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El Despertar Del Valiente. Morgan RiceЧитать онлайн книгу.

El Despertar Del Valiente - Morgan Rice


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se rio.

      “¿Y por qué lo sería?”

      “Tú eres un héroe para mí,” dijo Kyra. “Lo que sufriste ahí dentro; yo no lo pude haber hecho. Tú sobreviviste. Y lo que es más, estas de pie aquí ahora y recuperándote. Para mí eso te hace un héroe.”

      Dierdre pareció contemplar sus palabras mientras continuaron en silencio.

      “¿Y tú, Kyra?” Dierdre preguntó finalmente. “Dime algo acerca de ti.”

      Kyra se encogió de hombros pensando.

      “¿Qué te gustaría saber?”

      Dierdre aclaró su garganta.

      “Dime acerca del dragón. ¿Qué fue lo que sucedió? Nunca había visto algo como eso. ¿Por qué vino contigo?” Pausó por un momento. “¿Quién eres?”

      Kyra se sorprendió al detectar miedo en la voz de su amiga. Pensó en sus palabras, quería contestar con la verdad y deseaba tener una respuesta.

      “No lo sé,” dijo honestamente. “Supongo que eso es lo que voy a descubrir.”

      “¿No lo sabes?” presionó Dierdre. “¿Un dragón baja del cielo para pelear por ti y no sabes por qué?”

      Kyra pensó en lo descabellado que eso sonaba, pero sólo pudo negar con la cabeza. Miró hacia el cielo de manera pensativa, y a pesar de las torcidas ramas y de no tener mucha esperanza deseaba ver alguna señal de Theos.

      Pero sólo miró oscuridad. No escuchó a ningún dragón y su sentimiento de soledad creció aún más.

      “Sabes que eres diferente, ¿verdad?” Dierdre continuó.

      Kyra se encogió de hombros y sintió como sus mejillas se enrojecían. Se preguntaba si su amiga la miraba como si fuera alguna clase de fenómeno.

      “Solía estar muy segura de todo,” respondió Kyra. “Pero ahora…honestamente ya no lo sé.”

      Siguieron cabalgando por horas volviendo a un cómodo silencio, a veces trotando cuando el bosque se despejaba y a veces teniendo que desmontar cuando este se volvía muy denso. Kyra se sintió en el borde sabiendo que podían ser atacadas en cualquier momento e incapaz de poder relajarse en este bosque. No sabía qué le dolía más: el frío o el hambre en su estómago. Los músculos le dolían y ya no podía sentir sus labios. Se sentía miserable. Apenas si podía pensar que su misión acababa de empezar.

      Después de algunas horas más Leo empezó a gemir. Era un sonido extraño; no su quejido habitual, sino uno que reservaba para cuando olía comida. Al mismo tiempo Kyra también olió algo, y Dierdre volteó hacia la misma dirección y observó.

      Kyra examinó el bosque, pero no vio nada. Al detenerse y escuchar, se percataron de un sutil sonido de actividad enfrente de ellas.

      Kyra estaba tanto excitada por el olor así como nerviosa por lo que esto podría significar: había otros en este bosque junto con ellas. Recordó la advertencia de su padre y lo último que quería era una confrontación. No aquí y no ahora.

      Dierdre la miró.

      “Muero de hambre,” dijo Dierdre.

      Kyra también sentía dolor por el hambre.

      “Quienquiera que sea, en una noche como esta,” respondió Kyra, “creo que no estará deseoso de compartir.”

      “Tenemos suficiente oro,” dijo Dierdre said. “Tal vez nos vendan un poco.”

      Pero Kyra negó con la cabeza teniendo un mal presentimiento, mientras que Leo gemía y se lamía los labios claramente hambriento.

      “No creo que sea sabio,” dijo Kyra a pesar del dolor en su estómago. “Deberíamos continuar con nuestro camino.”

      “¿Y si no encontramos comida?” persistió Dierdre. “Puede que todos muramos de hambre aquí. Nuestros caballos también. Pudieran ser días, y tal vez esta sea nuestra única oportunidad. Además, no tenemos por qué temer. Tú tienes tus armas, yo tengo las mías, y tenemos a Leo y Andor. Si lo necesitas, puedes poner tres flechas en alguien antes de que este parpadee, y para entonces ya estaremos muy lejos.”

      Pero Kyra dudó sin poder convencerse.

      “Además, no creo que un cazador con un poco de carne nos cause algún daño,” añadió Dierdre.

      Kyra, sintiendo el hambre de todos y su deseo de acercarse, no pudo resistirse más.

      “No me gusta,” dijo. “Vayamos despacio y veamos quién es. Si sentimos peligro, debes acordar que nos alejaremos antes de acercarnos demasiado.”

      Dierdre asintió.

      “Lo prometo,” respondió.

      Todos avanzaron cabalgando rápido por el bosque. Mientras el olor crecía, Kyra vio un pequeño resplandor adelante y, al acercarse, su corazón latió con rapidez al preguntarse quién podría estar aquí afuera.

      Bajaron la velocidad y cabalgaron más cuidadosamente pasando por entre los árboles. El resplandor se hizo más brillante y pudieron escuchar sonido y una conmoción mientras Kyra sintió que se acercaban a un gran grupo de personas.

      Dierdre, menos precavida y dejándose llevar por el hambre, cabalgó más rápido y se adelantó ganando algo de distancia.

      “¡Dierdre!” dijo Kyra llamándola de vuelta.

      Pero Dierdre siguió moviéndose motivada por el hambre.

      Kyra trató de alcanzarla mientras el resplandor se volvía más brillante hasta que Dierdre se detuvo en la orilla del claro. Mientras Kyra llegaba a su lado, se impactó al ver lo que se encontraba en el claro en medio del bosque.

      Ahí, en el claro, había docenas de cerdos rostizándose en asadores con grandes fogatas que iluminaban la noche. El olor era cautivador. En el claro también había docenas de hombres y Kyra, después de examinarlos, se desconsoló al ver que eran soldados Pandesianos. Se sorprendió al verlos aquí sentados alrededor del fuego, riendo, bromeando entre ellos, sosteniendo sacos de vino y con las manos llenas de carne.

      En el otro lado del claro, Kyra alcanzó a ver filas de carruajes de hierro con barras. Docenas de rostros hambrientos se asomaban en ellos, los rostros desesperados de niños y hombres cautivos. Kyra no tardó en darse cuenta de lo que pasaba.

      “Las Flamas,” le susurró a Dierdre. “Los llevan a Las Flamas.”

      Dierdre, aún a unos quince pies enfrente de ella, se quedó inmóvil con los ojos fijos en los cerdos rostizados.

      “¡Dierdre!” dijo Kyra sintiendo peligro. “¡Debemos irnos de inmediato!”

      Pero Dierdre no la escuchó y Kyra, dejando de ser precavida, se precipitó para agarrarla.

      Pero tan pronto como la alcanzó Kyra percibió movimiento en uno de sus lados. Al mismo tiempo Leo y Andor gruñeron; pero era muy tarde. Desde el bosque salió un grupo de soldados Pandesianos arrojando una gran red enfrente de ellos.

      Kyra se volteó y de forma instintiva trató de tomar su bastón, pero no hubo tiempo. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que pasaba, Kyra sintió la red cayendo sobre ella y restringiendo sus brazos y entonces se dio cuenta, desconsolada, de que ahora eran esclavos de Pandesia.

      CAPÍTULO SIETE

      Alec se agitaba mientras caía de espaldas sintiendo el aire frío y con su estómago retorciéndose mientras se acercaba al suelo y a la manada de Wilvox. Sintió cómo su vida pasaba delante de sus ojos. Había escapado de la mordida venenosa de la criatura arriba de él simplemente para caer a lo que seguramente sería una muerte instantánea. A su lado, Marco también se retorcía mientras caían juntos. Era poco consolador. Alec tampoco quería ver a su amigo morir.

      Alec sintió cómo caía sobre algo y un dolor seco en su espalda, y esperaba sentir colmillos encajándose en su piel. Pero se sorprendió al ver que era el cuerpo musculoso de un Wilvox retorciéndose debajo de él. Había caído tan rápido


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