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Historia de Estados Unidos. Carmen de la GuardiaЧитать онлайн книгу.

Historia de Estados Unidos - Carmen de la Guardia


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de su primer viaje a las Indias, otros reinos europeos financiaron viajes en busca del deseado camino hacia Asia. En muchos de ellos también fueron marinos italianos los que elaboraron los proyectos y se los ofrecieron a los diferentes monarcas.

      Giovanni Caboto y sus hijos viajaron bajo pabellón inglés a finales del siglo XV. Firmaron un contrato con Enrique VII, en 1496, en donde el monarca les concedió la autorización para navegar “a todas partes, tierras y mares del Este, del Oeste y del Norte (…) bajo sus propios gastos y cargas”. Tenían que “averiguar, descubrir y encontrar cualesquiera islas, tierras, regiones o provincias de los paganos infieles (…) desconocidas para todo cristiano”, izar “las banderas y enseñas” inglesas. Zarparon del puerto de Brístol en mayo de 1497 y el día de San Juan arribaron a algún lugar de la costa norteamericana. Probablemente a la costa de la actual Canadá cerca de la desembocadura del San Lorenzo. Al igual que Colón, consideraron que habían alcanzado la costa asiática. Encontraron riqueza pesquera y aparejos indígenas. Los llevaron a Inglaterra a su regreso en agosto de 1497. Giovanni Caboto preparó una segunda expedición, en 1498, divisando la costa oriental de Terranova. Pero un motín de su tripulación le impidió continuar hacia los fríos mares del Norte y le obligó a virar hacia el Sur recorriendo las costas de los actuales Estados Unidos.

      También la Francia de Francisco I se comprometió con la empresa atlántica. Todavía el mayor interés radicaba en buscar un paso hacia Asia por el Oeste. Los viajes de Giovanni Verrazano (1524) y de Jacques Cartier (1534) demostraron, tras recorrer la costa entre Terranova y las actuales Carolinas, que el paso no era factible.

      Los viajes ingleses y los franceses no dieron fruto de forma inmediata. Pero sirvieron para que los reyes de Francia y de Gran Bretaña reclamasen sus derechos, cien años después, sobre América del Norte. Fue durante el siglo XVII cuando las naciones atlánticas no ibéricas fueron capaces de violentar el monopolio español y portugués en América.

      Desde la segunda mitad del siglo XVII, la Monarquía Católica mostró signos de debilidad. La derrota de la Armada Invencible, en 1588, no sólo fue una humillación para el rey Felipe II sino que destruyó gran parte de los efectivos de la Marina española. Las costas de América no podrían ser defendidas como hasta entonces. Además, nuevas naciones se alzaban con fuerza en el contexto europeo enarbolando, a través de la escisión protestante, una fuerte independencia frente a la universalidad católica representada, en el mundo de la política, por la Monarquía Hispánica. Desde comienzos del siglo XVII las plantaciones de otras naciones inundaron los territorios más lejanos y peor protegidos del Imperio español: los actuales Estados Unidos.

      Si bien los viajes holandeses por América del Norte fueron más tardíos que los realizados bajo pabellón inglés o francés, la creación de Nueva Holanda fue inmediata. Se fundó cuando las dos potencias protestantes, Inglaterra y Holanda, mantenían una estrecha alianza contra la católica España. La costa, de lo que luego fue Nueva Holanda, fue explorada por el inglés Henry Hudson, contratado por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales en 1609, para encontrar el ansiado paso hacia Asia. Poco después, en 1614, los holandeses establecieron en ese territorio factorías iniciando un comercio de pieles con los iroqueses. En 1626, el gobernador de la colonia, Peter Minuit, compraba la isla de Manhattan a los indígenas. El nuevo territorio fue bautizado por los holandeses como Nueva Ámsterdam y fue la capital de Nueva Holanda. Gobernada rígidamente por la Compañía, defendida por una pequeña guarnición, y colonizada, sobre todo, por grandes propietarios de tierras que imponían duras condiciones de trabajo a los campesinos, la colonia durante el periodo holandés nunca atrajo a muchos emigrantes.

      La presencia del Reino de Suecia en los actuales Estados Unidos fue efímera pero importante. Las primeras exploraciones del actual estado de Delaware fueron tempranas. Marinos españoles y franceses habían navegado por estas costas. También lo hicieron bajo pabellón holandés Henry Hudson en 1609, Cornelius May, en 1613, y Cornelius Hendricksen, que recorrió la bahía del Delaware y también navegó por el río hasta la actual Filadelfia, en 1614. Además levantó un mapa detallado de toda la región. El marino inglés Samuel Argall divisó estas costas en 1610 y las bautizó en honor del gobernador de la recién fundada Virginia, lord de la Warr, como Delaware. El primer establecimiento fue una pequeña factoría comercial holandesa: Zwaanendael destruida e incendiada por los indígenas en 1632. Poco después, en 1638, Suecia creó una colonia en ese territorio. Dos embarcaciones: la Kalmar Nyckel y la Vogel Grip llevaron a emigrantes suecos que fundaron en las riberas del río Cristina el fuerte Cristina, todo ello en honor de su joven reina: Cristina de Suecia (1632-1654). La colonia de Nueva Suecia sobrevivió con dificultades por los continuos ataques de sus poderosos vecinos y fue conquistada por Nueva Holanda en 1655. Sin embargo los pobladores suecos de Delaware conservaron su lengua y costumbres durante generaciones.

      Durante el siglo XVII, Francia también contribuyó a la ruptura del monopolio español en América del Norte. Recordando los viajes de Verrazano y de Cartier, la Francia de Luis XIV reclamó su derecho a fundar colonias en América. Los primeros asentamientos franceses en América se fundaron en el Noreste, en Port Royal, en 1605, situado en la península que los franceses denominaron Acadia y los ingleses Nueva Escocia. Un poco después, en 1608, Samuel de Champlain fundó Quebec –palabra algonquina que significa ‘estrechamiento del río’– comenzando la colonización de Nueva Francia. La exploración y la posterior formación del Imperio francés en América del Norte se realizó en tres fases. De 1603 a 1654 se exploró y se fundaron asentamientos en el valle del río San Lorenzo y sus afluentes. De 1654 a 1673 colonos franceses ocuparon la zona de los Grandes Lagos, en la última etapa, de 1673 a 1684, exploraron y fundaron poblaciones en los márgenes del Misisipi. Así paulatinamente exploradores, misioneros, tratantes de pieles y colonos fueron creando asentamientos. Alrededor de 1720 ya había una línea de fuertes, misiones, pueblos y plantaciones que iba desde Louisbourg, en la isla del cabo Bretón, hasta Nueva Orleáns.

      Las Trece Colonias inglesas

      De la misma forma que Francia, también la Inglaterra de Isabel I (1558-1603) hizo valer sus derechos sobre el suelo norteamericano recordando los viajes que Giovanni Caboto había realizado bajo pabellón inglés.

      Durante gran parte del siglo XVI, Inglaterra se encontraba muy debilitada y dividida por profundos problemas religiosos como para disputar a España su presencia en América. Pero en la década de 1580 la dinastía Tudor había reforzado su poder. Y además la Monarquía Católica, por primera vez, como ya hemos señalado, mostraba signos de debilidad y las costas americanas no podrían ser defendidas con eficacia.

      Inglaterra tenía muchas razones para crear “plantaciones” en América. La mayoría de los geógrafos e historiadores del siglo XVII invitaban a la fundación de asentamientos ingleses en América del Norte. Richard Hakluyt el Joven publicó un auténtico panegírico sobre la colonización. En A Particular Discourse Concerning Western Discoveries (1584) defendía que las presumibles plantaciones serían la base para atacar al Imperio español. También permitirían a Inglaterra obtener directamente productos coloniales así como disponer de un nuevo mercado para sus exportaciones y, sobre todo, proporcionarían vivienda y tierras para el exceso de población del país. Esa percepción de una Inglaterra densamente poblada la compartían todos los escritores isabelinos. Y por ello consideraban imprescindible no tanto crear puestos comerciales como fundar asentamientos estables –plantaciones– que obligasen al traslado de los “plantadores” desde Inglaterra a América. También sir Humphrey Gilbert en A Discourse of a Discovery for a New Passage to Cataia (1576), enumeraba las ventajas para Inglaterra de los asentamientos ultramarinos. Además de argumentos similares a los de Hakluyt, enarbolaba uno nuevo: América se convertiría en un excelente refugio para los disidentes religiosos. Si bien estas razones defendidas por los escritores ingleses del siglo XVI eran apoyadas por la Corona y por la Iglesia oficial anglicana, no fueron estas instituciones las que dirigieron la colonización. Fueron las emergentes clases comerciales británicas, integradas en gran parte por reformadores puritanos de la Iglesia de Inglaterra, los que organizaron y protagonizaron la empresa de fundar asentamientos ingleses en América.

      Una de las actividades más lucrativas de la Inglaterra de finales del siglo XVI consistía en la exportación de lana a los Países Bajos. El colapso sufrido por el mercado


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