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El Fundador del Opus Dei. I. ¡Señor, que vea!. Andrés Vázquez de PradaЧитать онлайн книгу.

El Fundador del Opus Dei. I. ¡Señor, que vea! - Andrés Vázquez de Prada


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pomposo, de su tienda y almacenes. El negocio perduró largos años, si bien el rótulo de la tienda se redujo al más modesto de “La Ciudad de Londres” 13.

      Logroño, capital de la provincia de su nombre (hoy “Comunidad Autónoma de la Rioja” ), atravesaba un período de florecimiento. Su población había aumentado considerablemente. En 1915 tenía alrededor de 25.000 habitantes. El desarrollo demográfico, en gran parte debido a la inmigración, marchaba a la par de una creciente actividad económica. La comarca, que se extendía por la ribera derecha del Alto Ebro, debía a este río y a sus afluentes la fertilidad de sus tierras. La riqueza agrícola consistía, principalmente, en extensos viñedos y campos de olivares, tierras de cereal y frutas, y hortalizas de regadío. Por esos tiempos de la primera Guerra Mundial, en que toda Europa se hallaba en campaña, se vivía en plena expansión económica, en razón a las materias primas y elaboradas que desde España, país neutral, se enviaban a otros países beligerantes, especialmente a Francia. Logroño se benefició por sus cuantiosas exportaciones, porque a su producción agrícola acompañaba la industria de transformación, con bodegas, fábricas de harina, de conservas de fruta y hortalizas, industrias de aceite y embutidos, y elaboración de tabacos.

      La población logroñesa era provinciana y recogida, sin peligro de grandes tensiones sociales ni de alborotos políticos. Imponían en ella orden y sosiego las tradiciones y el trabajo. Existía un cierto equilibrio social, con predominio político de los liberales, cuyo medio de expresión era el periódico “La Rioja” , mientras que su antagonista, el “Diario de la Rioja” , se proclamaba “católico independiente” y conservador.

      A tono con el ambiente provinciano, don José se habituó a las salidas domingueras en familia. Elegantemente trajeado, con su bombín y su bastón, se iba a pasear a la ribera del Ebro, según informa Paula Royo: «Las dos familias salíamos juntas casi todos los domingos por la tarde, a eso de las cuatro, a tomar el sol. Generalmente, los recogíamos nosotros en la calle de Sagasta, donde vivían, pasábamos el puente de hierro sobre el Ebro y seguíamos por la carretera de Laguardia o por la de Navarra, dando un paseo [...]. Al regresar del paseo nos reuníamos en casa donde terminábamos la tarde merendando o jugando» 14.

      La calle de Sagasta, en la que vivían los Escrivá, se cruzaba a mitad de curso con la del Mercado, que atravesaba Logroño de este a oeste. La parte más céntrica, con casas de amplios soportales corridos, era zona de tiendas y comercio. Allí estaba “La Gran Ciudad de Londres” , calle del Mercado, 28; más conocida popularmente por Portales, 28. La distancia desde el piso de los Escrivá hasta el establecimiento en que trabajaba don José no era mucha; aparte de que no existían grandes distancias en Logroño. Siendo un hombre puntual, metódico y cumplidor —lo fue hasta el día mismo de su muerte—, tenía costumbres fijas. Casi todos los días salía a las siete menos unos minutos, para asistir a misa en la parroquia de Santiago, que se hallaba cerca 15. Regresaba luego a desayunar, para volver a salir hacia las nueve menos cuarto en dirección a la tienda.

      En “La Gran Ciudad de Londres” trabajaba como “dependiente” , esto es, como encargado de despachar y atender al público 16. Lo cual era para él un perpetuo y nostálgico recordatorio de cuando en Barbastro regentaba, como propietario, un negocio similar. En atención a sus conocimientos y distinción social, por edad y experiencia, se le asignó un puesto por encima de los demás empleados de la tienda. El sueldo, sin embargo, era modesto. Y de mil modos se traslucía en la vida de los Escrivá el que no andaban holgados de dinero.

      Doña Dolores se dedicaba a los oficios domésticos, y fue «en aquellos difíciles momentos de crisis económica, en que se encontrarían un poco descentrados en Logroño, un buen apoyo para su marido e hijos» 17. Del ama de casa, a la que conoció y trató en Logroño un compañero de Josemaría, se nos dice que «era una mujer que mantenía siempre un ambiente señorial acorde con el de la familia de la que procedía y en la que había sido educada» 18. Evidentemente, la señora hacía faenas caseras a las que no estaba acostumbrada, por disponer de servicio doméstico, pero se entregó gustosamente a los gratos quehaceres del hogar.

      Según los recuerdos de Josemaría aquellos fueron tiempos muy duros 19, especialmente para el padre, que se pasó la vida capeando fatigas y obstáculos, aunque «era muy alegre y llevaba con una gran dignidad el cambio de posición» 20. De manera que el ambiente familiar que rodeó a Josemaría, por muy duro que le resultase al muchacho, no estaba amargado por la tristeza de la adversidad, ni endurecido por una estoica resignación ante la desgracia. Muy por el contrario, en casa de los Escrivá se respiraba una humilde alegría, hecha de maneras corteses y discretos silencios. El cabeza de familia, del que se refiere que «era verdaderamente un santo» 21, marcaba la pauta. Es de creer que eso dijeran quienes conocieron su pasado en Barbastro y su presente en Logroño, porque el caballero «tenía una gran paciencia y conformidad en todo, siempre se le veía alegre, y era llano y sencillo en el trato. Vivía toda su vida con una confiada y alegre resignación, a pesar del revés de fortuna que había sufrido. Nunca hablaba de sus preocupaciones ni se lamentaba de su situación» 22.

      2. El Instituto de Logroño

      Era preciso, a toda costa, dar una buena educación a los hijos. Decisión que estaba presente en el ánimo del matrimonio Escrivá antes de salir de Barbastro. Siendo capital de provincia, Logroño poseía instituciones y servicios administrativos como correspondía a su rango. Y, por lo que se refiere al sistema educativo —“Instrucción Pública” , se llamaba entonces—, contaba con un centro oficial de enseñanza secundaria —el Instituto General y Técnico—, dos Escuelas Normales, una de maestros y otra de maestras, y una Escuela Industrial y de Artes y Oficios.

      A Josemaría le faltaban entonces tres años de estudio para terminar el bachillerato. Trasladó, pues, el expediente escolar del Instituto de Lérida al de Logroño y se matriculó como alumno no oficial, para hacer el curso académico 1915-1916 23. El paso de un colegio de religiosos, como era el de los Escolapios, a un Instituto hubiera resultado quizá un cambio muy brusco para Josemaría; y es muy posible que así lo entendiera don José. La mayor parte de los alumnos que asistían a las clases del Instituto acudían por las tardes a un colegio privado para repasar las materias de estudio. Dos eran los colegios que se disputaban los laureles de una buena enseñanza: el de San José, llevado por los Hermanos Maristas, y el de San Antonio, que, al no estar regentado por religiosos, se consideraba como laico, por más que se amparase en nombre de santo.

      Entre San José y San Antonio (los colegios) existía una cierta emulación, que se desplegaba de manera llamativa en los anuncios y artículos de prensa 24. El colegio de San José se ufanaba de poseer un «Gabinete-Museo de Física, Química e Historia Natural; capilla espaciosa para las funciones de culto; dormitorio de los internos, grande, cómodo y bien ventilado; y patio de recreo extenso, con magnífico frontón recién restaurado» . Desafío publicitario al que respondía el colegio de San Antonio con una muestra de su potencial académico; porque, además de las asignaturas del bachillerato, contaba con «clases especiales de Caligrafía, Dibujo, Francés, Inglés, Alemán y Árabe vulgar» . (Y no eran de despreciar los efectos del anuncio, por lo espectacular de la lista de idiomas y su implícita referencia a los países entonces en guerra). La rivalidad entre los dos colegios se reflejaba, a última hora, en el resultado de los exámenes, esto es, en pura estadística. Y, de atenernos exclusivamente a los resultados académicos en bruto, parece ser que San Antonio aventajaba a San José 25.

      Sin embargo, la circunstancia que más pesaba en el ánimo del matrimonio, y por la que se decidieron a meter a Josemaría en el Colegio de San Antonio, nada tenía que ver con las anteriores consideraciones. Trataban, simplemente, de evitar que surgieran rivalidades imprevisibles entre su hijo y otro escolar pariente suyo. «Sus padres desecharon la posibilidad de que acudiese al colegio de los Hermanos Maristas que había en Logroño —se nos dice—, porque allí estudiaba un pariente y quisieron impedir que surgiera entre los dos muchachos alguna situación de tirantez o de peligrosa emulación» 26.

      Josemaría asistía a las clases del instituto


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