterdam: en 1535, poco antes de su muerte, el papa le había ofrecido nombrarlo cardenal y, en cambio, el índice español de 1559 prohíbe catorce títulos suyos en español y el posterior de 1612 lo convierte en uno de los auctores damnati, es decir, con toda su obra prohibida (§ 7.6.2).39
Dentro de esta heterogeneidad censoria, también puede suceder que personajes o grupos que se sitúan en una posición superior al censor oficial consideren que su actuación haya sido demasiado comedida o demasiado exigente. La Iglesia católica fue una institución que durante buena parte del franquismo juzgó que la actuación de los censores era insuficiente. El órgano de la Dirección Central de la Acción Católica Española, la revista Ecclesia –fundada en 1941 por el cardenal Gomá–, tenía un sistema de «orientación bibliográfica» que clasificaba los libros ya aprobados por la censura oficial en relación con su moralidad, y también difundía la calificación de las películas que –ya censuradas por la Junta correspondiente– se proyectaban.40 En el ámbito de los libros escolares esta doble censura estaba apoyada por el Concordato de 1953. En él se reconocía expresamente a la Iglesia la capacidad de exigir que se retirara cualquier libro, publicación o material de enseñanza contrarios al dogma y la moral católicos.41
1.4.5 La censura del individuo: la identidad censoria
El concepto de identidad aparece en los estudios sociales en el cambio de siglo del XIX al XX y constituye uno de los conceptos centrales de las ciencias sociales en la actualidad. Un acercamiento intuitivo a este concepto lo facilita la respuesta a la pregunta: ¿Quién eres? La contestación puede ser de una identidad individual: nací en... trabajo en...; una identidad relacional: una madre (en relación con los hijos) o una profesora (en relación con los estudiantes); o una identidad colectiva: una gallega, un musulmán o una persona adulta; así pues, la identidad puede tener múltiples facetas, del mismo modo que una persona se puede describir a sí misma de diversos modos.42
Evidentemente, existen participantes en una interacción que se identificarían a sí mismos como censores, pues pertenecen a una institución oficial censora (§ 1.4.1). Durante la Primera Guerra Mundial el romanista Leo Spitzer revisó como censor del ejército austriaco cartas de los prisioneros italianos.43 En aquellos años Spitzer hubiera respondido que él era censor, incluso en momentos en los que no se hallaba realizando su trabajo. En este caso, se podría decir que Spitzer tenía una identidad global de censor reconocida por la sociedad. Por su parte, Primo Levi (2010: 417) y otros presos judíos italianos de Auschwitz no podían dirigir la palabra a una compatriota –Flora– que limpiaba el taller en el que trabajaban; en este caso, los censores –los vigilantes del campo– pertenecían a un grupo organizado –el formado por alemanes y colaboradores de otras nacionalidades– que mantenía una ideología –una ideología que consideraba a los judíos como seres inferiores y, en consecuencia, privados de cualquier derecho–; estos vigilantes no hubieran respondido que ellos fueran censores, pero actuaban como tales en todos los momentos en los que se daba una situación de interacción con los presos (§ 1.4.2). Por último, en la España franquista se evitaba dar opiniones sobre asuntos que pudieran ser comprometidos y se acostumbraba a utilizar como consejo o como imposición –según fuera su relación de poder– a conocidos demasiado locuaces la expresión «No te signifiques».44 No obstante, quien así actuaba no se hubiera considerado a sí mismo como censor o perteneciente a un grupo censor, por lo que su identidad censora no era global, sino local. Se trata de una identidad discursiva.
La identidad discursiva se concibe como una identidad que las personas presentan en la interacción y no como algo que simplemente son esas mismas personas independientemente de lo que hagan. Esta propuesta teórica tiene su origen en los estudios de la interacción al hablar de la década de 1960 de Harvey Sacks (1992) y continúa su desarrollo en la etnometodología y el análisis de la conversación más recientes.45 Desde esta perspectiva, se puede considerar que la identidad de alguien en una interacción particular puede ser la de un censor siempre que realice un acto de interdicción censoria y, en consecuencia, cualquier persona o grupo puede ser censora si actúa como tal, esto es, si impide o trata de impedir que otra persona comunique algo a alguien por considerarlo un acto amenazante para una ideología (§ 2.2). En Qatar muchas trabajadoras domésticas emigrantes tienen censurada la palabra por sus patronos. Estos consideran que su posición social los autoriza a limitar cuándo y de qué pueden hablar sus empleadas. Una de estas trabajadoras denunció a Amnistía Internacional que se le había prohibido conversar con los otros empleados de la familia, que, si salía con la señora de la casa, no debía departir con nadie ni responder a nadie que se dirigiera a ella y que, con su madre, solo le permitían una conversación telefónica de veinte minutos cada dos semanas. En esta conversación no podía referirse a su trabajo y para efectuarla debía utilizar el teléfono de sus patronos.46 Estos patronos cataríes no poseen una identidad censoria global, ni forman parte de una institución, pero, en cada ocasión que prohíben la comunicación de su empleada, se guían por una ideología compartida por un grupo (§ 2.2) y adquieren una identidad discursiva censoria.
1. Vega (2012: 19-20, 2013a: 49-50).
2. Kamen (20042: 251-252). No obstante, las herejías perseguidas por la Inquisición no eran solo de palabra, también había actos no necesariamente verbales, como las relaciones homosexuales, el bestialismo o la bigamia.
3.