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Dios en Sarajevo. Gerardo López LagunaЧитать онлайн книгу.

Dios en Sarajevo - Gerardo López Laguna


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de nosotros tumbado en el suelo y agarrado a las banquetas atornilladas al suelo de la cafetería. Aquello no tenía fin. En un momento, después de sabe Dios cuántas horas, se oyó una enorme explosión: había reventado el casco y se había abierto en proa una gran vía de agua. Esto lo supimos después, pero los organizadores y otros miembros de la marcha tuvieron que vivir el espectáculo del funcionamiento de las bombas de agua y la tripulación desconcertada. El 8 de Diciembre, fiesta de la Inmaculada, amanecimos igual, en medio de la tempestad, que continuó toda la mañana y casi toda la tarde. Al fin, casi a las siete y con el barco gravemente dañado arribamos al puerto croata de Split. Don Albino, el sacerdote fundador de Beati i costruttori di pace, confesaría después que durante la travesía pensó que todo se había ido al garete. Pero también hubo quien contempló el acontecimiento desde un aspecto valioso: una de las integrantes del grupo español nos recordó a todos los demás los sufrimientos de las personas que cruzaban en patera el estrecho de Gibraltar. De alguna manera (absolutamente real sobrenaturalmente hablando) se nos daba la oportunidad de comulgar con ellos en su dolor, en sus temores y en sus esperanzas. Dios es bueno.

      En los últimos momentos de la travesía se reunieron los speakers (portavoces de los grupos) y, tras valorar las opciones decidieron continuar inmediatamente hasta Sarajevo una vez llegados a puerto. Diez autobuses serían los que nos transportarían hasta Makarska donde haríamos noche para luego continuar... pero los trámites y complicaciones con la policía aduanera croata impidieron una salida inmediata. Al fin subimos a los autobuses con una frugal bolsa de comida regalada a cada uno por el obispo de Split. Tardamos dos horas en recorrer los 70 kilómetros que nos separaban de Makarska: los autobuses eran antiguos, de uso urbano, evidentemente destartalados, de 45 plazas (íbamos unos 50 además de las respectivas mochilas), con las ruedas sin dibujo en el neumático, las carreteras en malas condiciones, nevadas, embarradas o destrozadas. Llegados a esa localidad pudimos dormir cuatro horas en un hotel inutilizado por la guerra, y al día siguiente, 9 de Diciembre, muy temprano, reanudamos la marcha... que no fue triunfal, por supuesto.

      Efectivamente el viaje no sólo nos iba conduciendo a los escenarios de la guerra, sino que todo él estuvo complicado en los enjuagues políticos de la guerra. Respecto al drama de la guerra, era visible para todos: vimos innumerables casas destruidas, iglesias y mezquitas incendiadas, puentes volados, carreteras bombardeadas... oíamos disparos, nos cruzábamos con carros de combate. Desolación y sufrimiento. En cuanto a los chanchullos propios de estas situaciones, la policía croata que abría la marcha (como comprobé al año siguiente, la frontera entre Croacia y las zonas croatas de Herzegovina era ficticia), al parecer presionado su gobierno por el gobierno italiano, hizo avanzar en círculo a la comitiva de autobuses alejándola de la ruta hacia Sarajevo. Incluso habían organizado una recepción festiva en un pueblo de montaña donde, pensaban, acabaría agradecida y alegremente la marcha de paz. Cuando los responsables de la marcha, mapa en mano y hablando con varios de los conductores, se dieron cuenta, entablaron una agria discusión con los policías. Se logró retomar el camino correcto, no sin antes efectuar una peligrosa maniobra en aquellas estrechas carreteras de montaña: con un precipicio a uno de los lados, los autobuses hubieron de dar media vuelta para desandar parte del camino. Ya en la ruta adecuada los problemas no cesaron: la carretera de Mostar, única vía hasta la capital, era batida por francotiradores y no se podía optar por la alternativa de las carreteras de montaña, cubiertas de nieve. Así pues seguimos hacia Mostar, pero al llegar a una presa tuvimos que parar. Al parecer allí operaban francotiradores totalmente incontrolados y la única opción era rodear el embalse por una zona de montaña, con nieve o sin ella. Y había nieve; y barrancos y más barrancos que contemplábamos por las ventanillas justo debajo de nuestras narices, pues no había arcenes ni barreras ni nada parecido. Y además, los conductores corrían como sólo puede correr un conductor de tales autobuses. Y, por último, nuestro autobús sufrió el reventón de una rueda trasera... Al día de hoy ignoro cómo arreglaron esta cuestión. Pero la arreglaron.

      Después de muchas horas llegamos al anochecer a una localidad llamada Kiseljak, que era el último pueblo antes de penetrar en la zona dominada por los serbios. Las gentes de aquel pueblo nos acogieron con alegría, y su alcalde junto con unos vecinos dispusieron nuestro alojamiento en una escuela, donde nos distribuimos ocupando algunas aulas y, sobre todo, el gimnasio.

      Allí se celebraron varias eucaristías. Los del grupo español, en el que estaban varios sacerdotes, la celebramos en una pequeña aula... La reconciliación entre Dios y los hombres en el sacrificio de Jesucristo, su presencia real... a 20 kilómetros de una ciudad sitiada. La gracia de Dios, que contradice los caminos que los hombres obstinadamente repiten una y otra vez... Recuerdo allí, en ese gimnasio y en medio de mis meditaciones, al obispo Bello rezando la liturgia de las horas. De él más tarde me contaron una anécdota significativa: declarado claramente enemigo de la guerra, asistía a un acto público en Molfetta en el que había una banda militar de música; al finalizar el acto, un responsable político le pidió que bendijera a los integrantes de la banda, y el obispo lo hizo: «bendigo a esta fuerza armada... de instrumentos musicales»...

      Pasamos allí la noche y al día siguiente, 10 de Diciembre, se convocó una asamblea general para tomar la siguiente decisión ante las noticias que llegaban sobre la situación en Sarajevo. La decisión fue seguir adelante. Durante todo el día los organizadores de la marcha fueron contactando con autoridades serbias y con responsables de la ONU para conseguir los permisos necesarios para la entrada en la ciudad. En las diversas reuniones que tuvieron los portavoces de los grupos se trataron algunos aspectos complicados que podían comprometer el espíritu de la marcha: había quien no quería entrar con la ONU porque consideraba una incoherencia el ir acompañados de carros de combate; también, quien advertía que el permiso de los serbios, ineludible para atravesar sus puestos armados, podía ser instrumentalizado; otros insistían en el aspecto de la neutralidad, a lo que algunos respondían que no se podía equiparar a los sitiadores con los sitiados... Respecto a esto último, el clima emocional del momento, cimentado ciertamente en la realidad del sufrimiento de los civiles de Sarajevo, impedía ver más y más profundo sobre la realidad de toda guerra: el odio en los corazones de gentes de todo bando, el sufrimiento de inocentes de toda facción...

      El día transcurrió tenso, con noticias desalentadoras: los serbios decían que si ocurría algo les echarían a ellos la culpa, la ONU argumentaba diciendo que no podía garantizar nuestra seguridad. A la tarde se organizó una fiesta callejera con los habitantes de Kiseljak. Los viejos lloraban, había gentes que rezaban, los niños se lo pasaron en grande viendo a mi amigo Luigi subido en unos altísimos zancos... que se había traído a la marcha. Una canción que se cantó allí tenía como estribillo un grito: «¡paz sí, guerra no!»... y el estribillo fue cantado por alguno de los soldados croatas que estaba de guardia a uno de los lados de la plaza... Los jóvenes del pueblo también nos enseñaron una breve canción que, traducida, dice así: «Paz, paz, paz en el cielo, para todos, para mi pueblo; ¿cuándo acabará esta guerra?»

      Al finalizar la jornada parece que las gestiones habían dado algún fruto: al día siguiente emprenderíamos la marcha a Sarajevo. Se convocó otra asamblea general para dar instrucciones. Primero respecto a las actitudes: si se lograba entrar, no preocuparse mucho de las bombas, pues las que se oyen no te han dado, y si te dan no podrás escucharla...; las calles perpendiculares al monte Trebevic es mejor cruzarlas corriendo; no asomarse a ventanas; por la noche no utilizar linternas, ni velas, ni mecheros; si alguno es herido, los otros deben saber que los francotiradores esperan la presencia de gentes que acudan en su ayuda para volver a disparar...

      Después de estas instrucciones, se comunicó el resultado de las gestiones: la marcha iría detrás de un convoy de la ONU, pero sin la protección de tanquetas. Una vez pasado el último puesto croata y llegados a la zona serbia, dos coches de su policía acompañarían a los autobuses hasta la zona del aeropuerto, y, allí, en terreno de nadie, nos dejarían solos para atravesar los tres kilómetros de frente que nos separarían de la ciudad. En esa zona, decían, hay francotiradores que actúan por su cuenta.

      El día 11 de Diciembre, muy de mañana, limpiamos la escuela, organizamos las mochilas y el material de ayuda humanitaria, y, otra vez, nos reunimos en asamblea para recordar los detalles. Después, subimos a los autobuses e iniciamos el acercamiento a la ciudad. En la carretera aparecían


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