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Una Promesa de Hermanos . Морган РайсЧитать онлайн книгу.

Una Promesa de Hermanos  - Морган Райс


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te atrevas a abandonar a tu pueblo y no te atrevas a irte con él”, dijo una voz seria.

      Sandara se giró y vio a Zirk, que había estado escuchando y que dio un paso adelante, acompañado por varios de los mayores.

      “Tu lugar está aquí con nosotros. Si te vas con este hombre, no volverás a ser bien recibida”.

      “¿Y eso a ti qué te importa?” preguntó Darius furioso, defendiéndola.

      “Cuidado, Darius”, dijo Zirk. “Puede que dirijas este ejército por ahora, pero no nos dirigirás a nosotros. No intentes hablar por nuestro pueblo”.

      “Hablo por mi hermana”, dijo Darius, “y hablaré por quien me apetezca”.

      Sandara vio que Darius agarraba la empuñadura de su espada y miraba fijamente a Zirk y, rápidamente, se acercó y puso la mano en su muñeca para tranquilizarlo.

      “La decisión debo tomarla yo”, le dijo ella a Zirk. “Y ya la he tomado”, dijo, sintiendo una ráfaga de indignación, que le hizo decidir repentinamente. No permitiría que aquella gente decidiera por ella. Había permitido que los mayores dictaran su vida desde que tenía uso de razón, y ahora había llegado el momento.

      “Kendrick es mi amado”, dijo, dirigiéndose a Kendrick, que la miraba sorprendido. Mientras pronunciaba las palabras, sabía que eran ciertas y sintió una ráfaga de amor por él, sintió una ola de culpa por no haberlo abrazado antes delante de los demás. “Su pueblo es mi pueblo. Él es mío y yo soy suya. Y nada, ni nadie, ni tú, ni nadie, nos puede separar”.

      Se giró hacia Darius.

      “Adiós, hermano mío”, dijo ella. “Me voy con Kendrick”.

      Darius hizo una amplia sonrisa, mientras Zirk los miraba con mala cara.

      “Jamás vuelvas a mirarnos a la cara”, escupió y, a continuación, se dio la vuelta y se marchó, seguido por los mayores.

      Sandara volvió hacia Kendrick e hizo lo que siempre había deseado hacer desde que llegaron aquí. Lo besó abiertamente, sin miedo, delante de todos, finalmente podía expresar su amor por él. Para gran alegría de ella, él también la besó, cogiéndola en sus brazos.

      “Cuídate, hermano mío”, dijo Sandara.

      “Tú también, hermana mía. Nos volveremos a encontrar”.

      “En este mundo o en el próximo”, dijo ella.

      Con esto, Sandara se dio la vuelta, cogió a Kendrick del brazo y, juntos, se unieron a su pueblo, en dirección hacia el Gran Desierto, hacia una muerte segura, pero ella estaba dispuesta a ir a cualquier parte del mundo, siempre que estuviera al lado de Kendrick.

      CAPÍTULO OCHO

      Godfrey, Akorth, Fulton, Merek y Ario, vestidos con las túnicas de los Finianos, caminaban por las brillantes calles de Volusia, todos en guardia, agrupados y muy tensos. El entusiasmo de Godfrey hacía rato que se había desvanecido y había hecho camino por calles desconocidas, con los sacos de oro a la cintura, maldiciéndose a sí mismo por haberse ofrecido voluntario para esta misión y rompiéndose la cabeza para ver qué harían a continuación. Daría cualquier cosa por una bebida ahora mismo.

      Qué idea más terrible y horrorosa había tenido de venir aquí. ¿Por qué narices había tenido un momento tan estúpido de caballerosidad? ¿Y qué era la caballerosidad al fin y al cabo? Un momento de pasión, de altruismo, de locura. Esto solo hacía que se le secara la garganta, que el corazón le palpitara, que las manos le temblaran. Odiaba aquella sensación, odiaba cada segundo así. Deseaba haber cerrado la boca. La caballerosidad no era para él.

      ¿O sí?

      Y a no estaba seguro de nada. Lo único que sabía ahora mismo es que quería sobrevivir, vivir, beber, estar en cualquier lugar menos aquí. Daría cualquier cosa por una cerveza ahora mismo. Vendería el acto más heroico por una pinta de cerveza.

      “¿Y a quién vamos a untar exactamente?” preguntó Merek, acercándose a su lado, mientras caminaban juntos por las calles.

      Godfrey se rompía la cabeza.

      “Necesitamos a alguien de dentro de su ejército”, dijo él finalmente. “Un comandante. No demasiado alto. Alguien lo suficientemente alto. Alguien a quién le importe más el oro que matar”.

      “¿Y dónde encontraremos una persona así?” preguntó Ario. “No podemos exactamente marchar hacia sus barracas”.

      “Desde mi experiencia, solo existe un sitio fiable en el que encontrar a alguien de ética imperfecta”, dijo Akorth. “Las tabernas”.

      “Ahora has hablado”, dijo Fulton. “Ahora, finalmente, alguien ha dicho algo sensato”.

      “Suena como una idea horrible”, replicó Ario. “Suena a que simplemente te apetece un trago”.

      “Bien, me apetece”, dijo Akorth. “¿Y qué hay de malo en ello?”

      “¿Tú qué crees?” replicó Ario. “¿Qué vas a entrar en una taberna, vas a encontrar un comandante y sobornalo? ¿Es así de fácil?”

      “Bueno, finalmente el niño tiene razón en algo”, dijo Merek metiéndose en la conversación. “Es una mala idea. Echarían un vistazo a nuestro oro, nos matarían y lo cogerían para ellos”.

      “Por eso no vamos a llevar nuestro oro”, dijo Godfrey, decidido.”

      “¿Cómo?” preguntó Merek, dirigiéndose hacia él. “¿Qué haremos con él entonces?”

      “Esconderlo”, dijo Godfrey.

      “¿Esconder todo este oro?” preguntó Ario. “¿Estás loco? Trajimos demasiado. Suficiente para comprar media ciudad”.

      “Eso es precisamente por lo que lo vamos a esconder”, dijo Godfrey, animándose con la idea. “Encontramos a la persona adecuada, por el precio adecuado, en quién podamos confiar, y lo llevamos hasta él”.

      Merek se encogió de hombros.

      “Es una misión imposible. Va de mal en peor. Seguimos tus pasos, sabe Dios por qué. Nos estás llevando hacia nuestras tumbas”.

      “Seguisteis mis pasos porque creéis en el honor, en el coraje”, dijo Godfrey. “Seguisteis mis pasos porque, desde el momento en que lo hicisteis, nos volvimos hermanos. Hermanos en el valor. Y los hermanos no se abandonan”.

      Los otros se quedaron en silencio mientras caminaban y Godfrey se sorprendió de sí mismo. No entendía del todo este rasgo de sí mismo que aparecía cada dos por tres. ¿Era su padre el que hablaba? ¿O era él?

      Doblaron la esquina y la ciudad se abrió ante ellos y Godfrey se maravilló una vez más ante su belleza. Todo brillaba, las calles estaban repletas de oro, entrelazadas con canales de agua del mar, luz por todas partes, reflejando el oro y encegándolo. Las calles estaban ajetreadas aquí también, y Godfrey admiraba las gruesas multitudes, sorprendido. Recibió más de un golpe en el hombro e iba con mucha cautela de mantener la cabeza agachada para que los soldados del Imperio no lo detectaran.

      Los soldados, con todo tipo de armaduras, marchaban arriba y abajo en todas direcciones, entremezclados con nobles y ciudadanos del Imperio, hombres enormes con su identificable piel amarilla y cuernos pequeños, muchos con paradas, vendiendo mercancías por todas partes en las calles de Volusia. Godfrey divisó mujeres del Imperio, también, por primera vez, tan altas y con los hombros tan anchos como los hombres, parecían casi tan grandes como algunos hombres del Anillo. Sus cuernos eran más largos, más puntiagudos y su brillo era de un azul aguamarino. Parecían más salvajes que los hombres. A Godfrey no le gustaría encontrarse en una lucha con ellas.

      “Quizás podríamos acostarnos con algunas mujeres mientras estamos aquí”, dijo Akorth con un eructo.

      “Creo que estarían encantadas de cortarte el cuello”, dijo Fulton.

      Akorth se encogió de hombros.

      “Quizás harían las


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