Un Sueño de Mortales . Морган РайсЧитать онлайн книгу.
furia en sus ojos mientras estaba delante de él y se dio cuenta de que tenía el espíritu de un verdadero guerrero y era mucho más compleja de lo que él sabía.
Thor se giró y se lanzó a la lucha y él y sus hombres atacaron despiadadamente, todos ellos en bandada, como habían hecho en tantos lugares, eran una máquina de matar bien ajustada, vigilándose las espaldas los unos a los otros. Su lucha conjunta era perfecta, pues se conocían los ritmos los unos a los otros. Cuando Elden blandió su hacha de batalla, Indra arrojó su lanza, matando a todos aquellos que él no pudo alcanzar. Matus blandió su mayal, matando a dos piratas a la vez, mientras Reece usaba su larga alabarda para matar a tres piratas antes de que pudieran alcanzar a Selese. Y Selese, a su vez, esparció el polvo de su saco sobre sus heridas, sanando todas sus heridas sobre la marcha y manteniéndolos fuertes.
Lentamente, la corriente cambió, mientras iban derribando a un hombre tras otro. El montón de hombres era alto y pronto solo quedaron una docena de ellos.
Con los ojos abiertos como platos, los doce piratas que quedaban, viendo que no podían ganar, dejaron caer sus puñales, machetes y hachas y levantaron las manos, aterrados.
“¡No nos matéis!”exclamó uno, temblando. “¡No era nuestra intención! ¡Solo seguíamos la corriente a los demás!”
“Estoy seguro de que no era así”, dijo Elden.
“No os preocupéis”, dijo Thor, “no os vamos a matar”.
Thor enfundó su espada, dio un paso adelante, agarró al pirata, lo levantó por encima de su cabeza y arrojó por la borda hacia el mar.
“Los peces lo harán por nosotros”.
Los otros se le unieron, llevando a los pocos que quedaban por la borda con sus armas, hacia el mar, y Thor observó cómo el mar pronto se volvía rojo, los tiburones formaron un círculo y ahogaron los gritos de los piratas.
Thor se giró hacia los demás, que lo estaban mirando. En sus ojos podía ver que estaban pensando lo mismo que él: la victoria, la dulce victoria, era suya.
CAPÍTULO NUEVE
Erec se inclinó en la barandilla y miró con la luz de una antorcha hacia un mar lleno de cadáveres del Imperio. Una docena de soldados del Imperio flotaban allí, todos ellos muertos por Erec y sus hombres, todos arrojados por la borda y, mientras observaba, lentamente, uno tras otro se hundían.
Erec miraba su flota de barcos de arriba abajo y veía a sus hombres en ellos, todos libres ahora, gracias a que Alistair había roto sus ataduras. El Imperio había sido estúpido al dejar solo una docena de soldados para vigilar cada barco, creyéndose invencible. Les habían sobrepasado enormemente en número y, una vez las ataduras de los hombres de Erec se rompieron, había sido fácil matarlos y recuperar sus barcos. Habían subestimado a Alistair.
Tampoco tenían ninguna razón para temer una revolución porque habían rodeado por completo los barcos de Erec. De hecho, cuando Erec miró hacia arriba vio que el asedio del Imperio, con sus miles de barcos, estaba todavía intacto. No podía ir hacia ningún lado.
Sonaron más cuernos, más soldados del Imperio gritaban en la noche y Erec veía cómo las antorchas se encendían a lo largo y ancho de la flota. El Imperio, aquel dragón dormido, lentamente estaba organizándose. Pronto rodearían a los hombres de Erec como una pitón y los estrangularían hasta la muerte. Erec estaba seguro de que, esta vez, no tendrían piedad.
Erec pensó rápidamente. Inspeccionó los barcos del Imperio, buscando algún punto débil en el sitio, un lugar con menos barcos. Cuando se giró para mirar detrás suyo, divisó un lugar donde los barcos del Imperio estaban más separados, quizás casi unos veinte metros. Era el punto más débil del círculo – aunque, incluso así, el sitio apenas tenía puntos débiles. Era la mejor de las peores opciones. Tenían que intentarlo.
“¡A TODA VELA!” gritó Erec y, mientras él se ponía en acción, sus órdenes se gritaban y resonaban a lo largo y ancho de su flota.
Izaron las velas y empezaron a remar, Erec en proa, su barco al frente, su flota siguiéndolo de cerca por detrás. Miró hacia delante, dirigiendo su barco hacia el punto débil del sitio. Él solo esperaba que pudieran pasarlo lo suficientemente rápido, antes de que los barcos del Imperio se acercaran y reforzaran sus posiciones. Si tan solo pudieran atravesarlo, tendrían mar abierto ante ellos. Sabía que el Imperio los seguiría de cerca y que, muy probablemente sería una carrera que no podrían ganar.
Sin embargo, debía intentarlo. Cualquier plan, incluso un plan temerario, era mejor que ceder ante la derrota y la muerte.
“¿Podemos pasarlo?” dijo una voz.
Al darse la vuelta Erec vio a Strom acercándose a él, con la espada en la mano, todavía roja por la sangre al haber matado soldados del Imperio, observando la noche.
Erec se encogió de hombros.
“¿Tenemos alguna elección?” respondió.
Strom miraba fijamente al horizonte a su lado, impávido.
“¿Cuánto tiempo tenemos hasta que vean que nos estamos acercando?”
La respuesta llegó cuando una flecha pasó haciendo un zumbido en el aire, justo pasando por Erec y Strom, y encontró su blanco en uno de los hombres de Erec, que estaba justo a unos metros detrás de ellos. El hombre gritó y cayó de espaldas, agarrando la flecha que tenía en el pecho y tirando de ella con ambas manos, temblando en el suelo mientras moría.
Otra flecha atravesó el aire, después otra y otra. Ni él ni Strom se agacharon, los dos estaban de pie sin miedo, manteniéndose firmes.
Erec echó un vistazo y divisó formas en la oscuridad, vio que los soldados del Imperio estaban apuntando, poniéndose en fila, disparando hileras de flechas y sabía que esto iba a salir mal. Todavía les quedaban casi cien metros hasta llegar al sitio.
“¡Escudos!” exclamó Erec. “¡Juntaos! ¡Manteneos cerca! ¡Hombre a hombre!”
Los hombres de Erec obedecieron, tomaron posiciones, levantaron los escudos y Erec, satisfecho, hizo lo mismo, arrodillándose al lado de Strom y de los demás y sujetando su escudo por encima de su cabeza.
Erec sintió tres flechas que impactaron dando tres rápidos golpes secos, cuyas vibraciones hicieron temblar su brazo.
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