Una Promesa De Gloria . Морган РайсЧитать онлайн книгу.
confiable de su padre", dijo, acercándose.
Poco a poco iba recordando. Aberthol. El Consejo. La reunión. La mente de Gareth giraba, su cabeza le dolía mucho. Solo quería estar solo.
"Déjame", dijo. "Iré".
Aberthol asintió y salió apresuradamente de la habitación con el asistente, cerrando la puerta detrás de ellos.
Gareth se arrodilló, con la cabeza en sus manos, tratando de pensar, de recordar. Era demasiado. Empezó a recordar poco a poco. El escudo estaba abajo; el Imperio estaba atacando; la mitad de la corte se había ido; su hermana iba al mando de ellos; iban a Silesia… Gwendolyn… Eso era todo. Eso fue lo que él había estado tratando de recordar.
A Gwendolyn. Le odiaba tanto que no podría describirlo. Ahora más que nunca, quería matarla. Necesitaba matarla. Todos sus problemas en este mundo – eran por culpa de ella. Encontraría una manera de vengarse de ella, incluso si tenía que morir intentándolo. Y mataría a sus otros hermanos a continuación.
Gareth comenzó a sentirse mejor al pensar en ello.
Con un esfuerzo supremo, luchó por ponerse de pie y tropezó a través de la habitación, derribando una mesa al hacerlo. Mientras sel acercaba a la puerta, vio un busto de alabastro de su padre, una escultura que su padre quería, y él se agachó, lo agarró por la cabeza y lo arrojó a la pared.
Se rompió en mil pedazos y por primera vez en ese día, Gareth sonrió. Tal vez este día no sería tan malo, después de todo.
Gareth se fue pavoneando hacia la Sala de Consejo flanqueado por varios asistentes, abriendo de un portazo las enormes puertas de roble con la mano, haciendo que todos los que abarrotaban la sala saltaran ante su presencia. Todos se pusieron rápidamente en posición de firmes.
Aunque normalmente esto le daría a Gareth cierta satisfacción, en este día, no le importaba. Se sentía atormentado por el fantasma de su padre y lleno de rabia porque su hermana se había ido. Sus emociones se arremolinaban dentro de él, y tenía que desquitarse con el mundo.
Gareth tropezó a través del gran salón por la bruma causada por el opio, caminando por el centro del pasillo hacia su trono; docenas de concejales estaban parados a un costado, mientras él pasaba. Su corte había crecido y hoy la energía era frenética, mientras más y más personas parecían llegar con la noticia de la salida de la mitad de la Corte del Rey y del escudo que estaba abajo. Era como si quienes seguían estando en la Corte del Rey estuvieran entrando buscando respuestas.
Y por supuesto, Gareth no tenía ninguna.
Mientras Gareth iba pavoneándose por la escalera de marfil hacia el trono de su padre, vio, esperando pacientemente detrás de él, a Lord Kultin, el líder mercenario de su fuerza de combate privada, el último hombre que quedaba en la Corte en quien podía confiar. Junto a él estaban parados docenas de sus combatientes, estaban ahí, en silencio, con las manos sobre sus espadas, dispuestos a luchar hasta la muerte por Gareth. Era lo único que quedaba que reconfortaba a Gareth.
Gareth se sentó en su trono y analizó el salón. Había tantas caras, reconoció a algunos pero a muchos otros no. No confiaba en ninguno de ellos. Cada día depuraba a más gente de su Corte; ya había enviado a muchos a los calabozos y aún más con el verdugo. No pasaba un día sin matar al menos a un puñado de hombres. Pensaba que era buena política: mantenía a los hombres en estado de alerta e impedía la formación de un golpe de estado.
Todos en la sala estaban callados, mirándolo aturdidos. Todos estaban aterrorizados para hablar. Que era exactamente lo que él quería. Nada le emocionaba más que infundir miedo en sus súbditos.
Finalmente, Aberthol dio un paso adelante, su bastón haciendo eco en la piedra y aclaró su garganta.
"Mi señor", comenzó a decir, con su voz de viejo, "nos encontramos en un momento de gran confusión en la Corte del Rey. No sé todavía qué noticias le han llegado: el Escudo está desactivado; Gwendolyn dejó la Corte del Rey y se ha llevado a Kolk, Brom, Kendrick, Atme, Los Plateados, La Legión y a la mitad de su ejército – junto con la mitad de la Corte del Rey. -Los que permanecen aquí esperan su orientación, y saber cuál será nuestro próximo paso. La gente quiere respuestas, mi señor".
"Lo que es más", dijo otro miembro del Consejo que Gareth apenas reconocía, "se ha difundido el rumor de que el Cañón ya ha sido violado. Dicen que Andrónico ha invadido el lado McCloud del Anillo con su ejército de un millón de hombres".
Un resuello de asombro e indignación se extendió por toda la sala; docenas de valientes guerreros susurraban entre ellos, llenos de miedo y un estado de pánico se propagó como reguero de pólvora.
"¡No puede ser verdad!", exclamó uno de los soldados.
"¡Lo es!", insistió el miembro del Consejo.
"¡Entonces toda esperanza está perdida!", gritó otro soldado. "Si invadieron a los McCloud, el Imperio vendrá a la Corte del Rey a continuación. Es imposible que podamos mantenerlos alejados".
"Debemos discutir los términos de rendición, mi señor", dijo Aberthol a Gareth.
“¡¿De rendición?!", gritó otro hombre. "¡Nos no rendiremos jamás!".
"Si no lo hacemos", gritó otro soldado, "nos aplastarán. ¿Cómo nos enfrentaremos a un millón de hombres?".
La sala estalló en un murmullo de indignación, los soldados y los consejeros discutiendo unos con otros, en completo desorden.
El líder del Consejo golpeó su vara de hierro en el suelo de piedra y gritó:
"¡ORDEN!".
Poco a poco, la sala quedó en silencio. Todos los hombres se volvieron y lo miraron.
"Todas esas son decisiones para un rey, no para nosotros", dijo uno de los hombres del Consejo. "Gareth es el rey legítimo, y no tenemos que discutir los términos de rendición – o si debemos entregarnos".
Todos voltearon a ver a Gareth.
"Mi señor", dijo Aberthol, con cansancio en su voz, "¿cómo propone que nos ocupemos de ejército del Imperio?".
Hubo un silencio sepulcral en la sala.
Gareth estaba ahí sentado, mirando a los hombres, queriendo responder. Pero le era más y más difícil mantener sus pensamientos claros. Él seguía oyendo la voz de su padre en su cabeza, gritándole, como cuando era un niño. Lo estaba volviendo loco, y la voz no se iba.
Gareth extendió la mano y arañó el brazo de madera del trono, una y otra vez. El sonido de las uñas arañando, era el único sonido en la sala.
Los miembros del Consejo intercambiaron una mirada de preocupación.
"Mi señor", dijo otro concejal, "si elige no rendirse, entonces debemos fortalecer la Corte del Rey de inmediato. Debemos asegurar todas las entradas, todos los caminos, todas las puertas. Debemos llamar a todos los soldados, preparar las defensas. Debemos prepararnos para un ataque, racionar los alimentos, proteger a nuestros ciudadanos. Hay mucho que hacer. Por favor, mi señor. Denos la orden. Díganos qué hacer".
Una vez más la sala se quedó en silencio, ´mientras todas las miradas estaban fijas en Gareth.
Finalmente, Gareth levantó la barbilla y miró.
"No lucharemos contra el Imperio", declaró. "Ni nos rendiremos".
Todos en la sala miraron unos a otros, confundidos.
"¿Entonces qué hacemos, señor?", preguntó Aberthol.
Gareth aclaró su garganta.
"¡Mataremos a Gwendolyn!", declaró. "Eso es lo que importa ahora".
A continuación hubo un silencio de sorpresa.
"¿A Gwendolyn?", gritó un concejal, sorprendido, mientras en la sala estallaba otro murmullo de confusión.
"Enviaremos a todos nuestros ejércitos tras ella, para masacrarla y a aquellos que van con ella, antes de que lleguen a Silesia", anunció Gareth.
"Pero