Un Rito De Espadas . Морган РайсЧитать онлайн книгу.
tener algunos de reserva. Sus hombres se acercaron al lado de él y también miraron hacia abajo.
Nunca se habría imaginado Erec lo que vería abajo. Se sintió descorazonado. A pesar de los cientos de hombres que habían conseguido matar, a pesar de que tuvieron éxito sellando el barranco y de haber tomado una posición elevada, todavía quedaban por debajo decenas de miles de soldados del Imperio.
Erec apenas lo podía creer. Habían hecho todo lo que podían hasta ese momento, y todo el daño que habían causado, ni siquiera hacía mella en la interminable armadura del Imperio. El Imperio simplemente enviaría a más y más hombres arriba. Erec y sus hombres podrían matar a varias docenas más, quizás incluso a cientos de ellos. Pero al final, tantos millares de ellos atravesarían.
Erec estaba allí parado, sintiéndose desesperanzado. Por primera vez en su vida, él sabía que iba a morir, aquí, en este terreno, en este día. No podía evitarlo. Él no se arrepentía. Él había puesto una defensa heroica, y si fuera a morir, no habría mejor forma o lugar. Él agarró su espada y se armó, y su única duda era si Alistair estaría a salvo.
Pensó que tal vez, en la próxima vida, pasaría más tiempo con ella.
"Bueno, hemos tenido una buena racha", dijo una voz.
Erec se volvió para ver a Brandt de pie junto a él, con su mano en la empuñadura de su espada, también resignado. Los dos habían luchado juntos en incontables batallas, habían sido superados en número muchas veces – y sin embargo, Erec nunca había visto la expresión en la cara de su amigo como la que veía ahora. Debe haber reflejado la de él mismo: señalaba que la muerte estaba aquí.
"Por lo menos caeremos con las espadas en nuestras manos", dijo el Duque.
Él hizo eco de los pensamientos de Erec, exactamente.
Abajo, los hombres del Imperio, como si se hubieran dado cuenta, levantaron la vista. Miles de ellos comenzaron a reanimarse, a marchar al unísono, dirigiéndose hacia el precipicio, con las armas desenfundadas. Cientos de arqueros del Imperio empezaron a arrodillarse y Erec sabía que en unos momentos empezaría el derramamiento de sangre. Él se preparó y respiró profundo.
De repente se escuchó el ruido de un chillido en algún lugar del cielo, en el horizonte. Erec miró hacia arriba y examinó el cielo, preguntándose si estaba oyendo cosas. Una vez escuchó el grito de un dragón, y pensó que tal vez sonaba así. Había sido un sonido que nunca había olvidado, lo había escuchado durante su formación, durante Los Cien. Fue un grito que nunca había pensado volver a oír. No podría ser posible. ¿Un dragón? ¿Aquí, en el Anillo?
Erec estiró el cuello y a lo lejos, a través de las nubes, vio algo que quedaría grabado en su mente durante el resto de su vida: volando hacia ellos, batiendo sus grandes alas, había un enorme dragón púrpura con grandes y brillantes ojos rojos. Lo que vio, llenó de miedo a Erec, más de lo que cualquier ejército podría.
Pero al verlo más de cerca, su expresión se transformó en confusión. Pensó que podía ver a dos personas volando en la parte posterior del dragón. Cuando Erec entrecerró los ojos, les reconoció. ¿Sus ojos estaban jugándole una broma?
Allí, en la parte posterior del dragón, estaba sentado Thorgrin y detrás de él, sujetando su cintura, estaba la hija del rey MacGil. Gwendolyn.
Antes de que Erec pudiera comenzar a procesar lo que estaba viendo, el dragón bajó en picado hacia el suelo, como un águila. Abrió su boca e hizo un sonido horrible, un sonido tan fuerte que una roca al lado de Erec comenzó a partirse. La tierra entera tembló mientras el dragón bajaba, abrió su boca y expulsó fuego como Erec jamás había visto.
El valle se llenó de los gritos y llantos de miles de soldados del Imperio, mientras ola tras ola de fuego los envolvía, todo el valle se iluminaba con las llamas. Thor había dirigida al dragón hacia arriba y hacia abajo de las filas de los hombres de Andrónico, eliminando a decenas de ellos en un abrir y cerrar de ojos.
Los soldados restantes se dieron vuelta y huyeron, corriendo hacia el horizonte. Thor los persiguió también, dirigiendo a su dragón para que soplara cada vez más y más fuego.
En pocos momentos, todos los hombres que estaban debajo de Erec – los hombres que estaba seguro que lo guiarían hacia su muerte, estaban muertos. No quedaba nada de ellos sino cadáveres carbonizados, fuego y llamas, almas que alguna vez fueron. Todo el batallón del Imperio había desaparecido.
Erec miró hacia arriba, con la boca abierta en estado de shock y vio cómo el dragón se elevaba en el aire, batiendo sus grandes alas y volando más allá de ellos. Se dirigieron hacia el norte. Sus hombres estallaron en una gran ovación, mientras pasaban sobre ellos.
Erec quedó mudo de admiración por el heroísmo de Thor, por su intrepidez, por su control de esta bestia – y por el poder de la bestia. Erec había recibido una segunda oportunidad en la vida – él y todos sus hombres, y por primera vez en mucho tiempo, se sentía optimista. Ahora podían ganar. Incluso contra millones de los hombres de Andrónico, con una bestia como ésa, en realidad podrían ganar.
“¡Hombres, marchen!”, ordenó Erec.
Estaba decidido a seguir el rastro del dragón, el olor a azufre, el fuego en el cielo, a donde fuera que los llevara. Thorgrin había regresado, y era hora de reunirse con él.
CAPÍTULO OCHO
Kendrick cabalgaba su caballo, rodeado de sus hombres, los miles de ellos se congregaron afuera de Vinesia, la gran ciudad a la que el batallón de Andrónico se había retirado. Una alta verja levadiza impedía la entrada por las puertas de la ciudad, sus muros de piedra eran gruesos y miles de los hombres de Andrónico pululaban dentro y fuera, superando por mucho el número de los soldados del ejército de Kendrick. El factor sorpresa ya no estaba de su lado.
Peor aún, apareciendo a la vista desde atrás de la ciudad, estaban los miles de hombres de Andrónico, refuerzos, inundando las llanuras. Cuando Kendrick pensó que los tenían huyendo, la situación había sido invertida rápidamente. De hecho, ahora el ejército marchaba hacia Kendrick, ordenado, disciplinado, era una gran ola de destrucción.
La única alternativa ahora era retirarse a Silesia, mantenerlos ahí temporalmente hasta que el Imperio volviera a tomarla, hasta que volvieran a hacerlos esclavos. Y eso nunca podría ser.
Kendrick nunca había sido de los que se retiraban de una confrontación, aun cuando los superaban en número, y tampoco eran de los otros guerreros valientes, del ejército de los MacGil, de Silesia, de Los Plateados. Kendrick sabía que todos lucharían con él hasta la muerte. Y mientras apretaba la sujeción de la empuñadura de su espada, sabía que eso era precisamente lo que tendría que hacer en este día.
Los hombres del Imperio soltaron un grito de guerra, y los hombres de Kendrick los recibieron con uno más fuerte que los suyos.
Mientras Kendrick y sus hombres corrieron por la ladera para enfrentarse con el ejército que se aproximaba, sabiendo que era una batalla que no podrían ganar, pero decididos a luchar de todos modos, los hombres de Andrónico tomaron velocidad y corrieron hacia ellos también. Kendrick sentía el aire volando su pelo, sentía la vibración de la empuñadura de la espada que tenía en la mano y sabía que era cuestión de tiempo para encontrarse perdido en ese gran sonido metálico, en ese gran rito de espadas conocido.
Kendrick estaba sorprendido al escuchar algo como un chirrido arriba; estiró el cuello para ver el cielo y notó algo que irrumpía a través de las nubes, que le hizo mirar dos veces. Ya lo había visto una vez – Thor apareció en la parte posterior de Mycoples – pero aun así, la imagen le hizo quedar sin aliento. Especialmente porque esta vez, Gwendolyn montaba también en la parte posterior.
El corazón de Kendrick se aceleró al verlos bajar en picado y darse cuenta de lo que iba a suceder. Él sonrió ampliamente, levantó su espada por lo alto y fue a la carga rápidamente, dándose cuenta por primera vez que en este día la victoria, después de todo, sería de ellos.
Thor y Gwen volaban en la parte posterior de Mycoples, entrando y saliendo de las nubes, batiendo sus grandes alas