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Hasta que la muerte (del amor) nos separe. Cristina Ruiz FernándezЧитать онлайн книгу.

Hasta que la muerte (del amor) nos separe - Cristina Ruiz Fernández


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sino como un «don» hecho a las personas unidas en matrimonio (Amoris laetitia 62).

      El presente libro responde a estas tareas pendientes, después de los dos Sínodos sobre matrimonio y familia. Lo hace desde la realidad vivencial del laicado creyente, capaz de sentir la alegría del amor cuidado y el dolor del amor herido o lamentablemente fallecido; también desde las experiencias esperanzadoras que hacen posible el volver a empezar un nuevo camino de vida.

      Quisiera convertir este prólogo a sus planteamientos en una prolongación de sus propuestas siguiendo las líneas del siguiente esbozo: La boda es un momento, pero el matrimonio es un proceso que dura tiempo, hasta la consumación de la vida o hasta la muerte del amor. La unión indisoluble es la verificación vivida y convivida, que no siempre se logra, de una promesa personal, reconocible civilmente como contrato y religiosamente como símbolo sacramental. La sociedad que testimonia y protege civilmente la unión, formaliza el divorcio con seguridad jurídica para cónyuges y familia. También la Iglesia, que acompaña desde la fe el camino de la pareja, debería acoger los procesos tanto de sanación y reconciliación como los de separación reconocida, rehabilitación apoyada y nuevo comienzo acompañado.

      Si se consideran el matrimonio y el divorcio desde la triple perspectiva: personal, jurídica y religiosa, se podrá replantear el reconocimiento ético, civil y religioso de los enlaces y desenlaces de las parejas.

      Este planteamiento obliga a repensar el lenguaje. Diccionarios de sinónimos y antónimos, en ítems de matrimonio y divorcio, se reducen a mencionar boda, nupcias y unión, o descasamiento, disolución y ruptura, sin apenas mencionar enlace y desenlace. Pero me parece atinadísima, para la unión, la noción de enlace; mejor que vínculo, yugo, contrato o compromiso. Para una separación correcta y respetuosa, lo adecuado sería desenlazar con cuidado el lazo, aún no anudado por completo; además, desenlace es, por su proximidad al fallecimiento, un término apropiado para el reconocimiento de la separación, incluso en separaciones por incompatibilidades y divergencias o rupturas por infidelidades.

      Enlace y desenlace expresan atinadamente inicios e interrupciones de un camino hacia la unión consumada. Consumación no es sinónimo de primera cohabitación, sino de proceso y fin de un camino: estrechándose los cuerpos y abrazándose las personas intentan crecer juntas hacia la meta de convertir la promesa renovada en lazo irrompible. Lo que empezó casualmente al entrecruzarse los caminos y se confirmó al decidir el enlace, se cultiva viviendo la promesa renovada de convertir azar en destino y hacer del enlace consumado un lazo indisoluble.

      Si, presuponiendo esta interpretación de lo que significa el enlace de la pareja, integramos los puntos de vista ético, civil y eclesial, y vemos la promesa de la pareja apoyada por la conciencia personal, la seguridad jurídica y la fe religiosa, podremos plantear el reconocimiento responsable de los desenlaces.

      Tanto en las convivencias de hecho como en las formalizadas civil o religiosamente, el desenlace puede ser variopinto.

      Hay desenlaces dolorosos y otros sin pena ni gloria; los hay trágicos o dramáticos; a veces, hasta cómicos; los hay conflictivos y pacíficos, por infidelidad o por incompatibilidad, por culpa de una parte o de la otra, o de las dos, o de ninguna, sino por circunstancias externas… En cualquier caso, para que el desenlace sea correcto, a pesar de ser desenlace, la ética lo protegerá desde la conciencia y la sociedad desde la ley. Las Iglesias deberían protegerlo desde la fe evangélica orante, con la que bendice el enlace y debe acompañar el desenlace.

      En el caso de una convivencia estable de hecho, desde el punto de vista ético, cada una de las partes se verá interpelada por su conciencia para ser honesta consigo misma y con la otra parte al decidir el desenlace.

      En el caso de la unión civil, el derecho garantizará que el desenlace no vulnere el bien jurídico de los cónyuges y familia.

      En el caso de la unión celebrada religiosamente, la Iglesia que antes acompañó a los esposos en su enlace, atestiguando su promesa con la bendición divina para animarles a cumplirla, puede y debe ahora, cuando se ha producido el desenlace, acompañarles desde la fe para sanar, si las hubiera, las heridas que haya dejado la separación y apoyar igualmente desde la fe a quienes emprenden el camino de rehacer su vida.

      Lo mismo que hay un duelo religioso, no solo civil, tras la muerte física del cónyuge, también tiene sentido el duelo por el desenlace en la mitad del camino de la vida. A los teólogos que se oponen a la acogida sacramental en la Iglesia de las personas divorciadas y casadas de nuevo, hay que decirles: ¡todo lo contrario, escandalizaría que no se les acogiese! Puede y debe haber un camino de duelo y sanación religiosa tras el desenlace matrimonial. Reconocer de esta manera sacramental el desenlace y las nuevas nupcias, estará más de acuerdo con el Evangelio que la defensa canónica, tantas veces farisaica, de una indisolubilidad abstracta, mágica e inmisericorde.

      Pero esta propuesta de reflexión desde las nubes de la teología célibe necesita, para tener fuerza convincente, surgir desde la realidad de la vida y expresarse en el lenguaje laico, familiar y cotidiano de la autora de este libro, a la que la teología agradece que la ayude a despertar del sueño dogmático, moralizador y canonista.

      JUAN MASIÁ SJ

      Diálogos de convento

      Una conversación imaginaria (pero posible) en una comunidad de religiosas:

      —Va a salir dentro de poco un libro de Cristina Ruiz que nos va a venir bien a todas leer.

      —Esa Cristina me suena que escribe en Humanizar y en 21… ¿No es la directora de Alandar?

      —Lo era hasta hace poco pero ahora lo ha dejado: ha tenido un niño y quiere tener más tiempo para él.

      —¿Y de qué va el libro?

      —Es sobre separaciones y divorcios y se llama Hasta que la muerte [del amor] nos separe.

      —Pues si va de eso, ya nos dirás qué tiene que ver con nosotras que somos monjas…

      —¡Pues justo por eso tenemos que leerlo! Tampoco a ella le toca de cerca porque está recién casada, pero ya sabemos cuál es la estadística: dos de cada tres parejas que se casan en España terminan divorciándose. Eso quiere decir que todas tenemos cerca y tratamos a personas en esa situación y nos viene muy bien acercarnos al tema desde dentro y comprender mejor lo que están viviendo. Hay un montón de sufrimiento detrás de cada separación y no podemos quedarnos al margen e ignorarlo porque «no nos toca».

      —Me estoy acordando lo bien que me vino hace años una conversación con una amiga casada sobre el tema de la pareja. Nos habíamos conocido hacía poco, las dos rondábamos los 40, ella casada y yo en un momento de crisis y haciéndome preguntas sobre el sentido de renunciar a la pareja y a los hijos. Dormíamos en el mismo cuarto en un cursillo, estábamos ya con la luz apagada y me preguntó qué tal vivía yo lo del celibato. Le confesé cuánto me costaba en aquellos momentos, comparándome con ella a la que veía tan feliz…Encendió la luz y me dijo: «¿Quieres que hablemos?». Empezó ella y me habló de sus dificultades de pareja, de su experiencia dolorosa de soledad profunda, de su lucha diaria por perdonar y volver a empezar una relación que se quebraba con frecuencia. Apagamos la luz casi de madrugada. Menudo baño de realismo viví aquella noche y cuántas cosas aprendí sobre conflictos, desacuerdos e incomunicaciones y también sobre la increíble capacidad de ciertas parejas para superar problemas y aprender trabajosamente a amar. Os aseguro que por difícil que nos sea a veces a nosotras el convivir, no tenemos ni idea de lo que vive la gente y por eso necesitamos estar en un continuo aprendizaje de empatía.

      —Me parece que las personas que salen de la vida religiosa después de muchos años, viven algo parecido a un divorcio y viven también experiencias de ruptura, desencanto, pérdida de relaciones y de proyectos, frustración y desamparo a veces. Son casos que hemos vivido de cerca, sabemos lo dura que es esa etapa y lo importante que es poder contar con alguien que les escuche y acompañe ese duelo con sus tristezas, culpas, rabias y rencores. Pienso que este libro, además de sensibilizarnos ante una situación que viven tantas personas, puede darnos pistas sobre


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