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Pablo VI, ese gran desconocido. Manuel Robles FreireЧитать онлайн книгу.

Pablo VI, ese gran desconocido - Manuel Robles Freire


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el entonces Benedicto XV, que intentaba por todos los medios a su alcance terminar con aquella «inútil matanza». Recurrió a la diplomacia (el presidente Wilson de EE.UU. envió al Vaticano un delegado personal), a los llamamientos a todos los jefes beligerantes, y sobre todo a la oración; personalmente redactó una que empezaba así: «Sacudidos por el horror de una guerra, que aniquila pueblos y naciones...».

      El amigo de su juventud: Andrea Trebeschi

      Su amigo y coetáneo Andrea Trebeschi tuvo la idea de fundar una revista estudiantil. Y Juan Bautista siguió gustoso los pasos periodísticos de su progenitor. El 15 de junio de 1918 apareció el número primero de La Fionda (La honda).

      El editor vivía en Via Battaglie (calle de las Batallas), en Brescia, y combatió valientemente. «Tiró con honda» ayudado de Montini hasta noviembre de 1926 y se comprometió como abogado –en el ínterin había superado el examen de Estado en Derecho–, lleno de vigor y temperamento, en los enfrentamientos sociales y políticos de la época: Mussolini ya había realizado su marcha sobre Roma.

      La última colaboración

      Su última colaboración para La Fionda la entregó en junio de 1922, bajo el título «Para el 29 de junio: Petro salutem». Con una salutación al papa Benedicto XV, en cuyos funerales había participado Montini el 26 de enero de 1922. Sus impresiones personales se las refería así a su familia en una carta: «... Todo tras las puertas cerradas de San Pedro, con una solemnidad regia, pero sin apenas el calor de las lágrimas y las oraciones. Esta es la piedad del momento y el mundo de los que están lejos, mal representado con la dispersa curiosidad de los mirones. Realmente permanece inolvidable para todos el instante en que callaron las invocaciones polifónicas del coro de la Capilla Sixtina, cuando rechinaron las cadenas que depositaban el sarcófago allí donde Pedro descansa como semilla de la resurrección futura».

      Firma sus colaboraciones con el nombre de G. B. M.

      En noviembre de 1926 La Fionda hubo de interrumpir su aparición, pues las tropas de choque fascistas arrasaron la redacción prendiéndole fuego. Trebeschi continuó luchando en la clandestinidad contra la dictadura fascista. Fue detenido el día de la Epifanía de 1944 junto con algunos compañeros de lucha, deportado al campo de concentración de Dachau, luego trasladado a Mauthausen y finalmente al campo de exterminio de Gusen, donde murió el 24 de enero de 1945. Su hijo Cesare, hoy alcalde de Brescia, editó en 1978 las Cartas a un joven amigo de Montini y, al año siguiente, los artículos que había escrito para La Fionda, unos cincuenta en total. Montini los firmaba g. b. m. y también G.

      Otro gran amigo de Montini, Lionello Nardini

      La I Guerra mundial separó a los compañeros y a los amigos de estudio, y uno de ellos fue Lionello Nardini. Ya se sabe que cuando llega una guerra los primeros a los que movilizan es a los jóvenes, y no queda otra que prestar el servicio a la patria.

      Su amigo Nardini sirvió como subteniente de artillería. Se fue al seminario de Brescia, antes que Montini, y era muy amigo de Montini, pero no llegaría a ser cura, porque murió en un hospital al acabar la guerra. Lo sintió y lo lloró con intensidad. Fue, junto a Andrea Trebeschi, el amigo con el que compartía inquietudes cristianas y proyectos de vida. Para él fueron sus «amici del cuore». Con el tiempo le diría al padre de Lionello que el ejemplo de su hijo le había ayudado mucho a la hora de decidirse a entrar en el seminario.

      Un adolescente preclaro

      Lo cuenta Carlo Cremona en su biografía sobre Pablo VI. Juan Bautista ya no es un niño: es a la vez reflexivo y diligente en el estudio, está pendiente de no malograr las enseñanzas y las expectativas de sus padres, es capaz de escoger amistades valiosas y competentes, como las mantenidas con los padres oratorianos de La Pace, y de hacerse merecedor de su consideración y afecto. Ya no es un niño.

      Ahora es un adolescente que madura con rapidez hacia una juventud responsable; y camina al paso del nuevo siglo, que empezó cuando él tenía tres años y tres meses: se verá en el centro de los acontecimientos más trágicos de su época, y será capaz de iluminarla y sostenerla con la fuerza de su fe. Por el momento, respecto a su configuración mental, hay que decir que Juan Bautista Montini estaba dotado de un intelecto, por así decir, anticipado, que elaboraba silenciosamente los análisis de las situaciones, y revelaba su síntesis con exactitud y rapidez. Era uno de esos hombres –¡tan pocos hay!– con la deslumbrante capacidad de asumir y comprender las cosas cinco minutos antes que la mayoría. Su hermano mayor, Lodovico, nos asegura que, desde joven, Bautista representaba el modelo de la familia, el punto de referencia y de contraste en los juicios sobre los diversos problemas cotidianos, incluso para el padre y la madre.

      Estudios en el instituto estatal de Chiari

      Debido a su precaria salud tiene que recibir las lecciones en su casa con profesores particulares, pero se examina en junio de 1913, en el instituto estatal de Chiari, pero no el instituto de Brescia que dirigían los jesuitas, y eran muy severos con los alumnos que no asistían a clase. Los veranos los pasaba en Verolavechia, la casa de sus abuelos maternos, donde se reponía de su salud maltrecha y seguía recibiendo clases particulares para estar al día en sus estudios.

      A los 18 años deja el Liceo Adorni de Brescia

      Luego se le presentó una ocasión de recuperarse: por iniciativa de otro oratoriano, llamado Luigi Carli, emprendió con un pequeño grupo de jóvenes un viaje de tres semanas a Viareggio, un balneario en el mar Tirreno de moda entre los turistas por aquellas fechas. Allí realizó una serie de caminatas por la playa de hasta 5 km (como escribía orgulloso a sus padres), intentó nadar en el mar y volvió a dejarlo, tomó un poco el sol y se cortó el pelo al cero después de que sus compañeros lo hubiesen trasquilado a su manera. Pero las bromas juveniles no pudieron ocultar su «unión en amor, gratitud, simpatía y oración», ni su dolor «inmenso y profundo» por la pérdida de algunos de sus jóvenes amigos en las trincheras de la I Guerra mundial, llevándole al conocimiento de que «el sacrificio es el sentido de la vida, mientras que el más allá es el sentido de la muerte».

      Sus antiguos compañeros de colegio le aprecian como amigo

      En junio de 1916 acabó el bachillerato en el Instituto Arnaldo de Brescia. Algunos de sus compañeros le recordarían como el que mejor hacía las cosas en el aula. Pero sobre todo como el que demostraba su valía en ser buen amigo y en su espíritu de servicio. No era competitivo. En estos años comulgaba a diario. Por esta época le regalaron una bicicleta, una Bianchi, que era la bicicleta más moderna de la época. La estrenó con entusiasmo e hizo 60 kilómetros hasta el pueblo de Bagolino. Montini, durante toda su vida, sería muy aficionado al ciclismo.

      Confianza de Montini en la Providencia

      En 1914 aprueba el examen de Estado en el Liceo Adorni de Brescia, y en aquel verano estalla la I Guerra mundial y muere Pío X. Italia tardará un año en incorporarse el conflicto, pero las autoridades ordenan la movilización para estar preparados para cualquier eventualidad. Pero Juan Bautista Montini es rechazado por falta de salud.

      En este verano pasaba unos días con sus hermanos en Verolavecchia. Una tarde un grupo de amigos de Juan Bautista merienda en casa de Luis Benassi, cuya madre trabajaba como sirvienta para los Alghisi. Hablan de todo. Mientras va y viene con las bandejas, la madre de Luis participa en la conversación:

      —Pues este quería hacerse sacerdote, pero nosotros no podemos...

      Juan Bautista replica enseguida:

      —Abuela Margarita, siempre hay que contar con la Providencia.

      Ayuda a Luis Benassi a ir al Seminario de Brescia

      Luis y Juan Bautista hablaron luego, a solas: «No te preocupes, prepara tus cosas para marchar a Brescia, ya hablaré yo con mis padres. Y guárdame un secreto: también yo quiero estudiar para sacerdote, pro no lo digas a nadie porque todavía no lo saben en mi casa».

      El padre de Juan Bautista consiguió una beca para Luis Benassi, que luego sería arcipreste de Farsengo: «Ya ve usted, supe antes que nadie la vocación del futuro papa. Hace unos años le


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