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El marqués de la Ensenada. José Luis Gómez UrdáñezЧитать онлайн книгу.

El marqués de la Ensenada - José Luis Gómez Urdáñez


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menos barcos que en tiempos de Ensenada. El panegírico del ministro de Marina era esperable, pero también apuntan ya las primeras noticias y anécdotas sobre su capacidad de trabajo, sus dotes para la administración, su genio reformador, etc. Fernández de Navarrete, que escribía en el fragor de la revolución liberal, inició también lo que la corriente nacionalista decimonónica no dejaría de alimentar: el españolismo de Ensenada, una gloria nacional.

      Con los primeros datos de Fernández de Navarrete y con una excelente selección documental de los archivos de Alcalá, Simancas, Palacio Real y Academia de la Historia, el archivero Antonio Rodríguez Villa publicó en 1878 un Ensayo biográfico sobre Ensenada que sigue siendo de obligada consulta. Además del interés de los documentos que transcribe, el trabajo de Rodríguez Villa es un intento de visión global del estadista, el primero que repara en un «proyecto ensenadista» y en las cualidades políticas y humanas del Jefe: hombre ubicuo y pantófilo, recto, entregado al servicio de España, desinteresado; es decir, la imagen opuesta a la que William Coxe había divulgado en Memoirs of the Kings of Spain of the House of Bourbon, publicada en Londres en 1815, utilizando los retratos que hicieron del ministro los políticos ingleses y algunos franceses. Para Rodríguez Villa, que también escribió una biografía de Patiño, Ensenada representaba la introducción de una vía española en la línea afrancesada de la política de Felipe v, cuyo desarrollo pleno se producirá con Fernando vi: un rey español y unos ministros españoles.

      Coxe había publicado su libro en Londres, en medio de un clima de euforia patriótica. Los españoles y los británicos acababan de derrotar a Napoléon, lo que ponía fin al siglo dominado por los ilustrados afrancesados aborrecidos por la camarilla de Fernando vii. Ensenada, como afrancesado y antibritánico, aparecía en el libro —traducido por Salas y Quiroga en 1846 desde la edición francesa de 1827— como un hombre ambicioso, intrigante y arriesgado, mientras la facción contraria —Carvajal, Huéscar, Wall—, por supuesto anglófila, era la verdadera responsable de los logros del reinado de Fernando vi. «Debe atribuirse este beneficio —dice Coxe— al carácter sosegado del monarca y a la firmeza y rectitud de Carvajal, cuyos buenos principios sobrevivieron por fortuna a su administración». Los vicios de Ensenada —«llegó a ser muy codicioso de dinero»—, su cinismo y malas artes —«a la reina le ocultó sus verdaderas máximas de política»— y sus intrigas con Farinelli y el padre Rávago explicaban, para William Coxe, que la máquina del Estado no tuviera dirección y por tanto, todo dependiera de Francia. Se introducía así un argumento más a favor del «país difícil de gobernar» a causa de los enfrentamientos y ambiciones personales en la cumbre del poder, lo que los militares ingleses que volvían de combatir en la Peninsular War (la más tarde llamada ya en España guerra de la Independencia) decían haberlo observado repetidamente entre sus aliados españoles. Como es sabido, es opinión general en la historiografía inglesa que el caudillismo ibérico, presente sobre todo entre los jefes de las guerrillas, más que ayudar a ganar la guerra contra Napoleón, dificultó la genial visión estratégica de Wellington.

      Al otro lado del canal, el gran historiador de Felipe v Alfred Baudrillart reivindicaba el papel de Francia, en su conocido libro publicado en 1900, igual que hará cuarenta años después René Bouvier, con la colaboración de Carlos Soldevilla, al escribir Ensenada et son temps. Para ambos, Francia dominó las relaciones internacionales de la corte de Madrid y Ensenada solo fue un agente más en el juego versallesco de una política de frivolidad y bajas pasiones. Para su biografía de Ensenada, Bouvier se sirvió de la obra de Rodríguez Villa, de la que obtuvo la práctica totalidad de la documentación española —también, en menor medida, utilizó a Coxe—, pero introdujo documentación francesa, generalmente impresiones de los gobernantes y embajadores franceses, con la que desvió el punto de vista «nacionalista» de Rodríguez Villa. Bouvier, al contrario que el archivero español, resaltaba las malas artes de Ensenada, «un courtisan superieurement doué pour la flatterie et pour l’intrigue» (Un cortesano excepcionalmente dotado para la adulación y la intriga), pero, al fin, lo consideraba un «veritable homme d’Etat, l’un de ces hommes d’Etat organisateurs dont l’Espagne a été géneralement privée» (Un verdadero estadista de los que España ha sido generalmente privada). Pendiente del duelo franco-británico del siglo xviii, Bouvier también etiquetaba, como Coxe, a los hombres de Fernando vi: Huéscar, antifrancés, provoca la caída de Ensenada, antibritánico; Wall, «instrument docile de la polítique anglaise» (Dócil instrumento de la política británica) como Carvajal, le habría ayudado.

      Los pocos historiadores españoles que se ocuparon de Ensenada siguieron básicamente la línea reivindicadora de Rodríguez Villa; fueron eruditos, juristas y políticos, tanto liberales como conservadores. De nuevo, los primeros los riojanos. Amós Salvador, que llegaría a ser ministro con su tío Práxedes Mateo Sagasta y fue muchos años alcalde de Logroño, destacaba de su compatriota Ensenada, en una breve biografía publicada en 1885, las virtudes más progresistas: su «mano reformista o creadora» intervino incluso en el alivio de «la clase jornalera» que «respiraba sin la opresión de los consumos»; «el pueblo sacudió el terrible yugo de los asentistas», etc. En boca del liberal Salvador, Ensenada fue «el mejor ministro que haya nunca conocido la monarquía española». Pero las exageraciones del político riojano pronto iban a parecer extravagantes, pues no fue el progresismo la corriente más favorable a Ensenada, sobre todo una vez que Menéndez Pelayo lo elevó a figura nacional y católica indiscutible.

      Con el Ensayo biográfico de Rodríguez Villa y la Noticia de Fernández de Navarrete, pero con una fuerte influencia de don Marcelino, el también marino Joaquín María de Aranda continuó la labor de exaltación del gran ministro de Marina desde el cuerpo en fecha tan marcada como 1898. No aportaba nada nuevo a la obra del archivero, pero Ensenada se iba convirtiendo en un modelo de estadista para los conservadores, que opondrían su figura agigantada de regenerador contra las tesis extranjeras que atacaban a España y a su historia. A partir de entonces, la figura de Ensenada fue un lugar común en discursos de militares, alardes patrióticos de políticos o alcaldes y gobernadores de provincias con puerto de mar. Y es que, desde entonces, con Ensenada siempre se queda bien.

      Agustín de Amezua y Mayo, en una conferencia pronunciada en 1917, se servía de Ensenada para contestarse a la pregunta «¿Incapaces los españoles para gobernar?», reaccionando obviamente contra Coxe. El jurista confesaba que su «ánimo patriótico, atribulado ante el espectáculo de la miseria nacional, abría el pecho a la esperanza, soñando ¿por qué no? con días de ventura en que la Historia de España renovase aquellos tan lejanos de su pasada grandeza». El confeso menendezpelayista —«el gran cantor y creyente de nuestra raza, mi llorado maestro y maestro de todos, el gran Menéndez Pelayo»—, que exaltaba el carácter nacional y cristiano de Ensenada, utilizaba casi exclusivamente la biografía de Rodríguez Villa, pero acudía a Baudrillart para reflejar la francofobia, que legitimaba así: «heroico pueblo a quien no logran afrancesar cien años de constante y tenaz influencia galoclásica y que conserva sus virtudes, sus rasgos nacionales, su horror al extranjero». De la obra de este autor resaltaba todos los juicios adversos contra Ensenada para defenderlo y erigirlo en campeón contra Francia, contra «la corte de Versalles que mudaba nuestros ministros a su antojo». El desprecio que le deparaba el embajador francés, Louis Guerapin de Vaureal, obispo de Rennes, por ejemplo, era una condecoración para Ensenada: «el más frívolo botarate que hay en el mundo, que no tiene otra realidad que su odio a Francia», había dicho del marqués el obispo embajador. Para Amezua, la caída del marqués era una traición a España y los implicados, verdaderos monstruos vendidos al extranjero. Huéscar llegaba a ser «ferviente amigo de Rousseau, con quien había de mantener más tarde una ridícula correspondencia». De nuevo España había sido humillada por los extranjeros.

      Pero eruditos y polígrafos seguían viviendo de Rodríguez Villa y de la inspiración de don Marcelino. Con motivo del centenario de la muerte de Ensenada, en 1981, un cura riojano, Felipe Abad León, se sumó a la entusiasta corriente de elogios patrióticos y dio a la luz, en dos tomos, una biografía, en la que prácticamente reproducía el texto de Rodríguez Villa; pero introducía dos novedades: una, la polémica —que él alimentó— entre los dos pueblos que se disputan su nacimiento, de lo que hablaremos para zanjar de una vez la cuestión, y otra, los extractos de la correspondencia que había mantenido un joven militar que


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