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La fábrica mágica . Морган РайсЧитать онлайн книгу.

La fábrica mágica  - Морган Райс


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      —Quizá esté poseído —dijo uno de los chicos.

      —No seas imbécil —replicó Chris—. No está poseído. Pero pasa algo raro con él. ¿Me creéis ahora?

      —Yo sí —dijo la chica, pero Oliver notó que su voz venía de más lejos.

      Miró donde antes estaban sus pies y vio que ahora habían desaparecido de su vista. Chris y sus compinches se iban.

      Oliver esperó. Incluso después de su despreciativa conversación sobre que él se había disipado en la nada, no quería dejar la seguridad del cubo de basura. Todavía existía una posibilidad de que uno de ellos estuviera esperando, por si acaso él estuviera a punto de descubrir su escondite.

      Pronto, la lluvia empezó a caer de verdad. Oliver oía cómo golpeaba con fuerza el cubo de basura de metal. Hasta entonces no aceptó que Chris decididamente se había ido. Aunque deseara pegar a Oliver, no iba a quedarse bajo la lluvia torrencial para hacerlo, y Oliver estaba bastante seguro de que no convencería a sus amigotes para que los hicieran.

      Finalmente convencido de que estaba a salvo, Oliver empezó a salir del cubo de basura. Pero justo cuando serpenteaba hacia la parte delantera, empezó una enorme ráfaga de viento. De un golpe lo metió de nuevo dentro. Entonces el viento debió cambiar de dirección, pues Oliver sintió que el cubo daba tumbos debajo de él de repente. ¡El viento era tan fuerte que le hacía dar vueltas!

      Oliver se agarraba al borde de su cárcel de metal. Llenó de terror, desorientado, empezó a dar vueltas y más vueltas. Tenía náuseas por el pánico y por el movimiento. Oliver deseaba que terminara pronto pero parecía que iba para largo.

      Daba vueltas y se movía bruscamente.

      De repente, se golpeó muy fuerte la cabeza con el lado del cubo. Aparecieron estrellas en sus ojos. Los cerró. Después todo se volvió oscuro.

      ***

      Oliver parpadeó hasta abrir los ojos y contempló la visión de la prisión esférica de metal que lo rodeaba. El movimiento giratorio había terminado pero aún oía el rugido de la tormenta a su alrededor. Parpadeó, desorientado, la cabeza golpeteaba por el golpe que lo había dejado sin sentido.

      No tenía ni idea de cuánto tiempo había estado inconsciente pero estaba cubierto de basura apestosa. Tenía el estómago revuelto por las náuseas.

      Rápidamente, Oliver se arrastró hasta la parte delantera del cubo y miró hacia fuera. El cielo estaba oscuro y la lluvia torrencial parecía una sábana gris.

      Oliver salió gateando del cubo de basura. Helaba y apenas en unos segundos estaba ya empapado. Se frotó los brazos para intentar calentarlos un poco. Temblando, Oliver miró a su alrededor, intentando distinguir su paradero.

      De repente, cayó en la cuenta de dónde estaba, de dónde el cubo de basura le había llevado rodando durante la tormenta. ¡Estaba en la fábrica! Solo que esta vez, Oliver se dio cuenta de que había luces brillando dentro.

      Abrió la boca de golpe. ¿Eran imaginaciones suyas? Quizás había recibido una sacudida con el golpe en la cabeza.

      La lluvia continuaba descargando sobre Oliver. Las luces de dentro de la fábrica brillaban como una especie de faro que lo atraía hacia ella.

      Oliver fue corriendo a toda prisa. Llegó a la hierba que rodeaba la fábrica y chapoteaba bajo sus pies, estaba cenagosa por el chaparrón. Entonces rodeó el lateral del almacén, pisoteando la yedra y las ortigas con prisa por llegar a la puerta trasera, bajo cobijo. Encontró la puerta tal y como la había dejado, entreabierta, y con la anchura justa para que él se metiera. Rápidamente, lo hizo y fue a parar a la misma habitación oscura, con el mismo olor de polvo, el mismo eco de abandono.

      Oliver se paró, aliviado por no estar bajo la lluvia. Esperó a que la vista se le ajustara. Cuando lo hubo hecho, vio que todo estaba igual que la última vez que había estado aquí, con máquinas polvorientas, con telarañas, en desuso y en mal estado. Excepto…

      Oliver vio una línea recta amarilla y muy delgada que se extendía por el suelo. No era pintura, sino luz. Un fragmento de luz. Bueno, Oliver sabía que un fragmento de luz necesitaba un origen, así que fue a toda prisa hacia ella, siguiéndola como si fuera un camino de migas de pan. Llegaba hasta una pared de ladrillos sólidos.

      —«Qué raro» —pensó Oliver mientras paraba y apretaba los dedos contra la pared—. «Se supone que la luz no atraviesa los objetos».

      Buscaba a tientas en la tenue luz, intentando averiguar cómo la luz podía atravesar un objeto sólido. Entonces, de repente, tocó algo diferente con la mano. ¿Un pomo?

      Oliver sintió que un subidón repentino de esperanza se apoderaba de él. Giró el pomo y saltó hacia atrás cuando retumbó un enorme ruido chirriante.

      El suelo tembló. Oliver se tambaleó al intentar mantenerse recto mientras el suelo se movía bajo sus pies.

      Estaba girando. No solo él, también la pared. ¡Debieron construirla sobre una plataforma giratoria! Y mientras giraba, estalló un enorme fragmento de luz dorada.

      Oliver parpadeó por el repentino y cegador brillo. Sentía las piernas inestables por el movimiento del suelo giratorio.

      Pero tan pronto como empezó el movimiento, terminó. Se oyó un clic cuando la pared encontró su nueva posición. Oliver se tambaleó, esta vez por la repentina desaceleración.

      Miró a su alrededor y se quedó atónito con lo que vio. Ahora estaba en una la de la fábrica completamente nueva. ¡Estaba llena de inventos increíbles y fantásticos! No las reliquias con telarañas, chirriantes y oxidadas del almacén de antes, sino, del suelo hasta el techo, hasta que la vista alcanzaba, había máquinas gigantescas, brillantes, nuevas y relucientes.

      Oliver no pudo evitarlo. Lleno de emoción, fue corriendo hasta la primera máquina. Tenía un brazo movible que giraba justo por encima de su cabeza. Se agachó justo a tiempo y vio que la mano al final del brazo dejaba un huevo hervido dentro de una taza para huevos. Justo a su lado, dos manos autómatas sin cuerpo se deslizaban por las teclas de un piano, mientras a su lado un mecanismo de relojería de latón muy grande hacía tictac.

      Oliver estaba tan absorto y deleitado con los inventos que tenía alrededor, que ni tan solo vio el extraño aparato con forma de cuenco del día anterior, ni al hombre que lo trasteaba. Hasta que el cuco de un reloj no echó a volar, haciendo que él se tambaleara hacia atrás y chocara contra el hombre, Oliver nos e dio cuenta de que no estaba solo.

      Oliver se quedó sin aliento y dio una vuelta allí mismo. De repente, se dio cuenta de a quién estaba mirando. Aunque tenía muchos más años que en la foto de su libro, Oliver supo que estaba mirando a los ojos a Armando Illstrom.

      Oliver respiraba agitadamente. No podía creerlo. ¡Su héroe estaba realmente allí, delante de él, vivo y bien!

      —¡Oh! —dijo Armando, sonriendo—. Me preguntaba cuándo aparecerías.

      CAPÍTULO CINCO

      Oliver parpadeó, atónito ante lo que estaba viendo. Al contrario que la parte polvorienta y cubierta de telarañas de la fábrica, que estaba al otro lado de la pared mecanizada, este lado de la fábrica era luminoso y acogedor, relucía por la limpieza y rebosaba de señales de vida.

      —¿Tienes frío? —preguntó Armando—. Parece que has estado bajo la lluvia.

      Oliver fijó rápido la vista otra vez hacia el inventor. Estaba estupefacto por estar realmente cara a cara con su héroe. A pesar de que pasaban los segundos, estaba completamente mudo.

      Oliver intentaba decir que sí, pero el único sonido que salió de su garganta fue una especie de gruñido incoherente.

      —Ven, ven —dijo Armando—. Te prepararé una bebida caliente.

      Aunque sin lugar


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