Dublineses. Джеймс ДжойсЧитать онлайн книгу.
no del todo inocentemente, se dedicó a explicarle a Jimmy los triunfos de los mecánicos franceses. La resonante voz del húngaro iba a imponerse ridiculizando los falsos laúdes de los pintores románticos cuando Ségouin encauzó al grupo hacia la política. Había aquí terreno concurrente para todos. Jimmy, bajo benéficas influencias, sintió despertar en su interior el sepultado entusiasmo de su padre: despabiló por fin al aletargado Routh. La estancia se caldeó doblemente y la tarea de Ségouin se hizo más difícil a cada instante: incluso hubo peligro de animosidad personal. Cuando la oportunidad se presentó, el sagaz anfitrión alzó su copa por la humanidad, y cuando concluyó el brindis, abrió significativamente la ventana.
Aquella noche la ciudad llevaba puesta la máscara de una capital[11]. Los cinco jóvenes pasearon por Stephen’s Green entre una leve nube de aromático humo. Charlaban alegremente en voz alta y sus capas se balanceaban desde sus hombros. La gente les abría paso. En la esquina de Grafton Street un grueso individuo de baja estatura estaba dejando en un coche a dos elegantes señoras a cargo de otro individuo grueso. El coche se alejó y el hombre grueso de baja estatura vio por vez primera al grupo.
—André.
—¡Es Farley![12]
Siguió un torrente de palabras. Farley era americano. Nadie sabía muy bien de qué se hablaba. Villona y Rivière eran los más escandalosos, pero todos estaban entusiasmados. Se montaron en un coche, apretándose todos juntos entre muchas risas. Cruzaron entre la gente, fundida ahora en suaves colores con música de alegres campanillas. En Westland Road[13] cogieron un tren y a los pocos segundos, eso le pareció a Jimmy, estaban saliendo de la estación de Kingstown. El revisor saludó a Jimmy; era un hombre mayor:
—¡Una noche excelente, señor!
Era una serena noche de verano; el puerto descansaba a sus pies como un espejo oscuro. Se dirigieron hacia él con los brazos entrelazados, cantando Cadet Roussel a coro[14], dando una patada en el suelo en cada:
—Ho! Ho! Hohé, vraiment!
Se subieron a una lancha de remos en el malecón y partieron hacia el yate del americano. Iba a haber cena, música, cartas. Villona dijo con convicción:
—¡Es precioso!
El yate tenía piano en la cabina. Villona tocó un vals para Farley y Rivière, Farley hacía de caballero y Rivière de dama. Luego una cuadrilla improvisada, en la que idearon figuras originales. ¡Qué diversión! Jimmy aceptó su papel con entusiasmo; esto era vivir la vida, por fin. Entonces Farley perdió el aliento y gritó ¡Parad! Un individuo trajo una cena ligera, y los jóvenes se sentaron por guardar las formas. Bebieron, no obstante: era bohemio. Bebieron por Irlanda, por Inglaterra, por Francia, por Hungría, por los Estados Unidos de América. Jimmy hizo un discurso, un largo discurso, y Villona decía ¡Escuchad! ¡Escuchad! cada vez que se producía una pausa. Hubo muchas palmas cuando se sentó. Debía haber sido un buen discurso. Farley le dio unas palmadas en la espalda y rio con fuerza. ¡Qué tipos tan joviales! ¡Qué buena compañía eran!
¡Cartas! ¡Cartas! Se despejó la mesa. Villona volvió tranquilamente al piano e improvisó para ellos. Los otros jugaron un juego tras otro, precipitándose temerariamente a la aventura. Bebieron a la salud de la reina de corazones y de la reina de diamantes. Jimmy notó nebulosamente la ausencia de público: el ingenio centelleaba. El juego iba fuerte y empezaron a intercambiarse papel. Jimmy no sabía con exactitud quién ganaba pero sabía que estaba perdiendo. Pero era culpa suya, pues equivocaba las cartas con frecuencia y los otros tenían que calcularle sus pagarés. Estos tipos eran unos auténticos diablos, pero quería que frenaran: se estaba haciendo tarde. Alguien brindó por el yate La bella de Newport y luego alguien propuso un juego a lo grande para acabar.
El piano había callado; Villona debía haber subido a cubierta. Fue un juego terrible. Pararon justo antes de la conclusión para brindar por la suerte. Jimmy se dio cuenta de que el juego estaba entre Routh y Ségouin. ¡Qué nervios! Jimmy también estaba nervioso; él perdería, desde luego. ¿Cuánto había firmado en pagarés? Se levantaron para jugar las últimas manos en pie, hablando y gesticulando. Routh ganó. La cabina se estremeció con los gritos de júbilo de los jóvenes y se juntaron las cartas. Empezaron a reunir lo que habían ganado. Farley y Jimmy eran los que más habían perdido.
Sabía que por la mañana se arrepentiría pero en ese momento se alegraba de lo demás, se alegraba por el oscuro sopor que cubría su insensatez. Apoyó los codos en la mesa y la cabeza en las manos, contando los latidos de sus sienes. La puerta de la cabina se abrió y vio al húngaro en pie en medio de un haz de luz gris:
—¡El amanecer, caballeros!
Westland Row, Dublín, ca. 1912.
[1] el surco de la carretera de Naas. La carretera proveniente del pueblo de Naas, situado a unos treinta kilómetros al oeste de Dublín, entre la cárcel de Kilmainham y el cuartel de Richmond, dos símbolos del sometimiento irlandés.
[2] los coches pasaban a toda velocidad hacia su destino. La carreras de automóviles eran por entonces una gran novedad. La carrera en la que se basa esta historia es una concreta: la cuarta de la Coupe Internationale de l’Automobile, que aunque entonces tipo rally, se considera predecesora de la actual Fórmula 1. Fue durante unos años un verdadero acontecimiento internacional.
[3] los coches de sus amigos, los franceses. Las relaciones del pueblo irlandés con Francia son buenas por contraste con el opresor inglés.
[4] había sido nacionalista convencido. Implícitamente miembro del Partido Parlamentario Irlandés, partidario del líder nacionalista Charles Parnell y del Home Rule.
[5] carnicero en Kingstown. Una pequeña ciudad con un gran puerto artificial a diez kilómetros al sudeste de Dublín.
[6] algunos de los contratos de la policía. Es irónico. El señor Doyle está ahora alimentando a sus antiguos enemigos políticos.
[7] fue por el mal camino. En el original «took to bad courses» hay un juego léxico: course significa ‘carrera en francés’. Además hay quien ha visto un eco de Enrique V de Shakespeare (I, 1): «His addiction was to courses vain; / His companies, unletrered, rude and shallow; / His hours fill’d up with riots, banquets, sports.» [«Era su afición la de empeños vanos; / sus compañeros, ignorantes, toscos, superficiales; / llenaba sus horas con pendencias, banquetes y deportes».]
[8] a Cambridge para que viera algo de vida. La estancia de uno o más cursos en Cambridge sin ánimo de graduarse no era una práctica inusual entre los irlandeses de la época, que buscaban con ello elevar su estatus social y hacer amistades influyentes.
[9] Grafton Street. Es la calle más elegante del Dublín de la época. El coche se ha dirigido directamente al centro desde la carretera de Naas y ha dejado a Jimmy y a Villona frente al Banco de Irlanda, en la esquina de Dame y Grafton.