Sentir con otros. C. GonzalezЧитать онлайн книгу.
naturalmente se concentra en los tipos de temor que responden a argumentos, por ejemplo, en contextos jurídicos o políticos. Sin embargo, el hecho de que Aristóteles ofrezca su análisis más detallado de los sentimientos precisamente en su Retórica nos dice algo de cómo los concebía.
El rol fundamental del juicio es evidente también en la definición que da Aristóteles de phobos:
Admitamos, en efecto, que el miedo es un cierto pesar o turbación [tarakhê], nacidos de [ek] la imagen [phantasia] de que un mal destructivo o penoso es inminente. Porque no todos los males producen miedo –sea, por ejemplo, el ser injusto o el ser torpe–, sino los que tienen capacidad de acarrear grandes penalidades o desastres, y ello además si no aparecen lejanos, sino próximos, de manera que estén a punto de ocurrir. Los males demasiado lejanos no dan miedo. (Retórica 2.5, 1382a21-25)
Para ilustrar este último punto, Aristóteles comenta que todos saben que van a morirse, sin embargo, no temen a la muerte porque está lejos. De la definición se sigue que, para que algo nos dé miedo, se debe entender que es una cosa mala, y, además, mala en un sentido particular, es decir, un mal que produzca un daño físico o dolor. Eso es enteramente diferente de una reacción instintiva del tipo que incluso los animales pueden manifestar. Como ha observado William Fortenbaugh, que ha contribuido con estudios importantes para nuestro entendimiento de la concepción aristotélica de las emociones: “Los seres humanos tienen la capacidad de pensar y por tanto pueden creer que […] hay algún peligro que les amenaza. A los animales les falta esta capacidad cognitiva y por eso no pueden experimentar emociones en el sentido en que las analiza Aristóteles” (2002, p. 94); en este caso, el miedo.
El poeta epicúreo Lucrecio, en su De rerum natura o Sobre la naturaleza, nos da una indicación, creo, de la diferencia entre la aversión instintiva que los animales pueden experimentar y la emoción estrictamente humana que se llama “miedo”. Lucrecio está tratando de explicar el hecho extraño de que, según el saber popular antiguo, los leones no puedan aguantar la vista de un gallo, y que huyen inmediatamente:
De esta manera el gallo, que acostumbra
Aplaudir a la aurora con voz clara,
No le resisten rápidos leones
Ni le pueden mirar; luego al momento
Huyen de él, porque emanan de sus miembros
Átomos que, metidos en los ojos
De los leones, su pupila hieren,
Y tal dolor excitan, que no pueden
Resistir el coraje y valentía;
Cuando dañar no pueden nuestros ojos
O porque no penetran los principios [es decir, los átomos].
O porque, introducidos, les dan paso
Francamente los ojos de manera
Que no pueden herirlos al volverse. (4.714-21; trad. Marchena 2013 = vv. 987-1000)
La tendencia por parte del león a evitar al gallo resulta de un dolor inmediato, producido por emanaciones atómicas que, por su forma particular, causan dolor a su aparato visual. El procedimiento no es racional: no supone conocimiento de un mal futuro que pueda causar un gallo, dado que, de hecho, no representa ningún daño para el león. Estrictamente dicho, entonces, el león no tiene miedo del gallo, por lo menos en el sentido aristotélico de la palabra. Aunque Lucrecio no entra en más detalle en este contexto, el mismo análisis puede explicar el impulso de huir que un ciervo experimenta, por ejemplo, a la vista de un depredador peligroso. En ninguno de los casos está implicada la racionalidad: los ciervos no aprenden a evitar los leones más que los leones aprenden a evitar los gallos. Pero incluso, si en una u otra manera hay un factor del aprender a un nivel rudimentario, como cuando un niño pequeño o un animal retrocede ante un fuego después de que se ha quemado, tal reacción condicionada no involucra un juicio o evaluación razonada. Lo que se toma por miedo en criaturas no racionales es sencillamente una tendencia a rehuir el dolor, que puede estar condicionada por refuerzo pavloviano. Podemos contrastar un estudio contemporáneo (Böhme, 2000, p. 216) según el cual el miedo, o más concretamente el Angst, se describe como una “condición elemental de la vida de los animales. Indica a la criatura la presencia del peligro, de una amenaza específica o difusa”.5
La idea que tiene Aristóteles del miedo, entonces, es profundamente cognitiva. Sin embargo, es también estrictamente intencional. Lo que quiero decir con esto es que la evaluación racional de un peligro es una parte intrínseca de la emoción, y no, digamos, una causa de ella. En este sentido, el phobos, según el análisis de Aristóteles (o el metus en Lucrecio), es diferente del concepto moderno del miedo y lo es en un sentido fundamental. Vamos a considerar la definición del miedo en el diccionario de la Real Academia Española:
“1. Angustia por un riesgo o daño real o imaginario.
2. Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”.
Para “temor”, el mismo léxico da:
“1. Pasión del ánimo, que hace huir o rehusar aquello que se considera dañoso, arriesgado o peligroso.
2. Presunción o sospecha.
3. Recelo de un daño futuro”.
Vale la pena citar también el Merriam-Webster’s On-Line Dictionary: “una emoción desagradable, a menudo fuerte, causada por expectación o conciencia de un peligro”, y otra vez, “un estado señalado por esta emoción”.6 La definición del Oxford English Dictionary (1989) es semejante (def. 2a): “La emoción de dolor o inquietud causada por la sensación de un peligro inminente, o la expectativa de algún posible mal”.7 Estas definiciones parece que se asemejan a la de Aristóteles: “un cierto pesar o turbación [tarakhê], nacidos de [ek] la imagen [phantasia] de que es inminente un mal destructivo o penoso”. Sin embargo, vista más de cerca se revela una diferencia importante. Ambos diccionarios ingleses afirman que el miedo es una emoción causada por la expectativa o sentido de peligro, y los españoles implican más o menos lo mismo, mientras Aristóteles dice que el phobos es la perturbación que resulta de o acompaña tal conciencia. Para ver el significado de esta distinción, podemos considerar brevemente la naturaleza de la emoción misma.
Según el diccionario Merriam-Webster’s On-Line Dictionary, una emoción es “el aspecto afectivo de la conciencia” o “un estado de sensación”, o, de nuevo, “una reacción psíquica o física (como la cólera o el temor) experimentada subjetivamente como una fuerte sensación y que implica cambios fisiológicos que preparan el cuerpo para una acción vigorosa e inmediata”. Por su parte, el The Oxford English Dictionary (OED) da como el sentido más general actual: “Cualquier agitación o perturbación de la mente, sensación, pasión; todo estado mental vehemente o excitado” (def. 4a), y nota que el sentido más específicamente psicológico de “una ‘sensación’ o ‘afecto’ mental (e. g. de placer o dolor, deseo o eversión, sorpresa, esperanza o miedo, etc.), como diferentes de los estados de conciencia cognitivos o volitivos”. El OED añade también el significado abstracto de “‘sensación’ como distinta de las otras clases de fenómenos mentales” (def. 4b). Lo que es notable en todas estas definiciones es el énfasis que ponen en sensación, afecto y experiencia subjetiva, sin referencia alguna a la causa externa del sentimiento. De hecho, el OED explícitamente acentúa el contraste entre emoción y lo que llama “estados cognitivos de conciencia”. En esta perspectiva, el miedo es una sensación –pues eso es lo que es una emoción– que emana de una evaluación de un peligro potencial; la cognición precede a la emoción y se distingue de ella. La emoción misma –la sensación o estado subjetivo– implica solo una relación indirecta con el objeto que es causa de la aprensión.
Comparemos ahora la definición aristotélica de pathos, la palabra griega