Antropología de la integración. Antonio Malo PéЧитать онлайн книгу.
causa superior, el sol, que al igual que otros astros, es una inteligencia separada[18]; el renacuajo, por ejemplo, se genera del barro y el movimiento circular del sol.
En el caso del diseño inteligente, la vida se considera también como efecto inmediato de la acción de una Inteligencia, en este caso divina. Aunque a veces se confunde el creacionismo con el diseño inteligente, se trata en realidad de dos concepciones diferentes del origen de la vida, por lo que se puede ser creacionista sin aceptar que, para el origen de la vida, sea necesaria la acción de una causa superior. Por el contrario, el diseño inteligente es difícilmente compatible con la idea de un Dios que se sirve de causas segundas y contingentes, permitiendo así que exista el azar o la casualidad[19]. Pues, si se considera la creación a la par de las obras humanas que son inteligentes o intencionales, no hay lugar para el azar. Pero es precisamente la contingencia de la creación la que consiente la emergencia de los seres y sus nuevas propiedades. El alejamiento del equilibrio por parte de un sistema y su reorganización sucesiva pueden dar lugar a nuevas realidades con funciones emergentes; así, la aparición de la vida depende del agua y esta, a su vez, de la unión mediante un enlace covalente de dos átomos de hidrógeno con uno de oxígeno. Sin embargo, no puede afirmarse científicamente que la existencia de oxígeno e hidrógeno sean la causa de la vida. Y tampoco puede sostenerse que la unión de esos átomos sea causada directamente por Dios.
3) La tercera explicación, a saber: que la vida depende de algo igual a ella misma, podemos encontrarla, aunque de diferentes maneras, en una concepción panpsíquica o vitalista de la realidad. Por ejemplo, para cierto tipo de ecología (como la deep ecology o ecología profunda) a la cual pueden añadirse algunas corrientes relacionadas con la New Age, la totalidad del universo o, por lo menos, la Tierra o Gaya sería una realidad viviente, semejante al planeta de la famosa película Avatar[20]. Pero, si este fuera el caso, no sería explicable por qué la vida no existe desde sus comienzos, ni por qué no hay signos de ella en los planetas descubiertos hasta ahora.
Por su parte, la concepción vitalista sostiene la existencia de un principio vital, que se transmite por generación[21]. Pero, si lo pensamos bien, el origen de la vida no puede ser la generación. La generación explica, sí, el origen intraespecífico de los individuos, pero no la vida ni la especie. Pues, el individuo pertenece ya a una especie, es decir, participa en una forma de vida, pero el origen de la vida tiene que ser radical, debe ser principio de todos los géneros y todas las especies de los seres vivos: desde las bacterias hasta los homínidos.
En conclusión, aunque las tres explicaciones permiten comprender algunos aspectos de la vida, no son capaces de ofrecer una teoría general de la vida. En efecto, la explicación que parte de lo inferior tiene en cuenta sólo la causa material; la que parte de lo superior, la causa eficiente, y la que parte de lo igual, la causa formal. Para comprender el fenómeno de la vida no es suficiente, sin embargo, esta o aquella causa aislada, sino que se requiere la totalidad de las causas, que por eso han de entenderse de otro modo: no ya como pura materia o acto o fin externo, sino como elementos sistémicos que hacen emerger una nueva realidad.
Echémosle más de cerca un vistazo a la cuestión. La causa material de la vida es el ex qua, es decir, el antes de la vida o su temporalidad, pues la vida de los seres materiales no es eterna; la causa eficiente es el a qua, la educción del principio vital a partir de la materia, o sea, el después de la vida; la causa formal es el per quam, la estructura interior o alma, que organiza esa materia; por último, la causa final es el propter quam, el después temporal que, sin embargo, es anterior ontológicamente hablando, lo que permite que haya orden en las otras causas, pues el fin es causa de las demás causas. La existencia de la causalidad final hace entender por qué el azar forma parte de un orden superior, el de la finalidad. Por esta razón, el presunto origen de los seres vivos a partir de una materia sin vida pero que contiene dentro de sí la posibilidad de animarse bajo ciertas condiciones, es decir, la emergencia de la vida, es una hipótesis para ser examinada por la ciencia. Una vez eliminada la oposición entre creación y azar, es posible entrever el valor positivo del azar en la evolución del universo y de la vida, pues indudablemente se halla más en consonancia con la libertad, un universo que, a pesar de sus leyes y finalidad, contiene en sí la probabilidad, posibilidad y también la imprevisibilidad de lo emergente[22].
b) Origen de las especies y evolucionismo
En las formas sustanciales que pueblan la Tierra encontramos una gran variedad de tipos. De todas formas, la ausencia o presencia de automovimiento y los grados de inmanencia, nos permiten establecer una primera división entre sustancias inorgánicas y orgánicas (plantas, animales, hombres). Frente a las sustancias inorgánicas que son inanimadas, las orgánicas admiten diferentes grados de vida, entre los que hay sin embargo una relación íntima; en efecto, los grados superiores se hallan en los inferiores sólo como posibilidades, mientras que los grados inferiores se encuentran realmente en los superiores como potencias. De todas formas, la aparición de cada uno de los grados de vida implica cierta novedad con respecto a lo que existía antes. Pero solamente con la aparición del hombre puede hablarse de una novedad absoluta, ya que la trascendencia del vivir humano respecto a los otros tipos de vida es total. Cada persona trasciende no sólo los demás grados de vida, sino también la propia especie, en tanto que la personaliza. De ahí que el fin del hombre no sea el universo, porque no es simplemente el individuo de una especie más, como en cambio sostiene la ecología profunda; es, más bien, una persona, un fin en sí mismo, capaz por ello de autoposesión y don de sí. Y si puede darse, debe hacerlo, ya que el poder en este ámbito no es una mera posibilidad, sino una necesidad para perfeccionarse como persona. Esta es la razón por la cual la evolución sirve solo para preparar la causa material del hombre, o sea, el proceso de hominización, pero no explica la causa formal, eficiente, ni final, o sea la personalización o humanización.
Por otro lado, el concepto de especie, que está íntimamente ligado a la teoría de la evolución, admite una doble interpretación: filosófica (lógica y metafísica) y biológica.
1) En primer lugar, filosófica: la especie es la esencia del vegetal o animal que se nos da en la definición. Por eso, como sostiene Aristóteles[23], está relacionada con otros dos conceptos: el género y la diferencia específica. En efecto, según el Estagirita, el género, o «sujeto al que se atribuyen las oposiciones y las diferencias específicas»[24], incluye en sí diferentes especies; por ejemplo, el género felino incluye el león, el tigre, el gato. La diferencia específica, por otro lado, es el elemento esencial, común a todas las especies que participan en el mismo género; así, el cerdo, que comparte el género (animal, mamífero y cuadrúpedo) con otras especies —como el felino y el ovino—, tiene como diferencia específica, la suinidad, que lo distingue de los ovinos, como la oveja, y lo asemeja al jabalí[25]. De ahí que, filosóficamente hablando, cada especie se halle indicada por una diferencia específica.
Frente a este enfoque lógico de la especie, existe también otro de carácter metafísico, por el que la especie no se agrega al género extrínsecamente, sino que más bien lo determina desde dentro, como “núcleo”. Pensemos, por ejemplo, en la definición de “hombre” como animal racional. Si la consideramos desde el punto de vista lógico: hombre = animal (género) + racional (diferencia específica), cabría pensar que el hombre es igual al animal en todo lo que tiene de corporal y sólo se diferencia de él en lo que atañe a su racionalidad. En cambio, si consideramos esta definición en sentido metafísico, la diferencia no se refiere sólo a la razón, sino a todo lo que constituye la persona. En efecto, precisamente porque la racionalidad es el “núcleo” del ser humano, tanto el cuerpo, como las tendencias y las sensaciones se hallan determinadas originariamente por la razón. Es decir, nuestro ser animales mamíferos está impregnado de racionalidad o relacionalidad, como lo muestra el ser bípedos, tener manos y, sobre todo, necesitar de los cuidados corporales y espirituales de otros seres racionales para desarrollarnos como personas. De ahí que el dar de mamar de una madre a su hijo pequeño, sea una acción personal en sí misma, diversa por tanto del instinto que conduce la hembra del animal a amamantar a sus cachorros.
2) En segundo lugar, la especie puede comprenderse biológicamente como una realidad vinculada a la transmisión genética de ciertos caracteres a otros individuos. Es decir, la especie