La Marcha De Los Reyes . Морган РайсЧитать онлайн книгу.
paseaba y paseaba, iba siendo más noche, finalmente, poco a poco, empezó a calmarse. Justo cuando empezaba a volver a ser él mismo y se preparaba para terminar la noche, se escuchó un golpe repentino, y se volvió hacia su puerta, que se abrió de golpe. Firth entró corriendo, con los ojos bien abiertos, frenético, a la habitación, como si lo estuvieran persiguiendo.
“¡Está muerto!”, gritó Firth. “¡Está muerto! Yo lo maté. ¡Está muerto!”.
Firth estaba histérico, llorando y Gareth no tenía idea de lo que estaba hablando. ¿Estaba ebrio?
Firth corrió por toda la habitación, gritando, llorando, levantando las manos—y fue cuando Gareth se dio cuenta de las palmas de sus manos, llenas de sangre; su túnica amarilla manchada de rojo.
El corazón de Gareth perdió su ritmo. Firth acababa de matar a alguien. ¿Pero quién?
“¿Quién murió?”, Gareth le exigió hablar. “¿De quién estás hablando?”
Pero Firth estaba histérico y no podía concentrarse. Gareth corrió hacia él, sujetó sus hombros con firmeza y lo sacudió.
“¡Respóndeme!”
Firth abrió sus ojos y lo miró, con la mirada de un caballo salvaje.
“¡A tu padre!”. “¡El rey! ¡Está muerto!”. Yo lo hice”.
Con esas palabras, Gareth sintió como si un cuchillo hubiera sido sumido en su propio corazón.
Él se le quedó mirando, con los ojos bien abiertos, paralizado, sintiendo que todo su cuerpo se adormecía. Lo soltó, dio un paso atrás y trató de recuperar el aliento. Podía ver por toda la sangre que tenía, que Firth estaba diciendo la verdad. Ni siquiera podía comprenderlo. ¿Firth? ¿El mozo de cuadra? ¿El más débil de carácter de todos sus amigos? ¿Mató a su padre?
“¿Pero... cómo es posible?” Gareth se quedó sin aliento. “¿Cuándo?”
“Ocurrió en su habitación”, dijo Firth. “Hace un momento. Lo apuñalé”.
La realidad de la noticia comenzó a ser asimilada, mientras Gareth recuperaba su cordura; se dio cuenta de que la puerta estaba abierta, corrió hacia ella y la cerró de un portazo, asegurándose de que ningún guardia lo hubiera visto. Por suerte, el pasillo estaba vacío. Puso el pesado cerrojo de hierro.
Regresó corriendo a la habitación. Firth seguía histérico y Gareth necesitaba calmarlo. Él necesitaba respuestas.
Lo sujetó de los hombros, y lo hizo girar y le dio una bofetada lo suficientemente fuerte para detenerse. Finalmente, Firth se centró en él.
“Dime todo”, ordenó Gareth fríamente. “Dime exactamente lo que pasó. ¿Por qué lo hiciste?”
“¿Cómo que por qué?”, preguntó Firth, confundido. “Tú querías matarlo. Tu veneno no funcionó. Pensé que podía ayudarte. Pensé que es lo que querías”.
Gareth negó con la cabeza. Agarró a Firth de la camisa y lo sacudió, una y otra vez.
“¡¿Por qué lo hiciste?!”, gritó Gareth.
Gareth sintió que su mundo se derrumbaba. Estaba asombrado al darse cuenta de que en realidad sentía remordimiento por su padre. Él no podía entenderlo. Hace unas horas, lo que quería más que nada era ver que lo envenenaran, que muriera en la mesa. Ahora la idea del asesinato le pegó como si hubiera muerto su mejor amigo. Se sintió abrumado por el remordimiento. Una parte de él no quería que muriera después de todo—en especial, no de esa manera. No en manos de Firth. Y no por una daga.
“No entiendo”, se quejó Firth. “Hace unas horas tú intentaste matarlo. Con lo de la copa. ¡Pensé que estarías agradecido!”
Para su propia sorpresa, Gareth estiró la mano y golpeó a Firth en la cara.
“¡Yo no te dije que hicieras esto!”, espetó Gareth. “Nunca te dije que hicieras eso. ¿Por qué lo mataste? Mírate. Estás cubierto de sangre. Ahora ambos estamos acabados. Es cuestión de tiempo para que los guardas nos atrapen”.
“Nadie me vio”, dijo Firth. “Lo hice entre el cambio de turnos. Nadie me vio”.
“¿Y dónde está el arma?”
“No la dejé”, dijo Firth orgullosamente. No soy estúpido. Me deshice de ella”.
“¿Y qué cuchillo usaste?”, preguntó Gareth; su mente giraba pensando en las implicaciones. Pasó del remordimiento a la preocupación; su mente corría pensando en cada detalle de la pista que ese tonto torpe podría haber dejado, cada detalle que podría conducirlo hacia él.
“Usé una que no podría ser rastreada», dijo Firth, orgulloso de sí mismo. “Era una cuchilla despuntada, sin sobresalir. La encontré en los establos. Había otras cuatro similares. No podría ser rastreada”, repitió.
Gareth se sintió descorazonado.
“¿Era un cuchillo corto, con mango rojo y hoja curva, que estaba sobre la pared, junto a mi caballo?”
Firth asintió, mirando dudoso.
Gareth frunció el ceño.
“¡Eres un tonto! ¡Por supuesto que la hoja es rastreable!”
”¡Pero no tenía ninguna marca!”, protestó Firth, sonando asustado, con voz temblorosa.
“No hay marcas en la navaja— ¡pero hay marcas en la empuñadura!”, gritó Gareth. “¡Por debajo! No revisaste con cuidado. Eres un tonto”. Gareth dio un paso adelante, enrojeciendo. “El emblema de mi caballo está tallado debajo de ella. Quien conozca a la familia real, bien puede rastrear la navaja y llevarlo hacia mí”.
Miró fijamente a Firth, quien parecía perplejo. Él quería matarlo.
¿Qué hiciste con ella?”, dijo Gareth presionando. “Dime que la tienes contigo. Dime que la trajiste contigo. Por favor”.
Firth tragó saliva.
“Me deshice de ella con cuidado. Nunca la encontrará nadie”.
Gareth hizo una mueca.
“¿En qué lugar, exactamente?”
“La tiré por la rampa de piedra, en el orinal del castillo. Tiran el orinal cada hora, en el río. No te preocupes, mi señor. Ya está en lo profundo del río”.
Las campanas del castillo repicaron de repente, y Gareth dio la vuelta y corrió hacia la ventana abierta, su corazón se llenó de pánico. Se asomó y vio todo el caos y conmoción abajo, la turba rodeaba el castillo. El repicar de las campanas sólo podían significar una cosa: Firth no estaba mintiendo. Él había matado al rey.
Gareth sintió que su cuerpo se congelaba. No podía concebir que había puesto en marcha una maldad tan grande. Y que Firth, de todas las personas, lo había llevado a cabo.
Se escuchó un golpe repentino en su puerta, se abrió de golpe, y varios guardias reales entraron apresuradamente. Por un momento, Gareth estaba seguro de que lo arrestarían.
Pero para su sorpresa, se detuvieron y se pusieron en posición de firmes.
“Mi señor, su padre ha sido apuñalado. Puede haber un asesino suelto. Asegúrese de mantener la seguridad en su habitación. Él está gravemente herido”.
El vello del cogote de Gareth se erizó con esas últimas palabras.
“¿Herido?”, repitió Gareth; la palabra casi se le pega en la garganta. “¿Entonces todavía está vivo?”
“Lo está, mi señor. Y primero Dios, sobrevivirá y nos dirá quién cometió ese acto atroz”.
Con una corta reverencia, el guardia salió rápidamente de la habitación, cerrando la puerta con fuerza.
La rabia inundó