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Antropología de la integración. Antonio Malo PéЧитать онлайн книгу.

Antropología de la integración - Antonio Malo Pé


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unos de otros, desarrollándose según un determinado orden cronológico (así, primero se forma el aparato gastrointestinal, después, el corazón, y, más tarde, los pulmones; posteriormente, los órganos sensibles, como los ojos, las orejas, etc.). El autodesarrollo es, por tanto, una modificación guiada por un principio interno que actualiza las posibilidades innatas del ser vivo, definiendo su forma externa y organización interna. El conjunto de fuerzas que producen estos cambios es el pattern o principio configurador[2], que actúa, por ejemplo, en la semilla de girasol o en el embrión de un gato. Cuando este principio haya configurado el cuerpo física y funcionalmente, entonces el ser vivo alcanzará su fin: la planta de girasol o el gato adulto, respectivamente. Como hemos visto, Aristóteles llama a este principio configurador entelecheia o alma, es decir, la forma específica del viviente.

      b) La integración consiste en la unión de lo que originalmente no está completamente ligado, o solo lo está de modo potencial, no actual. Como puede deducirse de la definición anterior, los tipos de integración dependen de los grados de unidad. Así, puede hablarse de integración del círculo de la vivencia, basada en los elementos que la constituyen (tendencias, afectos, razón-voluntad, acción); de integración personal, fundada en la unidad sustancial; e, incluso, de integración familiar y social, a partir de la pluralidad de las personas, sus relaciones y diferencias.

      El concepto de integración permite, por un lado, entender cómo se alcanza una unión más profunda entre los elementos que constituyen el ser vivo, las diferentes comunidades y la sociedad; por otro, descubrir la función que la unidad alcanzada desempeña en el desarrollo armónico de las diferencias. Por ejemplo, las tendencias, los afectos y las facultades espirituales, a pesar de ser elementos diferentes del círculo de la vivencia, pueden integrarse en la acción humana. A su vez, la acción humana buena puede dar lugar a la virtud, produciendo de este modo mayor integración de los diferentes elementos de la vivencia, lo que favorece, por otro lado, la humanización de las personas, comunidades y, en general, de la sociedad. De hecho, al igual que un corazón sano facilita el buen funcionamiento de los demás órganos favoreciendo la salud del cuerpo, la acción buena aumenta la capacidad para el bien de todos aquellos elementos que ha integrado (tendencias, afectos, razón y voluntad), pues introduce en ellos una connaturalidad cada vez mayor con el bien querido y realizado. En cierto sentido puede decirse que la integración, al unir lo que antes estaba poco ligado entre sí, se comporta como la forma sustancial que organiza el cuerpo; de ahí que la unidad producida por la integración no sea externa, sino interna, pues permite personalizar la naturaleza humana. La integración logra, pues, no sólo desarrollar la unidad ontológica de la persona, sino también introducir novedades, como las virtudes y las buenas relaciones interpersonales (los llamados bienes relacionales), en los que se supera la perfección inicial de la persona, es decir, la que corresponde a su unión sustancial. De todas formas, el mayor grado de integración y, por tanto, de novedad se encuentra en el don de sí; en efecto, a través del vínculo de amor personal se unifican las tendencias, la afectividad y las potencias espirituales, así como se generan y regeneran las relaciones familiares, comunitarias y sociales.

      c) La autoconservación es la tendencia a preservar la propia vida. A través de los procesos metabólicos de autorregulación —tales como la regeneración de la cola de la lagartija— el organismo vivo intenta afrontar la pérdida de energía, las disfunciones y los daños producidos por esos mismos procesos, cuando no por la enfermedad o el influjo negativo del medio ambiente. A medida que ascendemos en la escala de los seres vivos, la autoconservación deja de tener como fin la simple supervivencia del individuo y la especie, para ponerse al servicio de la individualización, diferenciación y perfeccionamiento del individuo. Ya en el círculo de la vivencia animal, la autoconservación alcanza estratos muy profundos del individuo; por ejemplo, mediante la memoria, el animal logra conservar algunas experiencias del pasado, aumentando así su capacidad para vivencias cada vez más complejas. En la persona, además de las experiencias del pasado, la autoconservación preserva el bien realizado y el conocimiento alcanzado mediante las virtudes éticas y dianoéticas, respectivamente. Pues, las virtudes éticas aumentan la facilidad y placer para actuar bien, mientras que las científicas mejoran nuestro conocimiento de la realidad, permitiéndonos vivir y transformar el mundo de acuerdo con nuestra dignidad de personas.


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