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Más Despacio. George SaoulidisЧитать онлайн книгу.

Más Despacio - George Saoulidis


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ser sexys. Eso frustraría su propósito porque serían una distracción constante. Eran más bien... sencillas y corrientes.

      Como Galene, en realidad.

      Se pellizcó las mejillas al darse cuenta.

      Llegó el tren y ella se dirigió al trabajo.

      Se adentró en el Departamento de Tecnología Informática, en la base de aquella torre de vidrio y acero. Los chicos la saludaron cuando entró, tarde como siempre. El jefe la miró como diciendo: «Otra vez llegas tarde», pero ella le devolvió una mirada que decía: «Ayer me quedé hasta tarde, así que déjame en paz», entonces él tomó un sorbo del café y la miró así como: «Vale, Gal, pero no lo conviertas en costumbre».

      Así que todo estaba bien.

      Siempre le hizo gracia que, en las películas antiguas que tanto le gustaban, la gente picaba su tarjeta para entrar a trabajar. Esta era una empresa tecnológica, aquel edificio inteligente registraba su presencia tan pronto como aparecía por allí.

      Gal era una de las tres mujeres del departamento. No es que no hubiera mujeres en la informática, sino más bien que ellas tenían la inteligencia para aspirar a trabajos mejor pagados. Este era un trabajo duro. Tirar de cables y arrodillarse debajo de los escritorios. Cómo olvidar lo de arrodillarse. Ese era prácticamente todo el futuro profesional que le esperaba, de rodillas, con ejecutivos recelosos mirándole el culo por detrás.

      Gal suspiró y se hizo un granizado en la pequeña cocina de la oficina. Dejó un desastre detrás de ella. Nada peor de lo que ya habían hecho los chicos, pero tampoco mejor.

      George estaba allí, todo poderoso e importante. Menudo imbécil. Conseguía todas las solicitudes importantes, los peces gordos preguntaban por él, por su nombre. «No, necesitamos que George lo arregle, ¡nadie más puede manejar esto!»

      —¡Qué montón de...!

      Galene chupó su pajita y de repente vio a George guiñándole el ojo.

      Sus ojos se abrieron de par en par, y giró su silla de escritorio, dándole la espalda. ¿Había dado la impresión de estar coqueteando mientras chupaba la pajita inadvertidamente?

      Y, lo que es más importante, ¿había respondido George?

      Galene envió un mensaje rápido a Nat en busca de su sabiduría. Su amiga respiraba chismes y vivía de miradas furtivas. Gal lo encontraba aburrido.

      Muchas cosas le parecían aburridas.

      Los chicos, aburridos. Este trabajo, aunque necesario, era muy aburrido. Su piso era aburrido. Su vida era aburrida. Todo lo que estudió para obtener su título, aburrido. Ponerse al día con la actualidad informática también.

      Aburrido. Aburrido. Aburrido.

      Miró el reloj en su campo de visión. Había programado sus implantes oculares de realidad aumentada para mostrarle la hora cuando estaba en el trabajo, y la cuenta regresiva del santo pentalepto. Los cinco minutos sagrados e intocables para cualquier jefe o solicitud de servicio o emergencia, dedicados únicamente a prepararse para el comienzo del día tomando café.

      Cinco gloriosos minutos.

      Bebió el café con los ojos cerrados.

      El pentalepto llegó a cero.

      ―¡Gal! ―gritó su jefe desde el despacho.

      Su portátil se iluminó. Ella le lanzó a su jefe su mirada «demasiado cansada para quejarme». Abrió la solicitud y se forzó a sí misma a ponerse a trabajar.

      Galene se apoyó en el ascensor. Odiaba aquel estilo tan moderno y minimalista, no había ningún lugar donde dejarte caer en los ratos muertos. ¿Tanto les costaría poner alguna superficie con un coeficiente de rozamiento normal? Madera, por ejemplo. Una almohada sería lo mejor. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse en pie, y solo era mediodía.

      En cuanto puso un pie fuera del ascensor, sonó su teléfono.

      ―¿Sí?

      ―Gal, soy Mike. Tu asidua del piso 3 necesita hablar contigo ―dijo rápidamente.

      Uf.

      ―Pásamela.

      ―Hola, ¿cielo? ¡Sí, mi ordenador se ha escacharrado otra vez! Puedes venir y arreglarlo porque tengo un montón archivos que preparar antes de una reunión y mi jefe me está agobiando con esto.

      Christy, su cliente habitual. Siempre le pasa algo a su ordenador. ¡Pero no es culpa suya! ¡Nunca!

      ―Claro, dime.

      ―Enciendo el ordenador, pero suena un pitido y no hace nada.

      ―¿Cuántos pitidos?

      ―¡Cómo cuántos... no lo sé!

      ―Enciéndelo y cuenta los pitidos.

      Una pausa.

      ―Tres pitidos. Espera... Sí, tres. Definitivamente.

      ―Bien, Christy, dale una patada fuerte. En la torre, simplemente golpéala ―dijo Galene con calma mientras se encaminaba a una de las solicitudes que tenían prioridad.

      ―¿Qué? No, no puedo hacer eso. ¿No hay una tecla para presionar o algo así? Ya sabes, en el teclado. ¿Cómo lo llamáis vosotros? ¡Ah, ya me acuerdo! Un atajo de teclado ―dijo orgullosa.

      ―Mira, Christy, estoy a cuarenta pisos y tengo tres solicitudes que atender antes de poder acercarme a tu oficina. O le das una buena patada a esa computadora o me esperas unos treinta y cinco minutos. ―Gal sostuvo el teléfono con su hombro mientras le mostraba la solicitud a la recepcionista para que la dejara pasar.

      ―Pero, ¿y si se rompe? ―Christy protestó con un gimoteo.

      ―Christy, es solo la RAM. Se ha movido un poco y no está haciendo contacto con la placa madre correctamente. Alguien habrá movido la torre mientras limpiaba o algo así. Solo dale una patada y se pondrá en su sitio y arrancará. O ábrelo con un destornillador y pulsa la RAM.

      Silencio.

      ―Bah, qué demonios...

      ¡Entonces un PUM!

      ―¡Funciona! ¡Gracias, muchas gracias! ―exclamó Christy por teléfono.

      ―No hay problema ―dijo Gal y continuó su camino a la próxima computadora. Con suerte no habría que patear esta.

      Capítulo 7: Gregoris a vhn x 2.4

      Feminista. Poderosa. Cazadora.

      Greg pensaba en Artemis. Durante las últimas semanas había estado empapándose de todo lo que tuviera que ver con ella, tratando de meterse en su cabeza.

      ¿Pero quién era él para entender a una mujer, especialmente una como ella?

      Greg ni siquiera pudo entender a su ex, hace tantos años. Estaba frustrado y tenso. Tal vez se había precipitado comprometiéndose con este proyecto. Quizá debería ir a Hermes y explicarle la situación. ¡Simplemente no podía descifrar a aquella mujer!

      Melpomene tocó su cuello, rozando suavemente su piel con los dedos. Se sintió un poco más tranquilo, pero no mucho.

      ―No creo que estés concentrado hoy, Greg ―le dijo ella en hablarápida.

      ―Sí. Tienes razón. Es, ah... No es un buen día.

      ―¿Has dormido suficiente?

      ―Sí, seis horas completas. Me siento descansado, no es eso. Es el encargo.

      Greg apartó algunas cosas de su escritorio.

      ―Entonces, ¿tiempo para divertirse? ―dijo Melpomene con picardía.

      Greg suspiró.

      ―Claro. Bueno. No iba a hacer mucho hoy de todas


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