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Realidad: Novela en cinco Jornadas. Benito Perez GaldosЧитать онлайн книгу.

Realidad: Novela en cinco Jornadas - Benito Perez  Galdos


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haberse encontrado resueltos los principales problemas de la vida. No hay ningún asunto grave, de tu propio interés, que ocupe tu ánimo, y para llenar este vacío buscas fuera mil extrañas cosas, y te las apropias, y les das un calor que no debieran tener para ti.

      Orozco, aparte, ensimismado.

      ¡Qué lejos de mí, pero qué lejos, veo á mi mujer!

      Augusta.

      Ya te afanas porque los muchachos delincuentes tengan un asilo en que se les corrija; ya te interesas por las niñas abandonadas, como si fueran tuyas. Ó bien das en proteger á ingratos, en salvar de la miseria á los que se han arruinado por informales ó tramposos... No, yo no te censuro que seas caritativo y ayudes al prójimo. Pero todo tiene su límite, hasta la bondad. Para todo hay una medida en lo humano.

      Orozco.

      Vida mía, me juzgas mejor de lo que soy. Mira tú: si cavilo á ratos, es porque recelo no cumplir bien los deberes que me impone mi posición. Algunas noches he dormido mal, porque la conciencia intranquila y como quisquillosa me turbaba el sueño...

      Augusta, sorprendida.

      ¡Tú... con la conciencia intranquila..., tú!... El hombre mejor del mundo. ¡Alabado sea Dios!... (Persignándose.) Tomás, tú no sabes lo que te dices.

      Orozco.

      En esto de la conciencia, hija mía, cada triunfo que se alcanza trae nuevos anhelos de alcanzar más. Cuando uno se deja entumecer por el egoísmo, la conciencia se atrofia, como órgano sin uso, y hasta llegamos á cometer mil iniquidades sin advertirlo. Pero cuando nos aficionamos, por esta ó la otra causa, á la contemplación de la idea moral y á recrearnos en ella, ¡ay!..., entonces, Augusta, mientras más horizontes se ven, más nos gusta avanzar para reconocer, descubrir y conquistar espacios nuevos.

      Augusta, para sí.

      Ya tenemos en planta la idea fija de estas últimas noches...

      Orozco.

      Mi mayor satisfacción sería que mi mujer comprendiera esto... Creo que al fin lo entenderás.

      Augusta, acariciándole.

      Mira, hijito, acuéstate y procura dormirte. Si la conciencia te quita el sueño á ti, á ti, que eres tan bueno, ¿quién, dímelo, quién dormirá en este mundo?

      Orozco.

      Los muertos y los egoístas, que vienen á ser lo mismo. (Con jovialidad.) Oye, Augustilla: esta noche deseo el descanso, y me propongo arrojar de mi cerebro toda idea que no sea la de mi propio bien. Ea, durmamos. (Se dispone á acostarse.)

      La doncella aparece en la puerta, y Augusta pasa con ella á otra habitación para cambiar de ropa.

      Orozco, solo, acostándose.

      Sí, es preciso descansar, transigir con este mecanismo brutal y tonto en que estamos metidos. Aquí, solo dentro del círculo de mis pensamientos, apartado del mundo, ante el cual represento el papel que me señalan, restablezco mi personalidad, me gozo en mí mismo, examino mis ideas, y me recreo en este sistema..., lo llamaré religioso..., en este sistema que me he formado, sin auxilio de nadie, sin abrir un libro, indagando en mi conciencia los fundamentos del bien y del mal... ¡Qué placer descubrir la fuente eterna, aunque no podamos beber en ella sino algunas gotas que nos salpican á la cara! Hay en el mundo más de cuatro necios que me creen fanatizado por las prácticas de esta ó la otra religión positiva. Su error me encubre. No les sacaré de él... Una sola idea me aflige, y es que mi mujer está aún distante, pero muy distante de mí. Miro para atrás, y apenas la distingo. Cada noche, al quedarnos solos en este dulce retiro, libres de la estolidez humana, arrojo á su entendimiento algunas ideas..., hoy ésta, mañana aquélla, como el novio que tira chinitas al balcón de su amada para llamar la atención. No las recibe mal; pero no se halla todavía en estado de asimilárselas. Creo que al fin se enterará. Es buena, y su corazón está preparado para limpiarse de egoísmo... ¡Limpieza en extremo difícil!..., ¡vaya si es difícil!... (Se adormece.)

      Augusta, entrando de puntillas, en traje de noche.

      Dormido ya; pero esto no es más que el primer sueño, breve y profundo, que le dura apenas media hora. Y yo, ¿por qué me acuesto si sé que no he de dormir? ¡Habla de conciencia intranquila!... Este bienaventurado no sabe lo que es vivir con los pies sobre la tierra. Él tiene alas. (Se sienta junto á su lecho, y apoya el brazo en él y la frente en la mano.) Si mi fe religiosa fuera más viva... me consolaría. Pero mis creencias están como techo de casa vieja, llenas de goteras. De esto tiene la culpa el trato social, lo que una piensa, y lo que oye, y lo que ve... Por ese lado no hay esperanza. (Mirando á su marido, que duerme.) Si Dios se ocupa de nuestras pequeñeces, sabrá que quiero tiernamente á este hombre, que su salud me interesa más que la mía; sabrá también que esta unión no satisface mi alma, que otro cariño me salió al paso y lo tomé, porque me llena la vida hasta los bordes. Esto ha venido á ser esencial en mí. Mi conciencia es voluble, y suele regirse por las impresiones que recibo y por los movimientos del ánimo. Cuando estoy contenta y satisfecha, y los celos no me punzan, mi conciencia se relaja, se hace la tonta, y me dice que mi falta no es falta, sino ley del espíritu y de la naturaleza. Pero cuando mi pasión se alborota con las contrariedades, y el alma se me revuelve, y se enturbia con sus propias heces que suben, pierdo la tranquilidad y me tengo por mala, por indigna de perdón... ¿Qué es lo que siento esta noche? Inquietud, temor de no ser amada. El despecho y la ira se me vuelven remordimientos. Casi casi me dan impulsos de abrir el alma delante de mi marido y contarle todo lo que me pasa. ¿Y para qué? ¿Para renegar de mi error y prometer la enmienda? No, no tendré fuerzas para enmendarme, ni hipocresía para hacer promesa tan imposible de cumplir. Me confesaría, simplemente por el consuelo de vaciar un secreto que ahoga... (Irguiendo la cabeza.) ¡Dios mío, qué disparates pienso! Paréceme que tengo fiebre. A estas horas el insomnio y las cavilaciones nos llevan á una verdadera locura. ¡Confesarme á Tomás! No me comprendería, como yo no comprendo las sutilezas de su conciencia, que por querer adelgazarse tanto, se quiebra; incurriría en las vulgaridades de la moral gruesa y común, de esa que parece que se compra por kilos. ¡Ay!, digan lo que quieran, estamos gobernados por leyes estúpidas..., hechas para regularizar lo irregularizable, para contener en distancias muy medidas el vuelo de las almas..., porque yo también tengo plumas. (Hace con las manos movimientos de aleteo.) ¡Vaya que se me ocurren unas cosas cuando cavilo á estas horas!... Sí, ardo en calentura; como que dudo á veces si estoy despierta ó estoy soñando..., y hasta me parece que un diablillo gracioso me sopla al oído lo que he de pensar... Despierta estoy, y discurro claramente que la sociedad y sus leyes son obra de la tontería. (Accionando como si hablara con alguien.) Y lo digo y lo sostengo: si no nos encontrásemos atados por estos nudos del convencionalismo, yo podría tener un gran consuelo. Ante la razón grande, hablo de la grandísima, de la que anda por allá arriba sin que nadie la pueda coger, ¿qué inconveniente habría en que este hombre, que miro como hermano de mi alma, este hombre de entendimiento superior, de gran corazón, todo nobleza, supiera lo que me está pasando, y que lo oyera de mi propia boca?... Esto que parece absurdo..., ¿por qué lo es?; mejor dicho, ¿por qué lo parece? No; lo absurdo no es esto que pienso, sino lo otro, todo el armatoste social... (Sonriendo.) ¿Por qué me río?... No me río: es rabia; es que mi sabiduría, esta ciencia que me entra por las noches, me hace reir... de rabia.

      Orozco, para sí, despertando súbitamente y volviéndose.

      Tengo la cabeza tan despejada como á las doce del día. Y francamente, no veo la necesidad de dormir toda la noche. Después de un breve letargo reparador, no hace falta más. En vez de embrutecernos en el sueño, ¡cuánto mejor es meditar sobre los graves problemas que nos rodean, examinar nuestras acciones del día pasado, preparar las del siguiente!... (Pausa.) Lo que más me enoja es que me aplaudan, como si fuera yo un cómico. Quiero que mis actos sean tan secretos que nadie los penetre; más aún: quiero que resulten con apariencias de maldad, para que el mundo los censure y los ridiculice. Pero esto es difícil, muy difícil. El maldito tiene un gran olfato para rastrear la verdad,


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