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Jurada . Морган РайсЧитать онлайн книгу.

Jurada  - Морган Райс


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habrían dispersado inmediatamente, pero éstos, para sorpresa de Sam, se dieron la vuelta y volvieron a agruparse formando una sola línea de carga.

      Sam se sorprendió y se preguntó dónde estaba exactamente. ¿Había  aterrizado en un reino con una especie de elite guerrera?

      Sam no tenía tiempo para averiguarlo. Y no quería matar a estos seres humanos. Una parte de él sentía que ellos no querían matarlos, y solo querían confrontarlos y, tal vez, capturarlos. O, probablemente, ponerlos a prueba. Después de todo, habían arribado a su territorio: intuía que querían saber que se traían entre manos.

      Al menos, había logrado desviar su atención de Polly. Solo se lanzaban hacia él.

      Sam hizo la lanza hacia atrás y la apuntó directamente al escudo de su líder – quería aturdirlo pero no matarlo- y se la arrojó.

      Fue un golpe certero. Sacó el escudo limpiamente de su mano y lo derribó de su caballo. El caballero aterrizó sobre el piso con un fuerte ruido metálico.

      Sam saltó y sacó la espada y el escudo de las manos del caballero. Justo a tiempo, porque varios golpes cayeron sobre él. Sam los bloqueó a todos y arrancó una maza de las manos de un caballero. Cogió el eje de madera, lo hizo hacia atrás, y giró la bola mortal de metal mientras la cadena describía un amplio arco. Se escuchó el sonido del metal en todas direcciones mientras Sam quitaba las espadas de las manos de una docena de guerreros. La continuó balanceando golpeando varios de sus escudos y derribando a más guerreros.

      Pero, de nuevo, Sam se sorprendió. Cualquier otro guerrero humano habría huido en caos; pero no estos hombres. Los que habían sido arrojados de sus caballos, aun aturdidos, se reagruparon, tomaron sus armas de la arena, y se formaron en torno a Sam, rodeándolo. Esta vez, se mantuvieron a una mayor distancia de él, la suficiente para que Sam no pudiera golpearlos con la maza.

      Y aun más preocupante, de repente todos, desde todas las direcciones, extrajeron ballestas de sus espaldas y le apuntaron. Sam notó que estaban cargadas con flechas de punta de plata. Estaban construidas para matar. Tal vez había sido demasiado indulgentes con ellos.

      Ellos no dispararon, pero seguían apuntándole. Sam se dio cuenta de que estaba en un aprieto. No podía creerlo. Cualquier movimiento precipitado podría ser su último.

      "Suelten sus arcos," se escuchó una voz acerada fría.

      Los humanos volvieron lentamente sus cabezas y Sam volvió la suya también.

      No podía creerlo. Allí, de pie, en el perímetro exterior del círculo estaba Polly. Sostenía a uno de los soldados en un abrazo mortal, tenía el antebrazo envuelto alrededor de su garganta y sostenía una pequeña daga de plata en su garganta. El soldado se quedó allí, congelado, incapaz de zafarse del agarre de Polly; con los ojos desorbitados por el miedo, tenía la mirada de un hombre a punto de morir.

      "Si no lo hacen," Polly continuó, "este hombre va a morir.”

      A Sam le sorprendió el tono de su voz. Nunca había visto a Polly como un guerrero, nunca la había visto tan fría y firme. Era como si estuviera en presencia de una persona totalmente nueva y estaba muy impresionado.

      Al parecer, los seres humanos también lo estaban. Lentamente, de mala gana, uno por uno, dejaron caer sus ballestas en la arena.

      “Bájense de los caballos", Polly les ordenó.

      Poco a poco, cada uno obedeció y desmontó. Docenas de guerreros humanos estaban a merced de Polly quien sostenía al hombre como rehén.

      "Entonces. La chica salva al chico, ¿verdad?” de repente se escuchó una voz altisonante y alegre. Le siguió una carcajada profunda y todas las cabezas se volvieron.

      De la nada, apareció un guerrero humano envuelto en pieles, con una corona,  montaba un caballo y estaba flanqueado por una docena de soldados. Por su apariencia, era evidente de que era su rey. Tenía pelo desordenado de color naranja, una gruesa barba del mismo color y ojos verdes brillantes y traviesos. Se echó hacia atrás y se rió de buena gana, mientras observaba la escena frente a él.

      "Impresionante", continuó, al parecer divertido por todo el asunto. "Muy impresionante, verdaderamente."

      Desmontó, e inmediatamente todos sus hombres se hicieron a un lado mientras él entraba al círculo. Sam se sintió enrojecer, al darse cuenta de que al rey le debió parecer que él no podía combatir y que no habría sabido defenderse, si no hubiera sido por Polly. Lo cual era, al menos en parte, cierto. Pero no estaba demasiado molesto porque estaba muy agradecido con ella por haberlo salvado.

      Y se sintió aun más avergonzado cuando el rey no le hizo caso y caminó hacia Polly.

      "Puedes soltarlo", le dijo el Rey, sin dejar de sonreír.

      "¿Por qué debería hacerlo?", preguntó ella, mirando al rey y a Sam, todavía cautelosa.

      "Porque no íbamos a hacerles daño. No era más que una prueba. Para saber si eran dignos de estar en Skye. Después de todo,” se rió", ¡ustedes llegaron a nuestras costas!"

      El Rey rompió en carcajadas otra vez, y varios de sus hombres dieron un paso adelante y le entregaron dos largas espadas enjoyadas que brillaban con la luz de la mañana; estaban cubiertas con rubíes y zafiros y esmeraldas. Sam se sorprendió: eran las espadas más hermosas que jamas había visto.

      "Han pasado nuestra prueba," el Rey anunció. "Y esto es para ustedes. Es un regalo.”

      Sam se acercó a Polly mientras ella lentamente soltaba a su rehén. Cada uno tomó una espada y los dos examinaron la empuñadura con joyas incrustadas. A Sam le maravilló su artesanía.

      “Para dos guerreros muy dignos", dijo. "Nos sentimos honrados de darles la bienvenida."

      Se dio vuelta y comenzó a caminar, era claro que Sam y Polly debían  seguirlo. Mientras caminaba, él tronó:

      "Bienvenidos a nuestra isla de Skye."

      CAPÍTULO CINCO

      Seguidos por Scarlet y Ruth, y flanqueados por Taylor, Tyler y varios otros miembros de la cofradía de Aiden, Caitlin y Caleb caminaron a paso vivo a través de la isla de Skye. Caitlin estaba encantado de verlos. Tras las dificultades iniciales para llegar a este lugar y a esta época, por fin tenía una sensación de paz y tranquilidad; sabía que estaban en el lugar correcto. Taylor y Tyler, y toda la gente  de Aiden, también se habían emocionado de verlos. Era tan extraño encontrarlos en un tiempo y lugar tan diferentes, en este clima frío, en esta isla cruda y estéril en medio de la nada. Caitlin se dio cuenta de que si bien podían cambiar los tiempos y lugares, la gente no lo hacía.

      Taylor y Tyler los llevaron en un recorrido a paso ligero por la isla, y llevaban horas caminando. Inmediatamente, Caitlin les había preguntado si tenían alguna noticia de Sam o Polly; se sintió abatida cuando le dijeron que no. Desesperadamente, esperaba que también hubieran regresado en el tiempo.

      Mientras caminaban, Taylor los puso al corriente de los rituales de su cofradía, sus hábitos, los nuevos métodos de entrenamiento, y todo lo que Caitlin podría querer saber. Ella se dio cuenta de que Skye era impresionante, uno de los lugares más hermosos en los que jamás había estado. Se veía antiguo, primordial, con piedras elevándose en el paisaje, colinas cubiertas de musgo, lagos de montaña que reflejaban el sol de la mañana, y una hermosa niebla que parecía colgar sobre todo.

      "La niebla nunca nos abandona," dijo Tyler, sonriendo mientras leía la mente de Caitlin.

      Caitlin se sonrojó, avergonzada como siempre, por la facilidad con que los demás podían leer sus pensamientos.

      "De hecho, de ahí viene su nombre: Skye significa 'la isla en la niebla'", dijo Taylor. "Le da un telón de fondo bastante dramático a todo, ¿no te parece?"

      Caitlin asintió mientras contemplaba el paisaje.

      "Y es útil cuando peleamos contra nuestros enemigos," Tyler intervino. "Sin embargo, nadie se atreve ni siquiera a acercarse a nuestras costas."

      “No los culpo", dijo Caleb. “No es una entrada para nada acogedora."

      Taylor


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