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La Igualdad Social y Política y sus Relaciones con la Libertad. Arenal ConcepciónЧитать онлайн книгу.

La Igualdad Social y Política y sus Relaciones con la Libertad - Arenal Concepción


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y es posible satisfacerlas igualmente sin reprobación, y antes con público aplauso. Son imposibles y no existe siquiera idea de la mayor parte de las virtudes, y apenas hay ni se concibe más que la fortaleza para sufrir el dolor y arrostrar la muerte. Este modo de ser como encadenado por las necesidades físicas, por la dificultad de satisfacerlas; esta limitación de ideas, han de dar cierta uniformidad á los afectos y á las determinaciones. Sin duda que desde luego serán diferentes; sin duda habrá personas mejores y peores, de carácter más débil y más firme, de voluntad más ó menos enérgica, más ó menos recta, más ó menos incontrastable; pero todas las diferencias se encerrarán en un círculo muy limitado. Los goces, como las privaciones, se parecen; el dolor y el placer tienen una generalidad uniforme, que difícilmente da lugar á la envidia ni á la compasión, al daño ni al consuelo: cuando unos tienen hambre ó frío, los otros padecen de frío y de hambre; cuando unos carecen de albergue, los otros no le hallan; cuando unos se ven en peligro, lo están los otros también. En aquel estado en que los hombres se ven obligados, por una necesidad absoluta, á tener un género de vida idéntico, no deben aparecer apenas las diferencias naturales que, cual semillas en terreno impropio para que germinen, desaparecen sin haberse desarrollado. Como Chateaubriand saludaba en el cementerio de aldea á los héroes sin victoria, en las tumbas de un pueblo primitivo podrían saludarse ambiciosos sin poder, filósofos sin ideas, poetas sin lira: en semejante estado social, la igualdad está en su grado máximo.

      Apenas el hombre trabaja con más perfección, de modo que no necesite estar trabajando siempre, aquella necesidad imperiosa ciegamente niveladora disminuye. El más hábil, el más previsor realiza algunas economías, tentación para el que no las tiene, recurso para el que por medio de ellas puede entregarse á un reposo fecundo. Aparecen el malhechor que se apodera de lo ajeno, el vicioso que se entrega á una brutal sensualidad, el que extasiado contempla los sublimes espectáculos de la Naturaleza, el que observa ó adivina las leyes del mundo físico, y el que desciende á lo íntimo de su sér, á su conciencia y á su corazón, para investigar las del mundo moral. Tan pronto como los hombres dejan de estar apremiados por necesidades imprescindibles é idénticas, empiezan á rebajarse los unos, á elevarse los otros. Uno contempla el cielo, observa los movimientos de los astros y es el primer astrónomo; otro quiere fertilizar la tierra, inventa un instrumento para removerla y es el primer mecánico; aquél entra en sí mismo, y se pregunta quién es y cómo es, observa la creación, busca al Creador y es el primer filósofo. A medida que los conocimientos se acumulan, se multiplican, se diferencian mayor número de facultades ó todas entran en actividad, y las desigualdades se marcan más cada vez. Hay sabios é ignorantes, héroes y criaturas viles, criminales y santos. La necesidad general del trabajo continuo é idéntico para no perecer de hambre, era como un punto céntrico del cual no era posible alejarse mucho; pero á medida que el pueblo se civiliza, el círculo se ensancha, los radios se multiplican y extienden, y los hombres que marchan en direcciones opuestas se alejan cada vez más.

      Pero este aumento de la desigualdad con el de la civilización no es graduado; no se verifica en virtud del desarrollo desigual de facultades diferentes; no concurren á él en proporciones razonables los elementos físico, intelectual y moral que constituyen el hombre que reposada y equitativamente se eleva ó desciende, según que ha recibido mayores dotes ó las aprovecha mejor. Desde los primeros albores de la vida de los pueblos se ve una causa permanente y poderosa, subversiva del orden y de la justicia, que no se tiene en cuenta para elevar y rebajar: esta causa de desigualdades establecidas ab irato, es la guerra.

      La guerra, respecto al asunto que nos ocupa, es subversiva del orden principalmente en tres conceptos:

      Por el modo de calificar á los hombres para elevarlos y rebajarlos;

      Por los medios empleados para elevar;

      Por la escala que establece para los de arriba y para los de abajo, ó más bien por el abismo que abre entre unos y otros.

      La guerra no pedía al hombre para elevarle una superioridad verdadera, que consiste en la armonía de sus facultades y en la superioridad de algunas: fuerza física, valor y alguna destreza para utilizarle era todo lo que necesitaba para sobreponer un individuo ó un pueblo respecto de otros pueblos ú otros individuos. No exigía del hombre que declaraba superior que fuese completo y armónico; le bastaba mutilado, por decirlo así, y hasta monstruoso: podía ser de limitado entendimiento y depravada moral, incapaz de comprender nada elevado ni hacer nada bueno; podía ser hasta excepcionalmente malo, y, no obstante, calificarse de superior, de grande, y lograr prestigio, poder, riqueza. En vez de concurrir á su elevación todas las dotes naturales verdaderamente humanas, y la voluntad para utilizarlas, bastábanle pocas cualidades ó alguna pasión que las suplía. Parece claro este hecho: que la guerra tiene un criterio limitado é injusto para calificar á los hombres, elevándolos conforme á sus necesidades, que son las de la lucha, y no las de la justicia. Y si puede ensalzar y ensalza muchas veces á los menos inteligentes y más perversos, ¿qué reglas aplica á los que deprime? No serán equitativas, porque, en general, no se puede dar á un hombre más de lo que merece, sin que otro reciba menos de lo que es debido; y en este caso particular, el motivo que lleva á prescindir de todas las circunstancias malas que no perjudican para el combate, hace desdeñar las buenas que en él no se utilizan, y al batallador limitado ó perverso que se eleva corresponde el inteligente bondadoso que se rebaja, porque le repugna la lucha, la sangre, el estrago, porque ama la vida y respeta la de los otros. En vano habrá recibido altas dotes que puede y quiere utilizar en bien de sus semejantes; le faltan las que la guerra necesita, y es condenado ignominiosamente á formar parte de la masa que se desdeña y humilla.

      Si el criterio de la guerra para establecer la desigualdad entre los hombres es limitado é injusto, los medios que pone á su disposición para elevarlos no son más equitativos. Muchas fuerzas ciegas que sigan el impulso de una que se reconoce superior, séalo ó no; muchas voluntades que guardan silencio para oir la voz de una sola voluntad que se impone; obediencias incondicionales é instantáneas, tan sordas al temor de la muerte como á las amonestaciones de la conciencia, y con la falta de responsabilidad, la depresión moral que rebaja. Autoridad sin límites, brillos deslumbradores, opresiones continuas necesarias ó calificadas de tales; el hábito de ver el hecho convertido en derecho, la fuerza en ley, la fortuna en mérito, todo hace que los medios empleados por la guerra sean propios para elevar á los que debían quedar muy abajo, y rebajar á los que debieran ser ensalzados.

      La guerra forma una escala en que están á inmensa distancia el soldado y el jefe, y abre un abismo entre el vencedor y el vencido. Nada más contrario á la igualdad que un ejército disciplinado, á no ser el pueblo que conquista. En un principio, el exterminio establece la igualdad ante la muerte; pero cuando se empieza á conceder la vida á los vencidos se convierten en esclavos con este ó el otro nombre, con más duras ó más tolerables condiciones; entonces se inician las grandes desigualdades, que van creciendo como la avalancha que desciende por la montaña nevada. Los opresores que se elevaron suben cada vez más; los oprimidos que descendieron quedan cada vez más abajo. Hay clases, hay castas: la organización social forma alrededor de los hombres como un círculo de hierro que nadie puede romper, y fatalmente encadenado, debe morir allí porque allí nació. Una vez establecidas estas desigualdades, el nacimiento da un brillo que nada obscurece, ó una infamia que ningún mérito borra: cuando esto sucede en un pueblo, aunque no se sepa su historia, bien puede asegurarse que se compone de conquistadores y conquistados, porque sólo la embriaguez sangrienta del triunfo puede dictar tales leyes, y sólo puede admitirlas el pánico de la derrota. Una vez establecidas, una vez abierto el abismo que separa los fuertes, los nobles, los explotadores de los débiles, viles y explotados, todo parece concurrir á aumentar el poderío de los unos y la humillación de los otros. Se ha dicho con verdad que los que nacen en la esclavitud nacen para la esclavitud, que se aumenta y perpetúa degradando á los esclavos. Sobre ellos pesa lo más rudo de la obra social; y como trabajan sin descanso, sufren sin quejas, viven sin goces y mueren sin rebeldías, parece natural que vivan, sufran y mueran así, de tal modo que no sólo los hombres de la fuerza bruta, sino los pensadores y los filósofos, tienen por natural, por equitativa, por razonable la más injusta de las desigualdades, la que las crea todas, la que separa á los hombres en esclavos y dueños, la que da á unos poder, riqueza, consideración, y á los


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