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El Precio Del Infierno. Federico BettiЧитать онлайн книгу.

El Precio Del Infierno - Federico Betti


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gracias. No hay muchos clientes a esta hora, de todas formas ya estoy habituado –respondió el hombre. – ¡Oh! ¿Y quién esta bella chavala que va contigo, Stefano? –continuó, esperando una respuesta.

      –Es verdad, Luigi, te presento a Alice. Es una nueva compañera de trabajo que ha venido a San Lazzaro di Savena –dijo Stefano viendo una sonrisa en los labios de Mazzetti.

      –Encantada de conocerle –dijo Alice.

      –El placer es mío –respondió Luigi mientras terminaba de arreglar aquel extraño objeto que todavía tenía entre las manos.

      Dado que se había hecho tarde se quedaron muy poco tiempo en el negocio, a continuación salieron y se fueron al supermercado, donde hicieron una breve parada para saludar al propietario Lucio Tabellini y a la cajera Jessica Mareschi. Antes de salir Alice felicitó al dueño del negocio por la excelente elección de esas galletas que había comido en casa de su colega esa misma mañana.

      Tabellini se lo agradeció de corazón y le aseguró que continuaría pidiendo el producto.

      Mientras se estaba dirigiendo hacia la vía San Lazzaro Stefano se volvió hacia Alice.

      –Ahora te presentaré al alcalde de San Lazzaro. Se llama Giovanni Bulleri.

      La vía Emilia Levante podía ser considerada la calle más importante de San Lazzaro di Savena y en ella se encontraba el Ayuntamiento.

      El edificio destinado al consistorio tenía tres pisos con grandes ventanales que estaban protegidos por rejas grisáceas que hacían parecer el ayuntamiento como una prisión, si no hubiese sido por el hecho de que tenía ventanales en vez de las clásicas ventanitas de diez por quince centímetros, como máximo, que tienen las prisiones del Estado.

      Alice y Stefano entraron en el edificio y los pasamanos de madera taraceada atrajeron de inmediato la atención de ella. Subieron las escaleras y llegaron hasta un panel en el primer piso, justo en el centro de la pared de la izquierda. Allí estaba representado el esquema de cada una de las oficinas presentes en el edificio. En el centro del panel estaba escrito en letras mayúsculas OFCINAS y justo debajo PRIMER PISO, INT. 1  REGISTRO CIVIL, INT. 2 OFICINA DE OBJETOS PERDIDOS, SEGUNDO PISO, INT. 3 LIMPIEZA URBANA, TERCER PISO, INT. 4 ALCALDE Y SECRETARÍA, INT. 5  OFICINA DE SEÑALIZACIÓN DE CARRETERAS

      Los dos policías subieron al tercer piso y, una vez llegados, vieron la puerta de la izquierda con el letrero ALCALDE y llamaron a ella.

      Les abrió una muchacha con una camiseta roja y puños color dorado y un par de pantalones color beige.

      –Buenos días. ¿Qué desean?

      –Querríamos conocer al alcalde.

      – ¿Tenéis una cita?

      –No –respondió Zamagni –pero tenemos esto.

      –Sentaos, por favor –dijo la secretaria al ver el distintivo de la policía –lo llamo enseguida.

      Los dos se sentaron en butacas de piel suave y esperaron a que llegase.

      Después de unos minutos se presentó ante ellos un hombre de unos cincuenta años.

      – ¿Querían verme? –preguntó el hombre.

      –Sí. Somos…

      –Sí, lo sé –lo interrumpió Bulleri.

      –Perfecto. Quería presentarle a mi amiga Alice Dane.

      – ¡Claro! Entrad.

      La oficina del alcalde era bastante amplia con cuadros en todas las paredes que daban un toque de elegancia al lugar.

      Bulleri les ofreció un cigarro puro.

      –Son de calidad. Vienen de La Habana.

      Stefano Zamagni lo aceptó, aunque no había fumado ninguno antes, Alice le agradeció la invitación y se excusó diciendo que no soportaba el humo. En realidad lo odiaba.

      Cuando Stefano acabó de saborear el buen cigarro cubano, sin encenderlo, los dos se despidieron del Primer Ciudadano y salieron de la oficina y del ayuntamiento.

      Mientras tanto ya había atardecido. Habían transcurrido el día entero entre las calles y los lugares de San Lazzaro di Savena

      VII

      Alice Dane y Stefano Zamagni volvieron a entrar en el piso de San Lazzaro di Savena y pensaron en llamar a la comisaría de policía de Bologna para saber si habían descubierto alguna información interesante para ellos que podría servir para inculpar de una vez por todas a aquella persona con aquel bonito nombre de Daniele Santopietro. Quién sabe…

      –No hemos tenido más noticias al respecto, lo siento –respondió la telefonista.

      Zamagni se lo agradeció con un poco de amargura y disgusto que le rozaba la garganta.

      En cuanto colgó el auricular el inspector esperó a que la compañera saliese del baño para darse una veloz y relajante ducha.

      Después se sintió realmente mejor.

      Comieron algo rápido de preparar y juntos pensaron en la manera de conseguir encontrar a su sospechoso, pero no sabían por dónde comenzar. Si era verdad, como había dicho la telefonista, que no habían tenido más noticias, quizás era verdad también que Santopietro no se encontraba ya en el piso de enormes dimensiones en vía Saffi que había registrado Alice Dane algunos días atrás. Pero entonces, ¿dónde podría estar? No sabían cómo responder a esta pregunta. La mente de ambos estaba a oscuras con respecto a esto y por el momento no tenían ni la más remota idea de cómo podrían esclarecerlo.

      ¿Dónde encontrarían la respuesta? ¿Una de las muchas respuestas? Pero… ¿Dónde habría acabado Daniele Santopietro? ¿Quizás alguien lo había matado por motivos personales de venganza por lo que había hecho a algún familiar? ¿Y a quién pertenecía aquella voz (la Voz) que todas las noches después de que Alice hubiera visitado al querido (¿difunto?) Santopietro por el atraco la molestaba con una frase para nada simpática Nos conocemos?

      Quién sepa responder que de un paso adelante pensó Stefano. Tenía la mente que le echaba humo y lo mismo le sucedía a su compañera. Finalmente Alice y Stefano decidieron olvidar el tema por ese día e irse a dormir, esperando conseguirlo.

      Mientras tanto en Bologna la investigación sobre el caso continuaba. A ciegas, pero continuaba.

      El capitán del departamento de homicidios, Giorgio Luzzi, había encargado al agente Finocchi ir a vía Saffi para descubrir si alguien había visto alejarse a Santopietro, quizás con una cierta prisa. Marco, este era su nombre de pila, salió de la comisaría, subió al coche de policía y se puso en marcha hacia vía Saffi. El coche tenía las luces intermitentes y la sirena apagada.

      Marco Finocchi estaba en su primera misión de importancia: había llegado a Bologna hacia unos dos años pero formaba parte del cuerpo de policía de esta ciudad sólo desde hacía cinco meses. Antes había trabajado en Milano.

      Se había mudado a Bologna porque Milano era demasiado caótica y confusa para sus gustos tranquilos y había encontrado un piso no muy lejos de la comisaría y a un costo no demasiado alto: unos ciento cincuenta euros al mes. Cerca de casa había conocido, poco después de haber llegado a la ciudad, a Elisabetta Moro, se había enamorado de ella inmediatamente y ella le había correspondido. Aquel día había sido uno de los más bellos de su vida y enseguida habían decidido prometerse y, con el paso del tiempo, quizás se casasen.

      Así que decidieron ir a vivir juntos, ya que ella era una visitante en Bologna. Ella llamó a la madre que consintió sin dudarlo. Hacía años que deseaba que Elisabetta encontrase su alma gemela.

      Marco Finocchi llegó a vía Saffi y apagó el motor del coche y las luces azules.

      Con la pistola en la cartuchera del uniforme se encaminó por la calle. El capitán Luzzi le había dado un sobre de pequeñas dimensiones que contenía la foto de Daniele Santopietro. El agente la sacó del sobre de plástico rojo. Como era habitual se catalogaba a los sospechosos en cada


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