Sentir con otros. C. GonzalezЧитать онлайн книгу.
seguir mejorando las prácticas sociales. Por esta razón, contrastando el papel que ha cumplido la filosofía en la educación moral de los individuos, con respecto a lo que puede lograr en este terreno la literatura, es preciso asentir con Rorty en que “la filosofía moral ha ignorado sistemáticamente un caso mucho más común: el de la persona cuyo trato con una franja bastante estrecha de bípedos implumes es moralmente impecable, pero que permanece indiferente ante el sufrimiento de los que no entran en esa franja, aquellos que considera pseudo-humanos” (p. 177).
Conclusión
En definitiva, sirve de poco señalarles a quienes asumen actitudes crueles y discriminatorias, que tienen en común la racionalidad con aquellos que son objeto de sus acciones. Muchos de quienes asumen estas actitudes están completamente conscientes de esto, al punto de que precisan que sea así para que la víctima asimile el sufrimiento y la humillación a la que se le somete. A muchos xenófobos y clasistas les sirve de poco saber que las víctimas de sus abusos son personas racionales que no tienen importancia sino dignidad, y que no son medios sino fines en sí mismos; básicamente porque todo lo que importa para los victimarios es que esas personas sujetas a abusos no cuentan dentro del círculo de sus prójimos, por tanto, son seres humanos de segunda categoría o pseudohumanos. Por esto es que el análisis pragmatista de la moral insiste en que, de lo que se trata es de lograr una efectiva educación de las emociones, de tal forma que se consiga que las personas logren modificar el miedo, la repugnancia y, en última instancia, la fantasía de pureza, por una práctica moral basada en la simpatía, la compasión o la solidaridad hacia aquellos que son considerados como otros, pero, a los cuales se les puede incluir en el círculo social, mediante la narración de las similitudes y el sentimiento común de rechazo al dolor y la humillación (Girado-Sierra, 2020).
Se trata, entonces, de llevar a cabo un progreso de las emociones a partir de una ampliación de la simpatía hacia los demás, acrecentando cada vez más la capacidad para reconocer que las similitudes que se tienen con otras personas superan las diferencias. Sin embargo, sobre esto hay que advertir dos cosas: primero, dicho progreso no lo es en el sentido moderno, es decir, no hay ninguna necesidad metafísica o garantía de que las cosas siempre serán cada vez mejores; y, segundo, sobre la referencia hacia las similitudes, se debe decir que estas no consisten en que se comparta un yo verdadero con el cual se encarna a la humanidad, se trata más bien de pequeñas semejanzas que pueden consistir en que se comparten gustos, proyectos, valores familiares, sentimientos hacia la amistad o, en última instancia, vulnerabilidad frente al dolor y la humillación.
En este horizonte, las historias que ponen en contacto con un sentimiento de simpatía frente a los otros y promueven la familiarización con su léxico y sus esperanzas permiten entender detalles de sus vidas y situaciones crueles que pueden estar viviendo. Es decir, se es genuinamente benévolo o más solidario con quienes no son considerados dentro del círculo social solo en cuanto se logra una simpatía con su situación de dolor y humillación, y cuando se reconocen similitudes, por muy superficiales que sean. No se consigue desarrollar compasión y vínculos de solidaridad con quienes son considerados muy distintos al círculo social de pertenencia solo recitando la Declaración de los Derechos Humanos, o reconociendo una esencia o naturaleza común, sino siendo capaces de sentir su historia, sus circunstancias, su realidad. Es esta la forma más efectiva y pragmática de mejorar las prácticas sociales: reconociendo que gran parte de los asuntos morales y políticos dependen de la forma como eduquemos los sentimientos y las emociones.
En coherencia con lo anterior, la solidaridad no ha de ser comprendida como un derivado de la naturaleza bondadosa de todos los seres humanos, es más bien una habilidad o una destreza que debe ser aprendida y, por ende, modelada a través de procesos educativos. Esto supone considerar que emociones como la compasión pueden ser moldeadas, de tal forma que las personas puedan sentirse más orgullosas de incluir y ayudar a otros que de estigmatizarlos y segregarlos. En efecto, el hecho de que en el pasado el objeto de la compasión de las personas blancas fueran otras personas blancas caídas en desgracia, ignorando por completo a los negros, es una muestra, una vez lo comparamos con casos actuales de luchas contra el racismo, de que la solidaridad no es una capacidad innata que permanece intacta a pesar del tiempo y los contextos socioculturales, es más bien una habilidad que se mejora en la medida en que los individuos se hacen más expertos en expandir y mejorar su sensibilidad para incluir a personas distintas.
Aún más, dicha educación sentimental o proceso de sensibilización es útil, no en cuanto muestra cómo la sociedad ha descubierto una receta moral, o en tanto cuenta cómo los individuos se han alejado progresivamente de la irracionalidad bárbara, el mal radical o el estado de naturaleza, sino en la medida en que narra la historia de cómo algunas sociedades se atrevieron a desconfiar de su léxico último, sus creencias y prácticas, y a reconocer la contingencia tras el orgullo de decir nosotros, al tiempo que creaban esperanzas en una sociedad distinta. Esperanzas que dieron lugar a muchas instituciones liberales promotoras de mecanismos de sensibilización e inclusión, y posibilitaron la expansión y el mejoramiento de ese nosotros, mediante el compromiso con la eliminación de la desigualdad, el abuso y la opresión, esto es, de los actos de crueldad.
Referencias
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