Dios te salve, Reina y Madre. Scott HahnЧитать онлайн книгу.
en Heinrich Denzinger y Peter Hünermann, El magisterio de la Iglesia. Enchiridion Symbolorum definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, Herder, Barcelona 1999, n. 1524. Véase también Richard A. White, «Justification as Divine Sonship» en Catholic for a Reason: Scripture and the Mystery of the Family of God, Emmaus Road, Steubenville, Ohio, 1998, pp. 88-105; M. J. Scheeben, Los misterios del cristianismo, Herder, Barcelona 1953, pp. 659-662.
CAPÍTULO II
VÍSPERAS DE NAVIDAD
LA MATERNIDAD DE MARÍA ES UN REGRESO AL PARAÍSO
Los primeros cristianos tenían una devoción viva a la Virgen María. Encontramos pruebas de esta devoción en la literatura y en las obras de arte que nos han llegado y, por supuesto, en el Nuevo Testamento, que era su documento fundamental. Aunque la mariología de los tres primeros siglos se encontraba en un estadio primitivo de desarrollo (en comparación con el de tiempos posteriores, y con el nuestro), quizá era más explícitamente escriturística que muchas expresiones posteriores y estaba más sólidamente presentada en el contexto teológico de la creación, caída, encarnación y redención. Por eso, a veces puede hablarnos con mayor claridad, inmediatez y fuerza. Ciertamente el papel de María no tiene sentido fuera de su contexto en la historia de la salvación; pero tampoco es incidental en el plan de Dios. Dios quiso que su acto redentor fuese inconcebible sin Ella.
María estuvo en el plan divino desde el comienzo mismo, elegida y anunciada desde el momento en que Dios creó al hombre y a la mujer. De hecho, los primeros cristianos entendían que María y Jesús eran como una repetición de la primera creación de Dios. San Pablo hablaba de Adán como tipo de Jesús (Rm 5, 14) y de Jesús como el nuevo Adán, o el «último Adán» (1 Cor 15, 21-22. 45-49).
Los primeros cristianos consideraron que el comienzo del Génesis —con su relato de la creación y la caída, y con su promesa de redención— tenía unas implicaciones tan cristológicas que lo llamaron Protoevangelium, o Primer Evangelio. Mientras que este tema es explícito en San Pablo y en los Padres de la Iglesia, está implícito a lo largo del Nuevo Testamento. Por ejemplo, como Adán, Jesús fue probado en un jardín... el de Getsemaní (Mt 26, 36-46; Jn 18, 1). Como Adán, Jesús fue llevado a un «árbol» donde fue desnudado completamente (Mt 27, 31). Como Adán, cayó en el profundo sueño de la muerte, para que del costado surgiera la nueva Eva (Jn 19, 26-35; 1 Jn 5, 6-8), su esposa, la Iglesia.
CORTAR EL CORDÓN «UMBIBLICAL»
En ningún otro lugar está desarrollado el motivo del nuevo Adán con tanto arte como en el Evangelio según San Juan[1]. Juan no elabora las ideas como lo haría un comentador. En vez de eso, cuenta la historia de Jesucristo. Pero comienza la historia haciéndose eco de la historia más primigenia de todas: el relato de la creación del Génesis.
El eco más obvio lo tenemos «en el principio». Ambos libros, Génesis y Evangelio de San Juan, comienzan con esas palabras. El libro del Génesis arranca con las palabras «en el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Gn 1, 1). Juan lo sigue de cerca, diciéndonos: «en el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios» (Jn 1, 1). En ambos casos, estamos hablando de un comienzo absoluto, una nueva creación.
La siguiente resonancia viene en seguida. En Génesis 1, 3-5, vemos que Dios creó la luz para que brillara en la oscuridad. En Juan 1, 4-5, vemos que la vida de la Palabra «era la luz de los hombres» que «brilla en las tinieblas».
El Génesis nos muestra, en el principio, «al Espíritu de Dios [...] que se movía sobre la faz de las aguas» (Gn 1, 2). A su vez, Juan nos muestra al Espíritu suspendido sobre las aguas del bautismo (Jn 1, 32-33). Al llegar a este punto, empezamos a ver cuál es la fuente en la que se inspira San Juan para volver a contar la nueva creación. La creación material ocurrió cuando Dios exhaló su Espíritu sobre las aguas. La renovación de la creación vendría con la vida divina dada en las aguas del bautismo.
CONTAR LOS DÍAS
A lo largo de su narración inicial, el evangelista Juan sigue dejando alusiones indirectas al Génesis. Tras la primera escena, el relato de San Juan continúa «al día siguiente» (1, 29), con el encuentro de Jesús y Juan Bautista. «Al día siguiente» (1, 35), otra vez, viene el relato de la vocación de los primeros discípulos. Y una vez más «al día siguiente» (1, 43), encontramos la llamada de Jesús a otros dos discípulos. Por lo tanto, si tomamos como primer día el primer testimonio de Juan Bautista acerca del Mesías, nos encontramos ahora en el cuarto día.
Entonces Juan hace algo extraordinario. Introduce el siguiente episodio, el relato del banquete de bodas en Caná, con las palabras «al tercer día». Ahora bien, no puede referirse al tercer día desde el comienzo, pues ya ha dejado atrás ese punto en su narración. Tiene que referirse al tercer día desde el cuarto día, lo que nos sitúa en el séptimo día... y a partir de ahí San Juan deja de contar los días.
¿Hay algo que te resulte familiar? El relato joánico de la nueva creación tiene lugar en siete días, precisamente igual que el relato de la creación en el Génesis se completa al sexto día y es santificado —perfeccionado— el séptimo, en que Dios descansó de su trabajo. El séptimo día de la semana de la creación, como el de todas las semanas desde entonces, sería conocido como el Sabbath, sábado, el día de descanso, signo de la alianza (cf. Ex 31, 16-17). Así que podemos estar seguros de que lo que suceda en el séptimo día de la narración de San Juan será significativo.
SE RUEGA RESPETO
Jesús llega al banquete nupcial con su madre y sus discípulos. En la cultura judía de entonces, la celebración de una boda duraba normalmente una semana. Pero sucede que, en esta boda, el vino se agotó muy pronto. En ese momento, la madre de Jesús señaló algo que era una obviedad: «no tienen vino» (Jn 2, 3). Es una simple constatación de hecho. Pero parece que Jesús responde de una forma que no guarda proporción con la simple observación de su madre. «Mujer», dice, «¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora».
Para que podamos entender la reacción de Jesús, aparentemente desmesurada, tenemos que comprender la frase «¿qué nos va a ti y a mí?»[2]. Algunos comentaristas sostienen que expresa un brusco reproche de Jesús a su madre. Sin embargo, esa interpretación no resiste un atento estudio.
En primer lugar, deberíamos fijarnos en que al final Jesús cumple la petición que infiere de la observación de María. Si lo que pretendía era reprenderla, seguramente no habría accedido a su ruego después de haberle dirigido el reproche.
Con todo, la prueba decisiva contra la lectura que lo interpreta como una reprensión, viene del mismo presunto reproche. En tiempos de Jesús, «¿Qué nos va a ti y a mí?» era un modismo común, una expresión corriente, en hebreo y griego. Se encuentra en otros lugares del Antiguo y del Nuevo Testamento, así como en fuentes extrabíblicas. En todos los demás lugares en que aparece, no indica, de ninguna manera, reproche o falta de respeto. Todo lo contrario: expresa respeto e incluso deferencia. Fíjate en Lucas 8, 28, en que la frase es usada al pie de la letra por un hombre poseído por un demonio. Es el demonio quien pone esas palabras en boca del poseso, y su intención es reconocer la autoridad de Jesús sobre el hombre y sobre el demonio. «Te lo suplico, no me atormentes», continúa, afirmando así que debe cumplir lo que Jesús le mande.
En Caná, Jesús se somete respetuoso a su Madre, aunque Ella nunca le manda nada. Tan sólo les dice a los criados: «haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5).
HIJA-MADRE-ESPOSA: MUJER
Pero volvamos por un momento a la respuesta inicial. ¿Te has dado cuenta de cómo se ha dirigido a Ella? No la ha llamado «madre», ni siquiera «María», sino «mujer». De nuevo, los comentaristas no católicos sostendrán de vez en cuando que Jesús empleó el epíteto «mujer» para expresar falta de respeto o recriminación. A fin de cuentas, ¿no debería dirigirse a Ella como «madre»?
En primer lugar, hemos de señalar que Jesús fue obediente a la Ley toda su vida, por lo que no es probable que mostrase alguna vez desdoro hacia su madre, violando así el cuarto mandamiento.
Segundo,