El «encanto» de la vida consagrada. José Cristo Rey García ParedesЧитать онлайн книгу.
El primer relato bíblico –en el libro del Génesis– contempla la creación desde la perspectiva de la alianza de Dios con su pueblo Israel. Dios crea a través de su palabra; su creación es, por lo tanto, inicio de un gran diálogo, que culmina en la creación del ser humano «a su imagen y semejanza», como principal interlocutor, como principal aliado. La misma creación de la tierra forma parte de este diálogo, de esta alianza[10]. También el libro del Génesis nos habla de la ratificación de esa alianza de la creación con Noé en el símbolo del arco iris tras el diluvio.
Con el patriarca Abrahán establece Dios una alianza que redundará en bendición para todos los pueblos de la tierra. Dios lo saca de su tierra y le promete otra tierra y una descendencia innúmera. La promesa estará presente en la trama histórica de los «hijos e hijas de Abrahán». Cuando los descendientes de Abrahán quedaron reducidos a un grupo de esclavos en Egipto, Dios –por mediación de Moisés– los liberó y con ellos restableció su alianza en el Sinaí: «Yo os haré mi pueblo y seré vuestro Dios» (Éx 6,7); la «sangre de la alianza» derramada sobre el pueblo ratificó el pacto (Éx 24,7-8)[11]; el mandamiento principal condensó su contenido:
Escucha Israel, el Señor es nuestro único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Dt 6,4-5).
El Decálogo (¡diez palabras!) mostró pedagógicamente el modo de ser fieles a la alianza (Éx 34,28)[12]: 1. rompiendo con el sistema de los dioses falsos y servir al único Dios (primer mandamiento)[13]; 2. no utilizando el nombre del verdadero y único Dios de forma hipócrita para solapar el mal (segundo mandamiento)[14]; 3. imitando a Dios en el descanso del sábado y cantando sus maravillas (tercer mandamiento)[15]; 4. reconociendo como autoridad suprema al padre y a la madre (cuarto mandamiento)[16]; 5. respetando el derecho de todos a la vida, no matar, superando la venganza con el perdón y la misericordia (quinto mandamiento)[17]; 6. no rompiendo la alianza esponsal, que representa la alianza con el único Dios (sexto mandamiento)[18]; 7. no estableciendo sistemas de robo o acumulación de bienes (séptimo mandamiento)[19], o sistemas corruptos que dejan indefensas a las personas y no garantizan los derechos humanos, ni la verdad (octavo mandamiento)[20]; 8. no codiciando aquello que pertenece al prójimo, sean sus bienes (noveno mandamiento), sea su mujer o su esposo (décimo mandamiento)[21]. Se trataba, ante todo, de acabar con el sistema de la esclavitud e iniciar un sistema de libertad que llevaba al pueblo a exclamar: «Haremos todo cuanto ha dicho Yavé» (Éx 19,8).
La alianza de Dios con Noé, Abrahán, Moisés, con su pueblo fue como una semilla plantada, que echó raíces profundas, produjo tronco y ramas, hojas y frutos. Nuevas generaciones se fueron integrando en ella. Frecuentemente el pueblo se olvidaba de su Dios y violaba la alianza. Por medio de los profetas Isaías[22], Jeremías[23], Ezequiel[24] y Oseas[25] se fue vislumbrando una alianza nueva y definitiva, en la cual Dios se proponía darle al ser humano un corazón nuevo, un espíritu nuevo y purificarlo de todas sus idolatrías.
2. La nueva y definitiva alianza
Con sus palabras y obras Jesús anunció la llegada de la nueva y definitiva alianza e invitó a todos a entrar en ella[26]. Lo hizo hablando del reino de Dios: «buscad, ante todo, el reino de Dios y su justicia, que todo lo demás se os dará por añadidura» (Lc 12,31); pidió la conversión del corazón –el cambio de mentalidad, que el Espíritu haría posible[27]–; se puso como ejemplo del cumplimiento del mandamiento principal en su versión humana: «Amáos los unos a los otros, como yo os he amado» (Jn 13,34); ofreció la copa de la nueva y definitiva alianza en su sangre, derramada por todos (Lc 22,20). La Carta a los hebreos nos ofrece una magnífica meditación sobre el alcance de esta alianza[28].
Jesús no vino a abolir el Decálogo, sino a darle cumplimiento. Por eso, cuando el joven rico se le acercó y le preguntó qué hacer «para entrar en la vida» (Mt 19,16), Jesús le recordó el mandamiento principal y sus claúsulas: «no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre y amarás al prójimo como a ti mismo» (Mt 19,18), es decir, lo invitó a dejar la tierra de la esclavitud y a entregarse al único Bueno (Mt 19,17; Mt 22,36-40); pero, también le ofreció la posibilidad de estrechar aún más su alianza con «el único Bueno»: entrar en su seguimiento y darlo todo a favor de los pobres[29].
Es interesante reconocer que la vida monástica releyó esta escena evangélica como su gran inspiración; lo inadecuado fue que con el paso del tiempo se apropió del texto como si solo se refiriera a la vida religiosa. No hay un camino de los mandamientos –ofrecido a los cristianos de a pie– y otro de los consejos evangélicos –ofrecido a quienes desean una mayor perfección–. No es así. Jesús nos ofrece a todos el inimaginable don de abandonar los ídolos para amar al único Dios bueno y bello en una estrecha alianza de amor. Y Jesús nos hace ver que el camino para llegar al culmen de esa experiencia es seguirlo («como yo os he amado») y amar apasionadamente a los más necesitados. Este es el dinamismo de la nueva alianza.
3. Así es la tri-unidad de Dios: Relación con el ser humano y con el cosmos
La alianza nos muestra que nuestro Dios no es un dios anacoreta, oculto, encerrado en sí mismo, hermético, inaccesible. Es un Dios que ya desde el principio ha salido de sí para crear nuevos espacios, nuevos seres, con los cuales relacionarse y establecer alianza[30]. Lo contrario a un dios anacoreta es un Dios (¡permítaseme el barbarismo!) pericoreta; esta palabra responde a un término griego, utilizado por la teología cristiana para definir las relaciones intratrinitarias. ¡Perichṓresis es lo contrario a anachṓresis!
El Dios pericoreta, en su tri-unidad, lo es también hacia la realidad que ha creado. La tri-unidad divina ha extendido sus relaciones con la humanidad y la creación. Las alianzas más particulares entre Dios y las personas individuales (por ejemplo Abrahán, David) o entre Dios y las comunidades humanas (el pueblo de Israel, la Iglesia) se inscriben en esta gran alianza divino-humano-cósmica.
Dios sigue ofreciendo su alianza a toda la humanidad. La Iglesia de los seguidores y seguidoras de Jesús la acoge explícitamente, públicamente. Dentro de la Iglesia hay grupos, comunidades, que sienten como suya la misión de ser signos vivientes –para todos– de la alianza.
II. El misterio de la alianza en la vida consagrada
Dice la exhortación apostólica Vita Consecrata que la tradición eclesial:
[…] ha puesto también de relieve en la vida consagrada la dimensión de una peculiar alianza con Dios, más aún, de una alianza esponsal con Cristo, de la que san Pablo fue maestro con su ejemplo (cf 1Cor 7,7) y con su doctrina proclamada bajo la guía del Espíritu (cf 1Cor 7,40) (VC 93).[31]
1. La alianza y sus cláusulas en la vida consagrada
«Alianza» es también una categoría central para la vida religiosa o consagrada[32]. Los elementos constitutivos de la vida consagrada –misión, consejos evangélicos, vida comunitaria– son modos en los cuales la alianza toma cuerpo y se significa públicamente.
La alianza de Dios con Israel excluía la adoración de cualquier otro dios –¡la prostitución con cualquier otro esposo! (Oseas, Jeremías, Ezequiel)–, «porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso» (Dt 5,7-8). Así también, la profesión religiosa es, ante todo, alianza –mandamiento principal y búsqueda del reino de Dios y su justicia–. Como reverso es anti-idolatría y renuncia a la esclavitud.
En el ADN de la vida religiosa, en su código genético, desde sus orígenes hasta hoy, hay una motivación innegociable y única: «buscar a Dios» (quaerere Deum). No basta para ingresar en ella un deseo filantrópico, un ansia de entregarse a los demás. La vida consagrada no es una ONG. Lo que siempre la ha caracterizado ha sido la búsqueda incesante de Dios y el deseo de identificarse con su voluntad. Quien busca tan apasionadamente a Dios, ha sido previamente «tocado» por su presencia. La búsqueda del candidato a la vida religiosa es ya respuesta a otra búsqueda invisible y misteriosa. En la búsqueda mutua está la invitación y el inicio de una alianza divino-humana, en la que Dios tiene la iniciativa.
En su fórmula