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Sangre Pirata. Eugenio PochiniЧитать онлайн книгу.

Sangre Pirata - Eugenio Pochini


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tendrías otra opinión sobre las verdaderas intenciones de Wynne. Navegué por todo el Caribe y nunca me encontré con nada de eso…”

      Extraordinario, hubiera querido decir, pero fue interrumpido por los gritos que provenían del puente. Eran tan poderosos de parecer más fuertes del mismo ruido de la tormenta.

      «Si sigue así la centinela se destruirá la garganta» observó el contramaestre, sin preocuparse demasiado de la confusión .

      «Cállate» le ordenó Bellamy y abrió la puerta. Grandes gotas de lluvia mojaron su cabeza y sus hombros. Cerró sus manos alrededor de su rostro, tratando de repararse y concentrarse en la situación: la tripulación se había reunido alrededor del árbol maestro, mirando hacia arriba, esperando espasmódicamente.

      «¡Tierra!» continuaba gritando el hombre arriba de la cofa. «¡Derecho de proa!»

      Todos se lanzaron hacia adelante, amontonándose a proa como un ejército dispuesto a atacar. Los más valientes se asomaron a las paredes, aferrándose fuertemente a las jarcias para evitar el peligro del viento y el rollo del barco. Bellamy se hizo espacio entre ellos, dando órdenes y empujando a los hombres. Cuando llegó, cerró los ojos y volvió a cubrirse la cara.

      Nada.

      A distancia no se veía tierra alguna.

      «Me pregunto cómo logra ver algo con un clima como este.» La voz del contramaestre resonó débil detrás de él. Lo había seguido sin que se diera cuenta.

      El capitán estaba a punto de contestar. El recuerdo del primer encuentro con Wynne apareció claro en la mente, como el reflejo del sol sobre un agua inmóvil.

      «No le tienes que comentar a nadie mi secreto» le había explicado. «Si no vas a terminar como Edward Teach.»

      «¿Qué le pasó?» había preguntado Bellamy, mucho más que sospechoso.

      La respuesta había llegado con una sola palabra: amotinamiento. De todos los crímenes que un filibustero podía cometer ese era considerado el más grave .

      «¿Donde?» gritó Bellamy, hablando con el centinela. «No veo nada, Emanuel. ¿Estás seguro?»

      El tipo sobre la cofia estaba haciendo señas de ver algo adelante de él. Su pelo movido por el viento y su excesiva delgadez lo hacían parecer a un monstruo de pesadilla, de aquellos que dominaban las historias de los viejos marineros.

      «Derecho a proa» repitió Wynne. «¡Miren!»

      Bellamy notó que también algunos compañeros estaban observando el punto indicado por el francés. También él lo intentó y, poco después, pudo ver más allá de la tormenta, más allá de la bruma, las laderas escarpadas de la isla. Pero había algo más. Al lado del primer perfil vio un segundo. Por un momento pensó que podría ser el objetivo.

      «¡Allí está!» comentó, con gran satisfacción. Había vuelto a contemplar el paisaje, preguntándose cuales dioses celestiales lo hicieron tan irreal. Luego volvió su atención hacia Wynne. Se quedó asombrado al ver que se estaba bajando de la cofia, aferrándose a las jarcias como un mono que se está escapando de un depredador. Y se sorprendió aún más cuando lo vio correr a popa, gritando como un loco.

      «¡Capitán!»

      El contramaestre lo sacudió violentamente por los hombros. Él se volvió rápidamente, preocupado más por la vacilación que había oído en su voz que por el gesto en sí mismo.

      La silueta que había visto se deslizaba a través de la bruma y parecía estar más cerca. Sin embargo, el buque no navegaba a toda velocidad, cómplice del viento que estaba soplando en la dirección opuesta y los puentes pesados a causa de la lluvia. Entonces sucedió algo que lo dejó sorprendido. La imagen borrosa que sus ojos habían visto se hundió con espantoso gorgoteo en las oscuras profundidades de ese mar tempestuoso.

      «¡A estribor!» gritó alguien.

      Bellamy se apresuró hacia el punto indicado, tratando de averiguar qué estaba pasando. El agua hervía a unos kilómetros de distancia, y debajo de ella un objeto de forma indefinible se dirigía directamente hacia el barco, dejando tras de sí una larga línea espumosa.

      «¡Nos va a embestir!» gritó y en ese momento supo que tenía que tomar el control del barco, seguro de que el timonel no se había dado cuenta de nada. Con el tiempo tan tremendo era imposible para cualquier persona ver a una palma de su nariz.

      Cuando llegó al puente de mando, agarró el timón un momento antes de que la Whydah Gally temblara bajo unos golpes violentos. Trató de girar hacia la izquierda, pero se vio arrojado en contra del capodibanda y se quedó boquiabierto sin aire. El resto de la tripulación corría por todas partes en el barco, gritando y pidiendo perdón.

      Samuel Bellamy se levantó justo cuando un enorme muro de agua se levantaba a lo largo de la pared derecha, rugiendo y tronando como la tormenta donde se encontraban en ese momento. Hubo un nuevo rebote y la quilla crujió. Los ejes explotaron. El árbol maestro se inclinó hacia un lado. Las cimas se rompieron. Con el terror que le estaba prácticamente quemando el espíritu, se asomó al parapeto: el barco se elevaba perpendicularmente por encima de su eje, impulsado por una enorme fuerza. El océano abajo borboteaba y se agitaba en un continuo remolino.

      Lo que pasó después, pasó muy rápidamente.

      El Whydah Gally rebotó antes de romperse en dos partes. La cubierta principal se abrió como si fuera una boca gigantesca, tragando a los pobres marineros que se encontraban allí. Luego la sección de proa se separó del cuerpo central y cayó en el agua. Fue un ruido seco, parcialmente limitado por un ruido sordo en el fondo. La popa empezó a moverse hacia el lado opuesto. Bellamy se aferró a una cima y se encontró colgando muy cerca del pendón del barco. Trató de subir hacia el árbol del mirador. La cuerda, resbaladiza por la lluvia, le desollaba los palmos de las manos. En realidad, no le importaba. Una vez en la cumbre, tuvo el tiempo suficiente para elegir si tirarse al mar, teniendo en cuenta que, casi seguramente ese salto, iba a ser fatal para él. Peor, el remolino causado por el barco que se estaba hundiendo hubiera podido arrastrarlo directamente bajo el agua. Sus especulaciones tuvieron vida corta: abrió los ojos mientras que su corazón se detenía repentinamente.

      A través de la pared líquida que abrumaba el barco, pudo ver una forma ciclópea que sobresalía sobre los restos de lo que alguna vez fue el Whydah Gally. El ruido que había acompañado el colapso de la proa se hizo más fuerte, y él reconoció ese refunfuñar amenazante. Luego el gruñido se convirtió en un rechinar de dientes y el rechinar de dientes se convirtió en un rugido. Entonces distinguió claramente un iris color ocre en el cuyo centro se podía ver una pupila de color rojo sangre.

      Y esa lo estaba mirando fijamente.

      Era increíblemente enorme.

      En el último momento de su vida, Bellamy permaneció en la contemplación de ese horrible espectáculo. Bajo sus pies el barco terminaba de desmoronarse, tragado para siempre por uno de los misterios que poblaban las profundidades del Triángulo del Diablo.

      PRIMERA PARTE

       Nosotros pretendemos que la vida debe tener un significado: pero la vida tiene exactamente el significado que nosotros mismos estamos dispuestos a atribuirle.

       HERMANN HESSE

      

      PRIMER CAPITULO

      PORT ROYAL

      Jonathan Underwood abrió sus párpados, a pesar del sueño que todavía entumecía su cuerpo. Los pensamientos comenzaron a deslizarse lentos, como gotas en la superficie de un cristal opaco. Desde la única ventana de su habitación, vio los rayos del sol caer oblicuos sobre el piso, levantando nubes de polvo.

      Junto con su madre vivía en la habitación del segundo piso de un edificio en


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