¿Y tú qué miras?. Gabourey SidibeЧитать онлайн книгу.
fuera un hombre, y blanco. A Ahmed y a mí nos separaron en dos casas de acogida distintas. Él fue con una gran familia en algún lugar de Queens, con unos padres que lo trataban con cariño (lo llevaron a IHOP). Y a mí me colocaron en una especie de casa de acogida a lo Annie, regentada por un par de hermanas gemelas idénticas. También eran idénticas en maldad y cada una de ellas tenía un hijo de mi misma edad. Había otros dos niños más y una chica adolescente que se negaba a hablar con nadie. Las gemelas nos amenazaban con azotarnos si no hacíamos lo que nos ordenaban. Y mientras que alimentaban a sus hijos biológicos con comida caliente cada mediodía y noche, a los niños en acogida solo nos daban sándwiches de mantequilla de cacahuete y mermelada. Eso sí que era maltrato. Las gemelas me cortaron el pelo y me pusieron lacitos para el día de la fotografía en la nueva escuela en la que me matricularon.
Fue horrible. Todavía no sé si estaba en Brooklyn o en Queens. No sabía cómo volver a casa. No sabía qué había dicho para acabar allí. No sabía dónde estaba mi hermano ni si volvería a verlos a él o a mi familia algún día.
A Alice la pillaron desprevenida. Por supuesto que no nos maltrataba a ninguno de los dos. Ibnou la había denunciado solo para hacerle daño. Cuando telefoneó al Departamento de Bienestar Infantil, imaginó que a quien sacarían de la ecuación sería a Alice, dado que era a ella a quien estaba castigando. No esperaba que se nos llevaran a mí y a Ahmed. Para recuperarnos, tanto Ibnou como Alice tuvieron que someterse a una investigación. Cada día, al salir del trabajo, Alice iba directa a los juzgados con cualquier documentación que imaginara que podía ayudarla a recuperarnos. Después de estar en casas de acogida durante casi tres semanas, los agentes del Departamento de Bienestar Infantil nos llevaron de regreso a casa y fue entonces cuando supimos lo que había pasado, que había sido papá quien nos había hecho aquello. Para mí fue el final. Mi padre estaba muerto para mí, y empecé a hacer campaña para que mi madre se divorciara de él. Pero Alice estaba esperando el momento oportuno. Quería poner fin a aquel matrimonio, pero sabía que tenía que hacerlo de un modo que le garantizara que Ahmed y yo estuviéramos seguros. Fue más o menos entonces cuando Alice empezó a enseñarnos a Ahmed y a mí ejercicios de defensa personal. Nos enseñó a dar patadas y a gritar si Ibnou o algún amigo suyo intentaba recogernos de la escuela alguna vez sin que ella nos hubiera advertido antes que iban a hacerlo. Nos enseñó a patalear y gritar si alguna vez estábamos con Ibnou y nos llevaba al aeropuerto sin su conocimiento. La década de 1980 fue una locura, es lo único que puedo decir.
Avancemos ahora un par de años: Ibnou le pide a Alice que le escriba una carta a Tola invitándola a venir a Estados Unidos y Alice finalmente ve que se acerca su oportunidad.
El verano después de que Tola viniera a vivir con nosotros en Estados Unidos, a Alice y a su banda del Cotton Club les propusieron actuar en un festival en Marruecos. Ella quería ir, pero sabía que mi padre no era capaz de cuidar de nosotros por sí solo teniendo trabajo y Ahmed y yo éramos demasiado pequeños para quedarnos solos. De manera que se decidió que Tola volviera a instalarse en nuestro apartamento para ocuparse de nosotros en ausencia de mi madre. Y allí estaba yo, compartiendo de nuevo mi cama con una mujer adulta.
La noche antes de que mi madre regresara a casa, Ahmed y yo hicimos algo que solíamos hacer mucho entonces: nos despertamos en plena noche y nos encontramos en el pasillo para hablar de los sueños que habíamos tenido o de si había o no dibujos animados en la tele. Pero aquella noche, la noche antes de que mi madre regresara a casa, yo tenía algo más de lo que hablar.
—Tola no está en mi cama —dije—. ¿La has visto?
—No. Pero tampoco está en el salón.
Miré por encima de Ahmed en dirección al dormitorio de nuestros padres. La puerta estaba cerrada. Supe entonces que Tola y mi padre estaban durmiendo juntos. Era la primera vez que se me pasaba aquello por la cabeza, pero sabía que estaba en lo cierto. Sabía que Ibnou era superaburrido y, sin rodeos, el peor padre del mundo, pero la idea de que le pusiera los cuernos a mi madre con alguien que nos había presentado como su prima ni siquiera se me había ocurrido. Esas cosas pasaban en las telenovelas, no a la gente real. Ahmed, que seguía siendo muy inocente, no se daba cuenta de nada. No es que sea tonto; es solo que es una persona muy dulce y a quien no le gusta inmiscuirse en la vida de los demás. En eso se parece a mi madre. ¿Y yo? Pues yo soy más como Ibnou, recelo de todo el mundo y me lo tomo todo muy a pecho.
Cuando Alice regresó a casa al día siguiente, yo estaba tan contenta de verla de nuevo que decidí saborear el momento y esperar a informarle de la desaparición de Tola de mi habitación. No tuve que esperar mucho tiempo. Tola pasó la noche (otra vez) en mi cama (otra vez); tras tanta celebración, (supongo que) se le hizo tarde para volver a casa. Alice e Ibnou hicieron el amor (o lo que fuera, ¡qué asco!) y ambos fueron al cuarto de baño después para ducharse juntos (¡puaj! ¡Más asco todavía!). Tola entró y, al sorprenderlos, colapsó. Empezó a llorar y a gritarle a Ibnou en wolof. Luego se marchó corriendo de casa. Ibnou le explicó a Alice que lo único que le pasaba a Tola es que estaba desconcertada. ¿Cómo podía ser que un matrimonio tuviera relaciones sexuales? ¡Qué raro y qué asco! ¡Yo te entiendo, Tola!
Alice sabía lo que se cocía y aprovechó el momento para destapar la verdad. Salió detrás de Tola y la acorraló en un portal.
—Tola, ¿te estás acostando con Ibnou?
—¡No, no! Solo es mi primo —mintió ella.
—¿Es tu marido? —la presionó Alice.
—¡No! ¡No! ¡Es mi primo! ¡Solo eso!
Alice reflexionó unos instantes e interrogó a Tola por su bebé, Malick, al que había dejado en África.
—¿Malick es un hijo bastardo de Ibnou?
Cualquiera que conozca a los musulmanes sabe que la palabra «bastardo» puede desencadenar tempestades. Me he pasado toda la vida oyéndole a mi padre decirme que no traiga a casa a ningún bastardo, que el embarazo fuera del matrimonio es uno de los pecados más graves, que la vergüenza que traería a la familia sería irreversible y que bajo ningún concepto podía hacer que esa vergüenza cayera sobre él. Llamar bastardo al hijo de Tola fue como clavarle una puñalada a su orgullo y a su dignidad.
—¡NO! ¡No es ningún bastardo! ¡Estamos casados! —respondió Tola.
¡Por fin! Tras años de estar secretamente casado con su prima, de concebir con ella un hijo y de meter a su segunda esposa en casa de la primera, pillaron a Ibnou con las manos en la masa. Había mentido y maquinado todo el tiempo que había podido, pero ahora que la verdad había salido a la luz no tenía más elección que dejar que Alice se marchara conmigo y con Ahmed.
Al día siguiente, Alice nos llevó a Ahmed y a mí a comprar ropa para el inicio del nuevo año escolar. Yo empezaba cuarto curso. Nos dijo que nos íbamos a mudar de casa, que por fin íbamos a dejar a Ibnou y por fin íbamos a salir de Brooklyn. Hicimos las maletas e Ibnou no protestó. Lo que no sabíamos entonces era que Tola volvía a estar embarazada…, que Ibnou tenía una nueva familia que nos sustituiría en cuanto saliéramos por la puerta. Nos trasladamos a una habitación en casa de mi tía Dorothy en Harlem. Tres meses después, Tola dio a luz a otro hijo y, con el tiempo, trajeron a Malick a Estados Unidos junto con una hija mayor de Tola de una relación anterior. Los cinco parecían una familia feliz. No puedo asegurarlo al cien por ciento, porque lo único que hacían era sentarse en silencio y ver el telediario en francés. Pasado un tiempo, Ibnou se casó con Tola en Estados Unidos para que ella también consiguiera el permiso de residencia permanente.
Retrato de familia. ¡¡¡LÁSERS!!! Los años ochenta fueron lo mejor que ha habido, ¿a que sí? ¿Y mi madre puede ir mejor peinada? Mira qué cejas, con ese arco de infarto. ¡Es una DIOSA NEGRA!
Cortesía de Gabourey Sidibe
Ibnou y Alice siguieron siendo amigos al margen de lo que yo opinara sobre