Эротические рассказы

La Divina Comedia. Dante AlighieriЧитать онлайн книгу.

La Divina Comedia - Dante Alighieri


Скачать книгу
fuerza. Espesos granizos, agua negruzca y nieve descienden en turbión a través de las tinieblas; la tierra, al recibirlos, exhala un olor pestífero. Cerbero, fiera cruel y monstruosa, ladra con sus tres fauces de perro contra los condenados que están allí sumergidos. Tiene los ojos rojos, los pelos negros y cerdosos, el vientre ancho y las patas guarnecidas de uñas que clava en los espíritus, les desgarra la piel y les descuartiza. La lluvia les hace aullar como perros; los miserables condenados forman entre sí una muralla con sus costados y se revuelven sin cesar. Cuando nos descubrió Cerbero, el gran gusano abrió las bocas enseñándonos sus colmillos; todos sus miembros estaban agitados. Entonces mi guía extendió las manos, cogió tierra, y la arrojó a puñados en las fauces ávidas de la fiera. Y del mismo modo que un perro se deshace ladrando al tener hambre, y se apacigua cuando muerde su presa, ocupado tan sólo en devorarla, así también el demonio Cerbero cerró sus impuras bocas, cuyos ladridos causaban tal aturdimiento a las almas que quisieran quedarse sordas. Pasamos por encima de las sombras derribadas por la incesante lluvia, poniendo nuestros pies sobre sus fantasmas, que parecían cuerpos humanos. Todas yacían por el suelo, excepto una que se levantó con presteza para sentarse, cuando nos vió pasar ante ella.

      —¡Oh, tú, que has venido a este Infierno!—me dijo—; reconóceme si puedes. Tú fuiste hecho, antes que yo deshecho.

      Yo le contesté:

      —La angustia que te atormenta es quizá causa de que no me acuerde de ti; me parece que no te he visto nunca. Pero dime, ¿quién eres tú, que a tan triste lugar has sido conducido, y condenado a un suplicio, que si hay otro mayor, no será por cierto tan desagradable?

      Contestóme:

      —Tu ciudad, tan llena hoy de envidia, que ya colma la medida, me vió en su seno en vida más serena. Vosotros, los habitantes de esa ciudad, me llamasteis Ciacco. Por el reprensible pecado de la gula, me veo, como ves, sufriendo esta lluvia. Yo no soy aquí la única alma triste; todas las demás están condenadas a igual pena por la misma causa.

      Y no pronunció una palabra más. Yo le respondí:

      —Ciacco, tu martirio me conmueve tanto, que me hace verter lágrimas; pero dime, si es que lo sabes: ¿en qué pararán los habitantes de esa ciudad tan dividida en facciones? ¿Hay algún justo entre ellos? Dime por qué razón se ha introducido en ella la discordia.

      Me contestó:

      —Después de grandes debates, llegarán a verter su sangre, y el partido salvaje arrojará al otro partido causándole grandes pérdidas. Luego será preciso que el partido vencedor sucumba al cabo de tres años, y que el vencido se eleve, merced a la ayuda de aquel que ahora es neutral. Esta facción llevará la frente erguida por mucho tiempo, teniendo bajo su férreo yugo a la otra, por más que ésta se lamente y avergüence. Aun hay dos justos, pero nadie les escucha: la soberbia, la envidia y la avaricia son las tres chispas que han inflamado los corazones.

      Aquí dió Ciacco fin a su lamentable discurso, y yo le dije:

      —Todavía quiero que me informes, y me concedas algunas palabras. Dime dónde están, y dame a conocer a Farinata y al Tegghiaio, que fueron tan dignos, a Jacobo Rusticucci, Arigo y Mosca, y a otros que a hacer bien consagraron su ingenio, pues siento un gran deseo de saber si están entre las dulzuras del Cielo o entre las amarguras del Infierno.

      A lo que me contestó:

      —Están entre almas más perversas; otros pecados los han arrojado a un círculo más profundo: si bajas hasta allí, podrás verlos. Pero cuando vuelvas al dulce mundo, te ruego que hagas porque en él se renueve mi recuerdo: y no te digo ni te respondo más.

      Entonces torció los ojos que había tenido fijos; miróme un momento, y luego inclinó la cabeza, y volvió a caer entre los demás ciegos. Mi guía me dijo:

      —Ya no volverá a levantarse hasta que se oiga el sonido de la angélica trompeta; cuando venga la potestad enemiga del pecado. Cada cual encontrará entonces su triste tumba; recobrará sus carnes y su figura; y oirá el juicio que debe resonar por toda una eternidad.

      Así fuimos atravesando aquella impura mezcla de sombras y de lluvia, con paso lento, razonando un poco sobre la vida futura. Por lo cual dije:

      —Maestro, ¿estos tormentos serán mayores después de la gran sentencia, o bien menores, o seguirán siendo tan dolorosos?

      Y él a mí:

      —Acuérdate de tu ciencia, que pretende que cuanto más perfecta es una cosa, tanto mayor bien o dolor experimenta. Aunque esta raza maldita no debe jamás llegar a la verdadera perfección, espera ser después del juicio más perfecta que ahora.

      Caminando por la vía que gira alrededor del círculo, continuamos hablando de otras cosas que no refiero, y llegamos al sitio donde se desciende: allí encontramos a Plutón, el gran enemigo.

       Índice

      APE satán, pape satán aleppe"[8] comenzó a gritar Plutón con ronca voz. Y aquel sabio gentil, que lo supo todo, para animarme, dijo:

      —No te inquiete el temor; pues a pesar de su poder, no te impedirá que desciendas a este círculo.

      Después, volviéndose hacia aquel rostro hinchado de ira, le dijo:

      —Calla, lobo maldito: consúmete interiormente con tu propia rabia. No sin razón venimos al profundo infierno; pues así lo han dispuesto allá arriba, donde Miguel castigó la soberbia rebelión.

      Como las velas, hinchadas por el viento, caen derribadas cuando el mástil se rompe, del mismo modo cayó al suelo aquella fiera cruel. Así bajamos a la cuarta cavidad, aproximándonos más a la dolorosa orilla que encierra en sí todo el mal del universo. ¡Ah, justicia de Dios!, ¿quién, si no tú, puede amontonar tantas penas y trabajos como allí vi? ¿Por qué nos desgarran así nuestras propias faltas? Como una ola se estrella contra otra ola en el escollo de Caribdis, así chocan uno contra otro los condenados. Allí vi más condenados que en ninguna otra parte, los cuales formados en dos filas, se lanzaban de la una a la otra enormes pesos con todo el esfuerzo de su pecho, gritando fuertemente: dábanse grandes golpes, y después se volvían cada cual hacia atrás, exclamando: "¿Por qué guardas? ¿Por qué derrochas?" De esta suerte iban girando por aquel tétrico círculo, yendo desde un extremo a su opuesto, y repitiendo a gritos su injurioso estribillo. Después, cuando cada cual había llegado al centro de su círculo, se volvían todos a la vez para empezar de nuevo otra pelea.

      Yo, que tenía el corazón conmovido de lástima, dije:

      —Maestro mío, indícame qué gente es ésta. Todos esos tonsurados que vemos a nuestra izquierda ¿han sido clérigos?

      Y él me respondió:

      —Erró la mente de todos en la primera vida, y no supieron gastar razonablemente: así lo manifiestan claramente sus aullidos cuando llegan a los dos puntos del círculo que los separa de los que siguieron camino opuesto. Esos que no tienen cabellos que cubran su cabeza, fueron clérigos, papas y cardenales, a quienes subyugó la avaricia.

      Y yo:

      —Maestro, entre todos ésos, bien deberá haber algunos a quienes yo conozca y a quienes tan inmundos hizo este vicio.

      Y él a mí:

      —En vano esforzarás tu imaginación: la vida sórdida que los hizo deformes, hace que hoy sean obscuros y desconocidos. Continuarán chocando entre sí eternamente; y saldrán éstos del sepulcro


Скачать книгу
Яндекс.Метрика