Nelson Mandela. Javier Fariñas MartínЧитать онлайн книгу.
en los que se analizaba tanto lo que hacía el Gobierno de Pretoria por mantener el statu quo, como aquello que la población africana debía modificar para cambiar el sentido de la historia. Y una de las medidas que se propusieron fue la creación de la Liga Juvenil del CNA, orgánicamente unida al partido, pero con la identidad propia que le daría una masa social joven, pujante y resolutiva. Esos rasgos le alejarían del cuerpo jerárquico del CNA, compuesto por los viejos dirigentes que, en opinión de muchos, se habían dejado mecer por la historia y habían arrinconado la reivindicación. Las nuevas generaciones pedían cambios, más actividad y otra actitud. Los luchadores por la libertad que impulsaron la Liga «habían ido a las escuelas de misioneros, estudiaron con becas, leían libros de texto, pero también periódicos y se contagiaban del descontento con un nacionalismo directo y vigoroso. La Liga de Jóvenes atacó las políticas anteriores del Congreso (Nacional Africano), el liderazgo de los moderados, la vacilación y la transigencia»16.
Aunque no había llegado todavía el momento del uso de la violencia, algo que fue real con Umkhonto we Siezwe (la Lanza de la Nación), sí se esperaba algo más de contundencia en la reivindicación. Una comisión de seis personas, entre las que estaban Lembede, Sisulu, Tambo y el propio Mandela, planteó la cuestión al entonces presidente del CNA, Alfred Xuma. Este rebajó las expectativas del organismo del partido y propuso que la Liga Juvenil se convirtiera en un espacio para la captación de nuevos afiliados al CNA. Así se aprobaría el Domingo de Ramos de 1944, en la Conferencia Anual del CNA celebrada en Bloemfontein. Lembede fue elegido presidente, Oliver Tambo secretario, Sisulu tesorero y Mandela ocupó un cargo en el comité ejecutivo. En su documento fundacional reconocían que el desarrollo de África debía estar protagonizado por los propios africanos.
El compromiso de Mandela con el CNA no le satisfacía, entre otros motivos porque como trabajaba todo el día en el bufete y el resto del tiempo intentaba centrarse en unos estudios que casi siempre iban a remolque de todo lo demás, no tenía disponibilidad para una causa que le había absorbido la mente. Era más frustración por falta de tiempo que apatía por los escasos resultados logrados hasta el momento.
Los debates dentro del partido se sucedían, y uno de los que mayor peso ocupó entonces fue la idoneidad o no de incluir en las filas de la lucha contra la segregación a blancos y a comunistas sensibles con la lucha por la libertad. Entonces, con un ideario político todavía en mantillas, Mandela se opuso a ambas posibilidades. Ante el riesgo o el temor de padecer una especie de síndrome de Estocolmo que les hiciera entender la causa de los blancos, no quería ni a unos ni a otros. Ni a la mezcla de ambos. A pesar de contar con amigos blancos y con comunistas comprometidos en la lucha de los negros por la liberación, en aquel momento su pensamiento era contrario a ello.
Buena parte de aquellos debates se seguían sucediendo en casa de Walter Sisulu donde Mandela también conoció a Evelyn Mase, la primera gran mujer de su vida, con la que tendría cuatro hijos. Evelyn vivía con su hermano Sam en casa de los Sisulu. Estudiaba Enfermería en el Hospital General para no europeos de Johannesburgo. A pesar del bullicio político que acompañaba la vida cotidiana de aquellas cuatro paredes, Evelyn se sentía muy ajena a todo aquello.
La falta de decisión que Nelson Mandela había mostrado con otras chicas a las que había conocido y de las que se había enamorado, le sobró con Evelyn. Le pidió iniciar relaciones. Se enamoraron y, a los pocos meses, se casaron en Johannesburgo. Se convirtieron en marido y mujer en 1944 en el juzgado segregado para negros, como marcaba la ley. Evelyn, de blanco y con un velo que cubría su pelo. Nelson, de traje oscuro y corbata de nudo estrecho. Serios ambos. Muy serios, al menos para la instantánea. No hubo celebración, solo los testigos. No hubo fiesta, solo los testigos y la firma. No había hogar, ni vivienda. Tuvieron que compartir las primeras nupcias en Orlando East en casa de uno de los cuñados de Nelson. Luego se fueron con una hermana de Evelyn a las minas de City Deep.
De familia en familia, los Mandela se independizaron en 1946. Se trasladaron a Orlando East y, después, a una vivienda más grande en el 8.115 de Orlando West. Aquel era uno de esos townships en los que Pretoria había ubicado a los negros que querían vivir cerca de las grandes ciudades. Ese lugar, sucio, polvoriento y empobrecido, se convertiría en el primer hogar real para el matrimonio. Entre otros factores, pudieron acceder a esta casa porque había nacido su primogénito, Madiba Thembelike, y necesitaban más espacio que para la simple pareja. Y con el hijo, y con el nuevo hogar, los Mandela pasaron de ser acogidos a ser acogedores. Por allí comenzaron a desfilar durante más o menos tiempo, familiares y amigos de él y de ella. Se cumplía así una de las máximas del pueblo africano, y en especial de la comunidad de origen de Mandela, donde cualquier miembro de una familia tiene derecho a solicitar un hueco donde dormir y vivir a cualquier miembro de la misma en caso de necesidad. La familia extendida comenzó a ser realidad a partir de entonces en Orlando West, un enclave que, al final, formaría parte de uno de los nombres históricos del apartheid: Soweto. Ese lugar, más allá del simbolismo, no era más que un nuevo zarpazo a la dignidad del pueblo negro. Los suburbios del suroeste. Las miserias del suroeste. La segregación del suroeste.
La vida de los Mandela caminaba aprisa. Varias viviendas y un hijo en apenas dos años de matrimonio. Pero la realidad no les daba la tregua que cualquier pareja joven pudiera requerir. No podían dedicarse mutuamente todo el tiempo que hubieran necesitado. El compromiso de Nelson con el CNA y con la Liga Juvenil, junto al desarrollo de los acontecimientos históricos, no hacían fácil la compatibilidad de las esferas familiar y política en el 8.115 de Orlando West.
En 1946 se produjo una de las grandes huelgas mineras de la historia sudafricana. Sindicados desde 1940 en la African Mine Workers Union, gracias al impulso del CNA, los cerca de 70.000 mineros que trabajaban en el Reef pedían un salario digno y justo, vacaciones pagadas y una serie de mejoras a las que el Gobierno no accedió. En lo fundamental, el salario, reclamaban multiplicar por cinco el sueldo, y pasar de dos a diez chelines diarios. La huelga duró una semana, en la que Mandela ya conoció los entresijos de la reivindicación, se acercó al movimiento minero, recorrió las galerías, los túneles, percibió el dolor que supuraba el subsuelo sudafricano. Pero aquella huelga no sirvió nada más que para el aprendizaje. La represión fue contundente, murieron 12 mineros, la huelga terminó y el sindicato fue laminado por las fuerzas del orden. Otros 52 sindicalistas y líderes del parón minero fueron procesados por incitar a la huelga y por sedición. Según Carmen González, autora de El movimiento obrero negro sudafricano, «la violencia de la represión estatal indicaba hasta qué punto la acción de los mineros negros había conmocionado al régimen. [...] Las tensiones registradas en épocas anteriores entre el Partido Comunista sudafricano y el CNA habían sido superadas, entre otras cosas, con el surgimiento en el seno de este último de una Liga Juvenil comprometida con una teoría y una práctica que se alejaban de los viejos métodos de resistencia pasiva. El resultado de la combinación fue dramático: por primera vez en muchos años, los sindicalistas negros entraron en estrecha relación con las principales organizaciones del movimiento de liberación y muchos de ellos pasaron a ocupar posiciones claves en el CNA, en el cual también habían confluido numerosos militantes y dirigentes del Partido Comunista»17.
Aquella fue una de tantas, porque «las huelgas de mineros ocupaban un espacio sagrado en la leyenda de la Lucha. Había pocas injusticias que evocaran tanto al apartheid como un minero negro, excavando en la tierra de sus ancestros para enriquecer a sus jefes blancos, mal pagado, víctima de enfermedades pulmonares, viviendo en moteles-prisión y con los ocasionales derrumbamientos de túneles»18.
Ese mismo año, 1946, el Gobierno sudafricano también apretó las bridas a la comunidad india con la Ley de posesión y ejercicio de actividades de los asiáticos. Este cuerpo legal establecía límites bastante parecidos a los que ya condicionaban la vida de los negros: ponía freno a la libertad de movimientos, multiplicaba los requisitos para adquirir propiedades, establecía los lugares donde podían residir. A cambio, podían tener representación en el Parlamento a través de testaferros blancos. Esta ley se convertiría en el preludio de la Ley de áreas para los grupos, que pretendía mantener inmune e incontaminada a la población blanca del resto de grupos y comunidades que vivían en Sudáfrica. La respuesta de la comunidad india a tal desatino fue la resistencia pasiva, organizada y sistemática durante dos años.