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El tiempo en un hilo. Maruja Moragas FreixaЧитать онлайн книгу.

El tiempo en un hilo - Maruja Moragas Freixa


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el paso de los años, a las fiestas de fin de semana en Barcelona se añadieron los fines de semana en su casa de Bolvir. Mi relación con Maruja fue creciendo, pero nunca más allá de lo que era: la madre de un buen amigo, por la que sentía un gran respeto.

      De hecho, ella tenía mucha más confianza con otros amigos de sus hijos, para quienes era como una segunda madre. Mi relación con ella no alcanzó nunca esa familiaridad. Pero sí compartimos comidas y risas en Bolvir con sobremesas interesantes, pues Maruja era un pozo de sabiduría. Era la época previa a su paso por el IESE.

      Pasaron los años, me casé y nació mi primera hija, Laura. Los encuentros con Maruja se limitaban a algún fin de semana en que subíamos a la Cerdanya. El último fue durante la fiesta de la Purísima de 2012. Aún recuerdo estar bailando un vals con Laura en brazos en el salón de la casa de Bolvir mientras Maruja decía: «Es la única niña que conozco que con un año canta el Danubio Azul».

      Lo poco que la traté en vida hace más sorprendente aún la conexión que tengo con ella desde su fallecimiento. En abril de 2013, perdía su lucha contra el cáncer en la clínica Teknon de Barcelona. Todos sabíamos que eran momentos delicados y que en cualquier instante recibiríamos una llamada con la triste noticia. El domingo 27, poco después de comer, recibí un mensaje de Cristina “la mujer de Xavi” diciéndome que fuera a la Teknon porque Xavi me necesitaría. Llegué en quince minutos, junto a los hermanos y al grupo de amigos más íntimos. Nos informaron del inminente desenlace y nos preguntaron si queríamos pasar a despedirnos de ella. Entramos en la habitación y permanecimos un rato a su lado, en silencio. Maruja estaba sedada. Cada uno fue despidiéndose como quiso, con una caricia en la mano, un beso en la frente…

      Cuando salimos, sentí una opresión en el pecho y pregunté dónde estaba la capilla. Una vez allí, sin saber por qué, empecé a llorar como nunca antes lo había hecho. Me vacié. No entendía nada. Soy una persona poco o nada emotiva, de las que apenas sueltan una lágrima. ¿Por qué reaccionaba así? ¿Por qué me afectaba tanto? Al fin y al cabo, solo era la madre de mis amigos.

      Falleció al día siguiente, por la tarde, a las 20:30 h.

      Dos semanas después del funeral, sentí la necesidad de ir a visitar su tumba en el cementerio de Sant Gervasi (Barcelona). Frente a su lápida me sucedió lo mismo, volví a desmoronarme. Empecé a llorar, y me arrodillé. Desde entonces voy a menudo, y llevo flores. Paso ratos de reflexión junto a ella y le pido consejos sobre innumerables cosas. El vínculo que se ha establecido es tan especial que llevo en mi cartera una foto suya, junto a la de mi mujer y mis hijos. Y por más que me lo he preguntado, no entiendo el motivo de este sentimiento hacia Maruja.

      Maruja y el nacimiento de Pau

      Pasaron los años, y en enero de 2017 mi mujer se quedó embarazada de Pau, nuestro segundo hijo. Fue un embarazo muy complicado, con continuas pérdidas, reposos, ingresos en la Maternitat… hasta que el 23 de junio, en el quinto mes de embarazo, Bárbara empezó a tener contracciones y tuvo que permanecer ingresada.

      Las doctoras nos informaron de lo delicado de la situación y de los riesgos de un nacimiento tan prematuro. Bárbara es una mujer excepcional y mantuvo un absoluto reposo, sin moverse de la cama, para ganar el máximo tiempo posible. Contábamos los días como victorias.

      Pero el 26 de junio todo se precipitó. Me telefoneó a las 23:15 h llorando, diciéndome que la bajaban de inmediato a quirófano: Pau ya venía y no se podía esperar más... Salí de casa volando en dirección a la Maternitat, y llegué justo a tiempo para despedirla a la entrada del quirófano.

      Pau nació a las 00:30 h del 27 de junio cuando debería haber nacido a mediados de octubre.

      Era un prematuro extremo de tan solo 24 semanas de gestación, con un peso de apenas 700 gramos. Me lo dejaron ver fugazmente en el pasillo, camino de la UCI, metido en una incubadora repleta de aparatos y botellas de oxígeno.

      A la mañana siguiente, en la UCI de neonatos, descubrí un mundo desconocido. La doctora me informó de la gravedad de la situación: entre otros problemas, a Pau no le funcionaban los pulmones. A diferencia del resto de incubadoras, la de Pau estaba llena de bombas por las que le administraban numerosos fármacos. A la respiración asistida se sumaban las botellas de óxido nítrico y, pese a todo, mantenía muy baja la saturación

      de oxígeno en sangre, con continuas y graves apneas. La doctora me dijo que, si la madre aún no había visto a Pau, que bajara lo antes posible: el pronóstico era muy malo. Cuando apareció Bárbara, pude apreciar las miradas de compasión de todas las enfermeras mientras caminaba hacia la incubadora.

      Pasaron 48 horas y Pau no mejoraba. Los médicos nos dijeron que no podían hacer nada más, que ya dependía de Pau el salir adelante, y que la noche siguiente sería determinante. Comprendimos que habían perdido toda esperanza de que Pau sobreviviera, y solo nos preparaban para lo peor.

      De regreso a casa, se me llenaron los ojos de lágrimas mientras conducía la moto por la Ronda Litoral. Me vino entonces Maruja a la mente: «Maruja, si estás ahí arriba, ahora es el momento de que lo demuestres. Coge a Pau de la mano y tira de él para que salga de esta». A la mañana siguiente, de regreso a la Maternitat, no paraba de repetir ese mismo deseo.

      Ya en la clínica, antes de entrar en la UCI, miré por una ventana la incubadora de Pau y el monitor que mostraba sus constantes vitales. ¡Su saturación de oxígeno estaba al 90 por ciento! Los médicos me informaron que durante la noche se había producido un punto de inflexión de manera inexplicable.

      A partir de ahí la mejora fue continua. Pocos días después lo desentubaron y pasó de la respiración asistida a llevar un cpap. Las analíticas comenzaron a mejorar, y también las demás pruebas diagnósticas que le hacían diariamente. Tampoco se produjo ningún derrame cerebral, tan común en los niños prematuros extremos.

      98 días después de nacer, pudimos llevarnos a Pau a casa. Durante esos más de tres meses en la UCI habíamos visto cómo otros pequeños no habían tenido la misma suerte. Algunos niños presentaban a priori un pronóstico mejor que el de Pau, y murieron.

      Quienes cuidaron de Pau en la Maternitat nos confesaron que, durante los primeros días, no veían posibilidades de que saliera adelante. Algunos habían llegado a despedirse de él. Todo ello quedó recogido en el informe médico de alta, donde indicaron que el caso de Pau era extraordinario. Una enfermera con más de 30 años de experiencia en la unidad de neonatología no recordaba un caso así, y lo calificó de milagroso.

      Desde entonces, Pau no ha sufrido ninguno los usuales efectos secundarios pronosticados por los médicos. En el CDIAP (Centro de Desarrollo Infantil y Atención Precoz), estaba pautado que visitaran a Pau en los cinco primeros años de vida. Sin embargo, al año le dieron el alta diciendo que estaba perfecto, y que no recordaban un caso igual. De hecho, dijeron que era el único prematuro extremo sin efectos secundarios que habían tratado nunca.

      Obviamente siempre cabrá la duda de qué hubiera pasado si no le hubiera pedido a Maruja que tirara de Pau. Yo solo sé lo que le pedí y lo que sucedió. No necesito más. Hay gente a la que Maruja le ha cambiado la vida, mientras vivía. A otros les pasara tras leer este libro. En mi caso fue entremedias. Y le estaré siempre agradecido por su ayuda en la milagrosa recuperación de Pau.

      Xavier Balagué

      PRÓLOGO

      En este libro, es Maruja Moragas, mi amiga del alma, quien nos cuenta su historia. Nos conocimos cuando atravesó la que ella llama «la madre de todas las crisis»: su separación y divorcio. Desde el primer minuto se inició entre las dos una fuerte amistad. Vi en ella a una mujer honrada, buscadora de la verdad, con hambre de aprender, de ser mejor y, sobre todo, de dejarse ayudar.

      Fue sin duda una gran directiva, en el sentido profundo del término: dueña de sus actos y responsable de sus decisiones. Su vida, sus escritos y su actividad profesional lograron inspirar a muchas personas. Licenciada en Filosofía y Letras, se doctoró


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