El Niño de la Bola. Pedro Antonio de AlarcónЧитать онлайн книгу.
á mí; y por estos sencillos medios, no lo dude usted..., Soledad será mi esposa.
—Tú te entenderás..., y yo no te perderé de vista.—La verdad es que no hay que matar al sastre en una hora... ¡Os queda mucho tiempo!—Tú mismo, aunque saliste bruscamente de la niñez, hace seis años, cuando se murió tu padre, y te volviste un somormujo, todavía no tienes edad de pensar en casorios.—Y, en cuanto á la mozuela... ¡ya ves tú!... catorce años... nada... una hierbecilla... ¡un diablo que os lleve á los dos!—¡Jesus! ¡tengo un hambre! ¡Debe de ser más de la una!...—Todo esto sin contar, mi querido hijo, con que D. Elías pasa de los sesenta años y se puede morir cuando Dios disponga.—¡Sesenta y cinco tiene segun mi cuenta!...—¡Además, ha habido muchos padres (yo recuerdo algunos) que primero han dicho que no y luégo que sí!...—Dios es grande y misericordioso: aprieta, pero no ahoga; y, en teniendo uno la conciencia tranquila...—¡Diantre! ¡La una en el reloj de la Catedral!—Anda... anda... démonos prisa; que hoy la sopa es de fideos, y ya estará Polonia echando venablos...—Chiquillo, ¿no me oyes? ¿en qué piensas? ¿tendré yo tambien que pedirte el abrazo de paz?—¡Pues te lo pido!—¿Estás ya contento?
Manuel abrazó, en cuanto era posible, la respetable mole de D. Trinidad Muley, y no contestó palabra alguna; pero en su noble y hermosa frente se leian temerarias resoluciones.
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