La Inteligencia Emocional. Juan Moisés De La SernaЧитать онлайн книгу.
no entra a valorar el papel de la educación sobre la inteligencia y cómo tener un mayor o menor nivel educativo se corresponde o no con una mayor inteligencia, lo que validarÃa los esfuerzos desde las instituciones educativas, o lo pondrÃa en cuestión si no se encuentra relación entre el nivel educativo y la inteligencia.
Igualmente el estudio se centra únicamente en la inteligencia académica, es decir, en la capacidad de responder adecuadamente a las demandas y exigencias de las instituciones académicas en cada uno de los niveles educativos, olvidándose de la aproximación multidimensional que considera que se puede tener un rendimiento normal académico por una inteligencia normal en este aspecto, pero luego destacar, e incluso ser un genio en otros ámbitos como el artÃstico, el social... que por no ser "útiles" para las instituciones educativas no se evalúan ni potencian todo lo que el estudiante podrÃa necesitar, pero ¿Qué pasa con la I.E.?
Cuando se piensa en emociones, no parece que se pueda hablar de algo estático, pues cambia a lo largo del tiempo, e incluso dependiendo de la persona con la que se esté tratando, se puede llegar a sentir de una forma u otra, e interpretar lo que dice de mejor o peor manera según el interlocutor.
De un amigo se reirán los chistes, pero si se trata de un desconocido, esos mismos chistes no tendrán ese efecto sobre el humor. Además, incluso por el propio paso del tiempo cambian la vivencia de las emociones.
A medida que se van teniendo más experiencias, eso permite saber cómo afrontar las situaciones emocionales, sean estas positivas o negativas. Lo que hace que al conocer cómo se debe de actuar ante determinadas circunstancias, las emociones que se generan afecten menos, tal y como se ha estado creyendo durante mucho tiempo.
Se ha desarrollado en paralelo investigaciones que analizan la influencia de las emociones en la salud, asà una emoción "fuerte" o impactante, puede causar desajustes temporales en la persona, la cual con el tiempo se recupera de la "impresión"; pero estas investigaciones se han centrado principalmente en las emociones positivas, tratando de conocer, para luego potenciar, cuáles son las condiciones más propicias para estas emociones a determinadas edades, especialmente sensibles a lo que se conoce como "tercera edad" e incluso la "cuarta edad" para los más longevos.
Desde el Departamento de PsicologÃa, Universidad Carnegie Mellon (EE.UU.) cuyos resultados han sido publicados en la revista cientÃfica Health Psychology, han tratado de complementar el conocimiento anterior estudiando cómo afectan las emociones negativas y en concreto los disgustos a los más ancianos.
En el estudio participaron seis mil ochocientos diecisiete mayores de 50 años, provenientes de un estudio longitudinal previo denominado Health and Retirement Study realizado durante el 2006 al 2010.
A todos ellos se les administraron diversos cuestionarios estandarizados sobre su salud; el número y la gravedad de los casos en los que recibÃan disgustos, según proviniesen de su pareja, hijos, otros familiares o amigos; y su estado de ánimo, además de todas estas medidas se le tomó la presión sanguÃnea.
Los resultados fueron comparados con los estándares esperables en función de su edad y condición sociodemográfica previamente establecidos. Se excluyeron del estudio aquellos que mostraban hipertensión basal y a los que se les administraban medicamentos para controlar su tensión.
Los datos indican que lejos de proteger la edad frente a los disgustos, a medida que se envejece cada vez uno se hace más sensible a las emociones negativas, al menos asà lo entienden los investigadores al encontrar que en 4 años de estudio un 29% de los participantes habÃan desarrollado hipertensión, relacionado en un 38% con las vivencias emocionales negativas.
Esta relación se da con mayor intensidad en mujeres entre los 50 a 65 años, y resultan especialmente impactada la salud cuando los disgustos provienen principalmente de la familia y de las amistades.
A pesar de que los resultados parecen claros, todavÃa hay un 62% de casos de hipertensión no explicado por las emociones negativas de los disgustos, igualmente las diferencias hombre mujer, han sido señaladas pero no explicadas adecuadamente sobre cuál puede ser su origen; si se trata de algo biológico, por la experiencia vital o por otros factores que "protejan" la tensión del hombre frente a estos disgustos y que en cambio a la mujer la afecta de forma tan negativa que le hace perder la salud.
Los resultados, a pesar de las limitaciones anteriormente comentadas, son claros en cuanto a que hay que cuidar y atender adecuadamente a los mayores, ya que se emocionan tanto o más que los demás, y en condiciones en que su salud puede verse afectada por ello, de ahà que haya que tener especial cuidado con las emociones negativas y los disgustos que estos puedan experimentar.
Si hasta ahora se ha planteado la I.E. como la capacidad que permite desempeñar adecuadamente con el manejo de las emociones, tanto positivas como negativas, la cual va a tener un papel destacado en la forma de sentir, pensar y actuar.
En contraposición, aquellas personas que tienen escasos niveles de I.E., van a destacar por altos niveles de alexitimia, ya que según indican algunos autores se trata de un continuo.
Se ha observado cómo las personas con altos niveles de alexitimia pueden llegar a realizar comportamientos antisociales, ya sea exponiéndose a conductas de riesgo para sà mismo o para los demás, donde las consecuencias sobre la propia salud e incluso la integridad personal pueden evidenciarse.
Cuando uno piensa en conductas de riesgo, lo suele hacer en aquellos comportamientos más extremos, como el conducir a altas velocidades o el hacer puenting, pero igualmente de arriesgado para la salud son conductas menos llamativas, como el consumo excesivo de tabaco, alcohol u otras drogas, pero ¿Qué papel tiene la I.E. en las conductas de riesgo?
Esto es precisamente lo que se ha investigado desde el Departamento de Salud Pública y Medicina Preventiva, Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud, Instituto Universitario de OncologÃa de Asturias; el Departamento de FilologÃa Anglo-Alemán y Francés, Universidad de Oviedo y el Hospital Ãlvarez Buylla, Servicio de Salud de Asturias (España) cuyos resultados han sido publicados en la revista cientÃfica Journal of Nursing Education.
En el estudio participaron doscientos setenta y cinco estudiantes del grado de enfermerÃa. A todos ellos se les midió su nivel de I.E. mediante la administración de la escala estandarizada Schutte Emotional Intelligence, igualmente se evaluó la presencia de conductas de riesgos, entendidas estas como el del consumo de tabaco, alcohol, drogas ilegales, asà como la realización de dietas poco saludables, si se tenÃa o no sobrepeso, si se trataba de una persona sedentaria o no, su nivel de exposición solar, y la práctica de relaciones sexuales sin protección. Además, se recogieron datos sociodemográficos y de satisfacción vital.
Los resultados indican que aquellos estudiantes que tenÃan niveles elevados de I.E., muestran menos conductas de consumo excesivo de alcohol, no siguiendo dietas poco saludables y observando prácticas sexuales con protección, y al contrario, los que obtenÃan puntuaciones más bajas de I.E., que se corresponderÃa con niveles más elevados de alexitimia, mostraban conductas de riesgo en cuanto a un mayor consumo de alcohol, el seguimiento de dietas poco saludables y prácticas sexuales sin protección.
No encontrándose diferencias significativas entre las conductas de riesgo de consumo de tabaco o drogas ilegales, el nivel de sobrepeso, el sedentarismo o el nivel de exposición solar en función del nivel de la I.E.
Los autores señalan sobre los beneficios de tener altos niveles de I.E. a la hora de manejar adecuadamente la presión grupal, principal elemento en conductas como el consumo de alcohol.
Indicar que el estudio únicamente recoge la información sobre las conductas de riesgo mediante autoinformes, lo que deja abierta la posibilidad a fenómenos como la deseabilidad social, a la hora de responder, es decir, contestar a las preguntas en función de lo socialmente aceptado, sin comprobar si se produce o no ese comportamiento en la realidad.